/ martes 23 de enero de 2018

A Juan Huerta. In memoriam

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte.

Leonardo Da Vinci (1452-1519) Pintor, escultor e inventor italiano.

 

Hace un año que partiste, para ser preciso un veintidós de enero, mi querido hermano y amigo Juan Huerta Ortega.

Como tú sabes, el día de ayer, Celia, tu verdadero y grande  amor -así me lo asegurabas con una sonrisa en los labios- tuvo a bien recordar tu dolorosa e inesperada partida, ofreciendo en tu memoria una misa a la que ocurrieron tus amados hijos, tu inseparable escudero Rubén y todos tus amigos los que te queremos; debes saber que muchos de los que no asistieron estuvieron presentes recordando tu excepcional memoria, tu ironía, tus charlas inagotables de tardes de toros, en tu época de empresario o tus bastos conocimientos en calidad de aficionado, tus desafíos con la vida, los negocios y la manera de vencer retos y tropiezos, lo que siempre lograbas con esa inteligencia que te era propia, divisa de un hombre de tu altura.

Habrás visto, escuchado y sentido querido Juan, las plegarias, oraciones y principalmente recuerdos que los asistentes iban repasando, algunos desde sus mocedades contigo, otros como yo, después de coincidir con ese hombre firme, cabal honesto y sincero que me tendió su mano para siempre.

A un año vista de tu partida quiero platicarte, aunque de cierto lo sabes, que en amenas charlas con tus hijos, de quienes debes estar muy orgulloso (no cabe duda que la sangre, la carne y los valores inconmensurables que les diste quedaron cincelados para siempre en sus corazones), las actitudes de todos ellos son dignas de los Huerta Cruz; por supuesto, Celia, tu compañera de vida, en gran medida es responsable de este transitar por el sendero que les trazaste a todos tus vástagos. Entonces que a nadie le quepa duda que desde allá arriba está gozando el padre amoroso, como un niño colmado de felicidad, porque en la dimensión donde te encuentras por supuesto que no hay edades.

Convertidos en tertulianos en honor a tu memoria algunos de tus amigos repasamos, una y otra vez la serie de anécdotas que vivimos contigo, aquí destaco entre la charla las anécdotas del gran Pedro Toxtli Riquelme -tu hermano de vida- escuchar de sus labios algunos pasajes chuscos incontables, pero con la elegancia, la picardía y el sello de ti Juanito.

Nadie te lloró porque sus conciencias están en paz contigo y dudo que alguien tenga que reprocharse alguna zafia actitud para tu persona o tus procederes.

Recuerdo, para muestra de tu ironía y que te pintan tal y como eras. algunas anécdotas que aquí vale la pena contar; la una, cuando te comenté que “Don Pedrito” (así le llamaremos), había fallecido. Tu cara de sorpresa y admiración me hicieron pensar que se trataba de algún amigo tuyo, empero, si bien conocías al personaje, tu trato no era cercano a él. Después de un acto reflexivo me preguntaste con esa chispa que pocos tuvimos el placer de conocer de ti: “oye mi niño, te das cuenta que cada vez, se van muriendo aquellos que antes no se morían”. Sobrevinieron las carcajadas de tus escuchas. O aquella que tampoco tiene desperdicio en la que me platicaste que, alguien te quería vender un arma de fuego y de manera insistente te hacía notar las bondades de la oferta, una y otra vez te negaste a comprarla. Finalmente, el mercader rebajó el precio a casi la mitad de lo que te pedía, la respuesta propia de Juan Huerta fue: “¿Sabe Usted por qué no se la compro?”, sorprendido respondió el interpelado, “¿por qué señor Huerta?”, nuevamente tu ingenio se hizo presente al responder: “porque ya mato poco”, nuevamente las carcajadas sobrevinieron. Ese eras tú y sigues siendo tú querido amigo.

Ayer, también pensé solicitarle a Celia, tu mujer amada, la posibilidad de escoger a un grupo de amigos fraternos tuyos para disfrutar lo que de manera improvisada y natural salía de ese ingenio que Dios te regaló y así poder compilar las vivencias de los eventuales participantes, para hacer un anecdotario que te recuerde como legado para propios y extraños, porque recuerda Juanito, lo que se escribe, se lee; y así, este opúsculo en tu memoria sé que será conservado y leído una y otra vez,  en primer lugar por Celia Cruz y por tus amados hijos y, desde luego sin temor a equivocarme, por aquellos que te seguimos recordando y que impedimos que tu honra y tu dignidad sean mancilladas por aquellos que te tenían como desafecto. ¡Cuánta estulticia de estos mindundis! Necesitarían volver a nacer y conocerte, para saber que jamás pusiste en juego tu honor o tu dignidad por cualquier valor material, viviste la vida enamorado, disfrutabas tus desayunos, la compañía de Rubén, por supuesto de tus hijos, al tiempo de depositar toda tu confianza en Juan Pablo, joven que heredó de ti la elegancia, la educación, la prudencia y principalmente la defensa de valores intangibles que no pueden ser permutados por cosas materiales.

Hace un año partiste Juan, pero estás aquí; aunque esta frase suene algo manida, no lo es. Estás aquí porque de manera insistente he tenido la oportunidad de platicar con personas que te quisieron, todos ajenos a tu familia y después de no tratar el tema primigenio nos hemos dispuesto a charlar durante largas horas de tus vivencias, de tu aguda y enorme inteligencia, de tu calidad humana y reitero, de tu dignidad indeclinable que conservaste hasta el último suspiro.

Quiero, con el permiso de Celia y de tus hijos, robar la inspiración de el gran Bardo Alfred Tennyson para decirte lo que mi precaria prosa no ha podido decir. Te regalo este texto y tómalo como si fuera mío, pero acogido por los tuyos.

“…Cuando rosadas plumas coronen al alerce y cante trémulamente el tordo encaramado; o revuele sobre estériles arbustos junto al mar azul el pájaro de Enero, toma la forma por la cual tu espíritu conozco entre tus pares; que toda la esperanza de los años robados crezca y adquiera brillo en tu frente.

Cuando el paso maduro del estío aliente, con infinitas rosas dulces, sobre las mil olas de trigo que ondulan en la granja solitaria, pero no en los insomnios de la noche sino cuando el sol comience a calentar; con la hermosura de tu nueva forma y con luz más hermosa que la misma luz…” 

Plegaria de Celia y tus amados hijos, escrita por Alfred Tennyson.

mezavcm.abogados@gmail.com

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte.

Leonardo Da Vinci (1452-1519) Pintor, escultor e inventor italiano.

 

Hace un año que partiste, para ser preciso un veintidós de enero, mi querido hermano y amigo Juan Huerta Ortega.

Como tú sabes, el día de ayer, Celia, tu verdadero y grande  amor -así me lo asegurabas con una sonrisa en los labios- tuvo a bien recordar tu dolorosa e inesperada partida, ofreciendo en tu memoria una misa a la que ocurrieron tus amados hijos, tu inseparable escudero Rubén y todos tus amigos los que te queremos; debes saber que muchos de los que no asistieron estuvieron presentes recordando tu excepcional memoria, tu ironía, tus charlas inagotables de tardes de toros, en tu época de empresario o tus bastos conocimientos en calidad de aficionado, tus desafíos con la vida, los negocios y la manera de vencer retos y tropiezos, lo que siempre lograbas con esa inteligencia que te era propia, divisa de un hombre de tu altura.

Habrás visto, escuchado y sentido querido Juan, las plegarias, oraciones y principalmente recuerdos que los asistentes iban repasando, algunos desde sus mocedades contigo, otros como yo, después de coincidir con ese hombre firme, cabal honesto y sincero que me tendió su mano para siempre.

A un año vista de tu partida quiero platicarte, aunque de cierto lo sabes, que en amenas charlas con tus hijos, de quienes debes estar muy orgulloso (no cabe duda que la sangre, la carne y los valores inconmensurables que les diste quedaron cincelados para siempre en sus corazones), las actitudes de todos ellos son dignas de los Huerta Cruz; por supuesto, Celia, tu compañera de vida, en gran medida es responsable de este transitar por el sendero que les trazaste a todos tus vástagos. Entonces que a nadie le quepa duda que desde allá arriba está gozando el padre amoroso, como un niño colmado de felicidad, porque en la dimensión donde te encuentras por supuesto que no hay edades.

Convertidos en tertulianos en honor a tu memoria algunos de tus amigos repasamos, una y otra vez la serie de anécdotas que vivimos contigo, aquí destaco entre la charla las anécdotas del gran Pedro Toxtli Riquelme -tu hermano de vida- escuchar de sus labios algunos pasajes chuscos incontables, pero con la elegancia, la picardía y el sello de ti Juanito.

Nadie te lloró porque sus conciencias están en paz contigo y dudo que alguien tenga que reprocharse alguna zafia actitud para tu persona o tus procederes.

Recuerdo, para muestra de tu ironía y que te pintan tal y como eras. algunas anécdotas que aquí vale la pena contar; la una, cuando te comenté que “Don Pedrito” (así le llamaremos), había fallecido. Tu cara de sorpresa y admiración me hicieron pensar que se trataba de algún amigo tuyo, empero, si bien conocías al personaje, tu trato no era cercano a él. Después de un acto reflexivo me preguntaste con esa chispa que pocos tuvimos el placer de conocer de ti: “oye mi niño, te das cuenta que cada vez, se van muriendo aquellos que antes no se morían”. Sobrevinieron las carcajadas de tus escuchas. O aquella que tampoco tiene desperdicio en la que me platicaste que, alguien te quería vender un arma de fuego y de manera insistente te hacía notar las bondades de la oferta, una y otra vez te negaste a comprarla. Finalmente, el mercader rebajó el precio a casi la mitad de lo que te pedía, la respuesta propia de Juan Huerta fue: “¿Sabe Usted por qué no se la compro?”, sorprendido respondió el interpelado, “¿por qué señor Huerta?”, nuevamente tu ingenio se hizo presente al responder: “porque ya mato poco”, nuevamente las carcajadas sobrevinieron. Ese eras tú y sigues siendo tú querido amigo.

Ayer, también pensé solicitarle a Celia, tu mujer amada, la posibilidad de escoger a un grupo de amigos fraternos tuyos para disfrutar lo que de manera improvisada y natural salía de ese ingenio que Dios te regaló y así poder compilar las vivencias de los eventuales participantes, para hacer un anecdotario que te recuerde como legado para propios y extraños, porque recuerda Juanito, lo que se escribe, se lee; y así, este opúsculo en tu memoria sé que será conservado y leído una y otra vez,  en primer lugar por Celia Cruz y por tus amados hijos y, desde luego sin temor a equivocarme, por aquellos que te seguimos recordando y que impedimos que tu honra y tu dignidad sean mancilladas por aquellos que te tenían como desafecto. ¡Cuánta estulticia de estos mindundis! Necesitarían volver a nacer y conocerte, para saber que jamás pusiste en juego tu honor o tu dignidad por cualquier valor material, viviste la vida enamorado, disfrutabas tus desayunos, la compañía de Rubén, por supuesto de tus hijos, al tiempo de depositar toda tu confianza en Juan Pablo, joven que heredó de ti la elegancia, la educación, la prudencia y principalmente la defensa de valores intangibles que no pueden ser permutados por cosas materiales.

Hace un año partiste Juan, pero estás aquí; aunque esta frase suene algo manida, no lo es. Estás aquí porque de manera insistente he tenido la oportunidad de platicar con personas que te quisieron, todos ajenos a tu familia y después de no tratar el tema primigenio nos hemos dispuesto a charlar durante largas horas de tus vivencias, de tu aguda y enorme inteligencia, de tu calidad humana y reitero, de tu dignidad indeclinable que conservaste hasta el último suspiro.

Quiero, con el permiso de Celia y de tus hijos, robar la inspiración de el gran Bardo Alfred Tennyson para decirte lo que mi precaria prosa no ha podido decir. Te regalo este texto y tómalo como si fuera mío, pero acogido por los tuyos.

“…Cuando rosadas plumas coronen al alerce y cante trémulamente el tordo encaramado; o revuele sobre estériles arbustos junto al mar azul el pájaro de Enero, toma la forma por la cual tu espíritu conozco entre tus pares; que toda la esperanza de los años robados crezca y adquiera brillo en tu frente.

Cuando el paso maduro del estío aliente, con infinitas rosas dulces, sobre las mil olas de trigo que ondulan en la granja solitaria, pero no en los insomnios de la noche sino cuando el sol comience a calentar; con la hermosura de tu nueva forma y con luz más hermosa que la misma luz…” 

Plegaria de Celia y tus amados hijos, escrita por Alfred Tennyson.

mezavcm.abogados@gmail.com