/ viernes 2 de agosto de 2019

A propósito de la Guelaguetza 2019

Como cada año desde hace 9, acudo casi sacramentalmente a Oaxaca para presenciar y vivir las fiestas de Julio, conocidas mundialmente como “GUELAGUETZA”, y que tienen lugar los dos últimos lunes del mes en honor de “la Patrona”, la Virgen del Carmen, por lo que el penúltimo lunes del mes de julio es propiamente la coincidencia con la festividad a dicha advocación, y la “Octava”, el último lunes del mes, la conclusión de esas festividades.

Las fiestas “del lunes del cerro” tienen un origen profano, popular y familiar, dedicado a rendirle tributo a la Madre Tierra en agradecimiento por los dones recibidos, especialmente maíz, agua y sol. En la época prehispánica se llamó Hueitecuilhuitl (la gran fiesta de los Señores), y a partir de 1928, Fiesta de la Azucena.

En una crónica que leí de Gerardo Felipe Castellanos Bolaños, publicado el 27 de julio en el periódico El Imparcial, cita a Guillermo Rosas Solaegui, quien refiere en 1978, que “Desde las faldas del cerro del fortín hasta la rotonda en donde está el monumento a Juárez, había a regulares distancias tienditas improvisadas, en donde se vendían exquisitos manjares… música acá y allá, tanto en changarros populares como en changarros de catrines… el comercio todo de la ciudad, cerraba sus puertas por la tarde para que sus empleados no se perdieran de su fiesta favorita, incluyendo los propios patrones… hermosos lunes: música, luz y alegría, amor, comida y bebida, era la fiesta del pueblo y para el pueblo… por regla general y era algo obligado: el remojón. Caía un torrencial aguacero a eso de las seis de la tarde, que no respetaba paraguas, sombrillas, impermeables de hule y de palma, pero por gracia quién sabe de quién, el aguacero no duraba mucho, después la gente ya mojada, se retiraba a sus casas, llevando en su interior, la satisfacción de haber gozado de una fiesta netamente oaxaqueña, de casa, íntimamente hogareña en grande.”

Lo cierto es que a mí me encantan estas festividades, será por su colorido, será por su algarabía o por sus hermosas tradiciones, o quizá tenga mucho que ver mis orígenes mixtecos. Mi abuelo paterno, Julio, era originario de Atoyatempan, tierra de los famosos “huilotes”, que quiere decir “pájaro que vuela alto”, mote muy bien ganado por muchos “paisanos” que salieron desde jóvenes a los Estados Unidos y concretamente a Nueva York, y que sin ningún complejo, haciendo gala de su creatividad y don culinario, conquistaron merecida fama de chefs de cocina internacional, pero eso será otra historia que te contaré, querida Puebla.

Algo que me llama poderosamente la atención es que en estas festividades participan las familias oaxaqueñas, en una “Guelaguetza” constante, esto es en una bienvenida permanente, en donde no tan solo se emocionan y participan, sino también invitan y convidan lo que tienen. Las etnias de las 8 regiones socioculturales en que está dividida Oaxaca participan con sus bailables, su música y sus trajes regionales, pero también con sus manjares y su mezcal que regalan por las calles, simplemente por gusto. ¿Quién hace esto en la actualidad?, ¿quién regala porque sí? ¡Oaxaca lo viene haciendo desde fechas inmemoriales! Ella se da, como lo retrata la poesía de Ramón López Velarde en “Suave Patria”: “… Cuando nacemos, nos regalas notas/ después un paraíso de compotas,/ y luego te regalas toda entera/ Suave Patria, alacena y pajarera.”

Por eso te mantienes viva y de pie Oaxaca hermosa, tu GUELAGUETZA DE AMOR es espiritualidad pura que hoy trasciende las fronteras y te cubre de un bien ganado orgullo. ¡Gracias por seguirnos dando en este tiempo pleno de egoísmo tu ancestral nobleza envuelta en listones, rebozo, mezcal y téjate!

GRACIAS PUEBLA.

Como cada año desde hace 9, acudo casi sacramentalmente a Oaxaca para presenciar y vivir las fiestas de Julio, conocidas mundialmente como “GUELAGUETZA”, y que tienen lugar los dos últimos lunes del mes en honor de “la Patrona”, la Virgen del Carmen, por lo que el penúltimo lunes del mes de julio es propiamente la coincidencia con la festividad a dicha advocación, y la “Octava”, el último lunes del mes, la conclusión de esas festividades.

Las fiestas “del lunes del cerro” tienen un origen profano, popular y familiar, dedicado a rendirle tributo a la Madre Tierra en agradecimiento por los dones recibidos, especialmente maíz, agua y sol. En la época prehispánica se llamó Hueitecuilhuitl (la gran fiesta de los Señores), y a partir de 1928, Fiesta de la Azucena.

En una crónica que leí de Gerardo Felipe Castellanos Bolaños, publicado el 27 de julio en el periódico El Imparcial, cita a Guillermo Rosas Solaegui, quien refiere en 1978, que “Desde las faldas del cerro del fortín hasta la rotonda en donde está el monumento a Juárez, había a regulares distancias tienditas improvisadas, en donde se vendían exquisitos manjares… música acá y allá, tanto en changarros populares como en changarros de catrines… el comercio todo de la ciudad, cerraba sus puertas por la tarde para que sus empleados no se perdieran de su fiesta favorita, incluyendo los propios patrones… hermosos lunes: música, luz y alegría, amor, comida y bebida, era la fiesta del pueblo y para el pueblo… por regla general y era algo obligado: el remojón. Caía un torrencial aguacero a eso de las seis de la tarde, que no respetaba paraguas, sombrillas, impermeables de hule y de palma, pero por gracia quién sabe de quién, el aguacero no duraba mucho, después la gente ya mojada, se retiraba a sus casas, llevando en su interior, la satisfacción de haber gozado de una fiesta netamente oaxaqueña, de casa, íntimamente hogareña en grande.”

Lo cierto es que a mí me encantan estas festividades, será por su colorido, será por su algarabía o por sus hermosas tradiciones, o quizá tenga mucho que ver mis orígenes mixtecos. Mi abuelo paterno, Julio, era originario de Atoyatempan, tierra de los famosos “huilotes”, que quiere decir “pájaro que vuela alto”, mote muy bien ganado por muchos “paisanos” que salieron desde jóvenes a los Estados Unidos y concretamente a Nueva York, y que sin ningún complejo, haciendo gala de su creatividad y don culinario, conquistaron merecida fama de chefs de cocina internacional, pero eso será otra historia que te contaré, querida Puebla.

Algo que me llama poderosamente la atención es que en estas festividades participan las familias oaxaqueñas, en una “Guelaguetza” constante, esto es en una bienvenida permanente, en donde no tan solo se emocionan y participan, sino también invitan y convidan lo que tienen. Las etnias de las 8 regiones socioculturales en que está dividida Oaxaca participan con sus bailables, su música y sus trajes regionales, pero también con sus manjares y su mezcal que regalan por las calles, simplemente por gusto. ¿Quién hace esto en la actualidad?, ¿quién regala porque sí? ¡Oaxaca lo viene haciendo desde fechas inmemoriales! Ella se da, como lo retrata la poesía de Ramón López Velarde en “Suave Patria”: “… Cuando nacemos, nos regalas notas/ después un paraíso de compotas,/ y luego te regalas toda entera/ Suave Patria, alacena y pajarera.”

Por eso te mantienes viva y de pie Oaxaca hermosa, tu GUELAGUETZA DE AMOR es espiritualidad pura que hoy trasciende las fronteras y te cubre de un bien ganado orgullo. ¡Gracias por seguirnos dando en este tiempo pleno de egoísmo tu ancestral nobleza envuelta en listones, rebozo, mezcal y téjate!

GRACIAS PUEBLA.