/ sábado 7 de julio de 2018

Ahora los jóvenes

Cada ser humano ha nacido para cumplir un cometido en su existencia: perfeccionar su propio mundo y el que le rodea, a través de la acción creativa y constante, hasta lograr un mejor desenvolvimiento social y cultural.

Los animales nace, crecen, se reproducen y mueren; solo el hombre posee algo que va más allá del simple y común trayecto por los ineludibles estadios biológicos: la creatividad. En ella se cifra la más notable diferencia entre el hombre y la bestia; en ella, con inteligencia y sensibilidad, se fundamenta la superioridad humana y su grandeza.

La juventud, vigorizada y arrebatadora, en ocasiones no percibe con claridad la misión edificante del ser humano sobre la tierra y divaga en sueños irrealizables, sin precisar los fines para los que ella misma ha sido destinada. Por ello, si se requiere que todo joven obtenga los rasgos necesarios y característicos del ser humano, en el amplio sentido del vocablo -como el ser consciente, creativo, solidario, responsablemente, libre y deseoso de conocimiento por voluntad propia- , es indispensable que, desde el instante en que toma conocimiento de su importancia como integrante de un conglomerado social, sepa cuáles son sus funciones dentro del mismo. Así pues, surgirá a la vida con convicción de que solo mediante la superación y el perfeccionamiento de nuestra personalidad, han de obtenerse los frutos regios de la felicidad, tanto individual como colectiva.

En una época difícil, como la que nos ha tocado vivir; en una etapa de lucha entre las ideas que sucumben y las que emergen; en un momento de cruce, donde los sistemas socioeconómicos se estremecen acosados por la vehemencia de destruir los privilegios y las desigualdades (aún no desterrados a pesar de los siglos y de las contiendas), la juventud tiene que alistarse en la definición precisa del destino que le aguarda para cimentar las bases firmes sobre las que se levanten infalibles y lumínicas las generaciones venideras del siglo XXI.

Esto es: tomar conciencia de su responsabilidad como humano de futuro. Aunque con frecuencia se piensa que un joven no puede opinar sobre los problemas fundamentales y trascendentes de la sociedad, y se le niega la oportunidad de expresar sus ideas renovantes –quizá sin experiencias, es cierto, pero que constituyen nobles fragancias del entusiasmo juvenil-, la juventud no debe cesar en su intento por tomar parte en la vida activa de los grupos sociales, ni rehuir a la obligación que tiene con lo humano, ya que debe encauzar cada una de sus inquietudes innovadoras tras la búsqueda del bien común.

La juventud, símbolo de vigor, de diafanidad, de belleza y de arrogancia, ha de ser la sementera donde germinen las nuevas concepciones de lo que cambiará la estructura de la sociedad. En ella deben fertilizarse las lozanías de sus espíritus para que –con la claridad de la inteligencia juvenil y su potencia dinámica, con el optimismo moral, cristalino e intenso, sin mancha alguna, de quienes emergen apenas a la existencia– pueda fructificar en los logros de un mundo nuevo, diferente al conocido.

Un mundo en cuyas superficies se levanten soberanas –no como simples estatuas, sino en la objetivación de los hechos- la verdad, la razón, la justicia, la comprensión y los valores eternos del hombre: bondad, lealtad, amor, creación, voluntad, solidaridad.

Para ello, la juventud es la indicada, porque lleva implícito el deseo de renovación, de transmutación de lo arcaico deleznable en lo futuro esplendente. La juventud, energía, ansia viva, entrega sin límites hacia una idea, hacia una acción, debe continuar propulsando los afanes cuyos destellos han sido el impulso de tantos hombres y mujeres.

Y si la juventud –floresta de la humanidad, la más cultivable, porque es fecunda– se propone darle vigorosidad y fragancia a la praxis que desde centurias anteriores ha sido manifestada por el pensamiento humano y deposita en la vida cotidiana la intensidad de sus sueños, ha de proseguir con ímpetus reestructurados la lucha consecución de lo que el ser humano, desde sus orígenes, ha anhelado; triunfo de la dignidad y de la magnanimidad humanas sobre la predeterminación de ser una mera entidad biológica, domeñable por las fuerzas oscuras de los ególatras ambiciosos.

Por eso, antes de iniciar la búsqueda por la realización de una sociedad neohumanística, nuestro alumnado necesita poseer la convicción de lo que significa el ser humano, concepto de hombres plenos, y así fincar las bases sólidas que conformen cada una de sus actividades como integrantes activos del sistema social en el que nos desarrollamos para perfeccionarlo.


*Doctor en Educación.


Cada ser humano ha nacido para cumplir un cometido en su existencia: perfeccionar su propio mundo y el que le rodea, a través de la acción creativa y constante, hasta lograr un mejor desenvolvimiento social y cultural.

Los animales nace, crecen, se reproducen y mueren; solo el hombre posee algo que va más allá del simple y común trayecto por los ineludibles estadios biológicos: la creatividad. En ella se cifra la más notable diferencia entre el hombre y la bestia; en ella, con inteligencia y sensibilidad, se fundamenta la superioridad humana y su grandeza.

La juventud, vigorizada y arrebatadora, en ocasiones no percibe con claridad la misión edificante del ser humano sobre la tierra y divaga en sueños irrealizables, sin precisar los fines para los que ella misma ha sido destinada. Por ello, si se requiere que todo joven obtenga los rasgos necesarios y característicos del ser humano, en el amplio sentido del vocablo -como el ser consciente, creativo, solidario, responsablemente, libre y deseoso de conocimiento por voluntad propia- , es indispensable que, desde el instante en que toma conocimiento de su importancia como integrante de un conglomerado social, sepa cuáles son sus funciones dentro del mismo. Así pues, surgirá a la vida con convicción de que solo mediante la superación y el perfeccionamiento de nuestra personalidad, han de obtenerse los frutos regios de la felicidad, tanto individual como colectiva.

En una época difícil, como la que nos ha tocado vivir; en una etapa de lucha entre las ideas que sucumben y las que emergen; en un momento de cruce, donde los sistemas socioeconómicos se estremecen acosados por la vehemencia de destruir los privilegios y las desigualdades (aún no desterrados a pesar de los siglos y de las contiendas), la juventud tiene que alistarse en la definición precisa del destino que le aguarda para cimentar las bases firmes sobre las que se levanten infalibles y lumínicas las generaciones venideras del siglo XXI.

Esto es: tomar conciencia de su responsabilidad como humano de futuro. Aunque con frecuencia se piensa que un joven no puede opinar sobre los problemas fundamentales y trascendentes de la sociedad, y se le niega la oportunidad de expresar sus ideas renovantes –quizá sin experiencias, es cierto, pero que constituyen nobles fragancias del entusiasmo juvenil-, la juventud no debe cesar en su intento por tomar parte en la vida activa de los grupos sociales, ni rehuir a la obligación que tiene con lo humano, ya que debe encauzar cada una de sus inquietudes innovadoras tras la búsqueda del bien común.

La juventud, símbolo de vigor, de diafanidad, de belleza y de arrogancia, ha de ser la sementera donde germinen las nuevas concepciones de lo que cambiará la estructura de la sociedad. En ella deben fertilizarse las lozanías de sus espíritus para que –con la claridad de la inteligencia juvenil y su potencia dinámica, con el optimismo moral, cristalino e intenso, sin mancha alguna, de quienes emergen apenas a la existencia– pueda fructificar en los logros de un mundo nuevo, diferente al conocido.

Un mundo en cuyas superficies se levanten soberanas –no como simples estatuas, sino en la objetivación de los hechos- la verdad, la razón, la justicia, la comprensión y los valores eternos del hombre: bondad, lealtad, amor, creación, voluntad, solidaridad.

Para ello, la juventud es la indicada, porque lleva implícito el deseo de renovación, de transmutación de lo arcaico deleznable en lo futuro esplendente. La juventud, energía, ansia viva, entrega sin límites hacia una idea, hacia una acción, debe continuar propulsando los afanes cuyos destellos han sido el impulso de tantos hombres y mujeres.

Y si la juventud –floresta de la humanidad, la más cultivable, porque es fecunda– se propone darle vigorosidad y fragancia a la praxis que desde centurias anteriores ha sido manifestada por el pensamiento humano y deposita en la vida cotidiana la intensidad de sus sueños, ha de proseguir con ímpetus reestructurados la lucha consecución de lo que el ser humano, desde sus orígenes, ha anhelado; triunfo de la dignidad y de la magnanimidad humanas sobre la predeterminación de ser una mera entidad biológica, domeñable por las fuerzas oscuras de los ególatras ambiciosos.

Por eso, antes de iniciar la búsqueda por la realización de una sociedad neohumanística, nuestro alumnado necesita poseer la convicción de lo que significa el ser humano, concepto de hombres plenos, y así fincar las bases sólidas que conformen cada una de sus actividades como integrantes activos del sistema social en el que nos desarrollamos para perfeccionarlo.


*Doctor en Educación.