/ miércoles 9 de junio de 2021

Ajena a la realidad, Claudia Rivera fue presa fácil en la elección

Claudia Rivera Vivanco cometió muchos errores políticos una vez que asumió la presidencia municipal de Puebla, pero el principal de todos consistió en excluir de su entorno más cercano a colaboradores que la ubicaran en la realidad, que la sacaran de esa burbuja miope que interpreta el mundo y sus problemas a partir del activismo, siempre sesgado y radical en sus juicios, en sus planteamientos y en sus soluciones.

Hasta hoy, incluso después de la derrota electoral, Rivera Vivanco sigue enfundada en el traje de activista que no colgó en el ropero de casa ni para asumir la alcaldía de la capital en octubre de 2018, ignorante de esa premisa fundamental que ubica la naturaleza de los movimientos sociales como un ejercicio de acción ciudadana dirigido en contra de las autoridades legítimamente constituidas.

La activista que añoró ingresar a un movimiento para cambiar las condiciones del país tuvo que dejar de serlo al tomar las riendas del gobierno municipal para abrir su perspectiva y atender con eficiencia las necesidades de los poblanos, no nada más las de aquellos que integraban los colectivos hermanos de lucha social, muy respetables, sino la de todos, así fuesen rivales en Morena, simpatizantes de otros partidos políticos, fieles seguidores de la Vela Perpetua o, simplemente, “fifís”, como gusta de descalificar López Obrador.

Sin abandonar ideales, la edil debió entender que una autoridad gobierna para todos, y que esos todos esperan respuestas a demandas y necesidades, no pretextos, no ahorros, no inacción.

Claudia Rivera llegó a palacio municipal en una burbuja y se marchará igual, sin haber comprendido que la primera responsable del descalabro electoral sufrido el domingo en las urnas fue ella misma, inmersa en esa incapacidad para saber lo que ocurría a su alrededor, en el palacio y fuera de él, pero, sobre todo, para saber aquello que los poblanos, en su mayoría furiosos con su administración, opinaban de ella.

A tres años de distancia, ha quedado claro que la edil con licencia nunca tuvo información real en sus manos, en parte por esa soberbia que obnubila la vista de los personajes de poder, que creen saberlo todo, y en parte por ese séquito de colaboradores, igual de cerrados que ella, que se dieron sobadas de ego entre todos con el fin de proteger sus intereses y continuar en la ruta del privilegio.

Claudia, la activista, gobernó con activistas y académicos universitarios que rara vez o nunca tienen contacto con el mundo real, y sucumbió.

Tres años atrás, justo después de ganar la elección de 2018, la entonces presidenta municipal electa y sus asesores de cabecera se jactaban de haber triunfado en esa contienda gracias a todos ellos, la candidata y sus colaboradores, y al despliegue de una efectivísima e innovadora campaña electoral que había mandado a la lona al panista Eduardo Rivera Pérez.

Ni por asomo mencionaban el “efecto López Obrador”, que había sido factor ineludible del resultado electoral para el más obtuso de los observadores.

Esta soberbia frente a la victoria fue una primera muestra de eso que se convertiría en un estilo personal de gobernar.

Rivera Vivanco trazó su camino y se fue por ahí, sin hacer caso a las voces que le pedían reconsiderar o hacer ajustes que alcanzaran beneficios para una mayor cantidad de personas y sectores. En lugar de hacer un alto, escuchar y cambiar, hizo lo peor posible, descalificar a quienes no compartían su agenda, metiéndolos en ese costal de supuestos conservadores al que tanto recurre la cuatroté.

A eso hay que agregar la inexistencia de resultados visibles para unos ciudadanos acostumbrados a la alternancia, a echar a la calle al partido político que incumpla sus expectativas, y por primera vez, gracias al ejercicio de la reelección, al presidente municipal que no satisfaga las más elementales de sus demandas.

Durante los dos primeros años de administración no se supo qué hizo la presidenta por el municipio. Hasta entrado el tercer año comenzaron a verse algunas cosas, tímidos esfuerzos por mostrar una cara distinta del gobierno municipal, pero ya era tarde. Para entonces se había construido una narrativa pública que afirmaba, con claridad y contundencia, que el ayuntamiento emanado de la cuatroté no había hecho nada por la ciudad.

Por eso no fue casualidad que Rivera Pérez usara esa narrativa como línea discursiva de campaña en esta elección. Rodeado, él sí, de personas con experiencia, supo qué pensaban los electores y por ahí apretó, superándola al final por 21 puntos porcentuales.

Lo que parece inaudito es que Rivera Vivanco buscase la reelección en medio de esa inconformidad social, atizada además por el discurso beligerante de un presidente mexicano que cada vez tiene menos simpatizantes en los núcleos urbanos (regularmente más politizados e informados) del país.

Aquí vuelvo al principio. La burbuja del activismo mantuvo desinformada a la presidenta municipal y la volvió presa fácil de la oposición. Desoyó lo que opinaban acerca de ella y su ayuntamiento los habitantes de la ciudad y pensó que cierto nivel de movilización sería suficiente para quedarse otros tres años en la Comuna, antes, por supuesto, de competir por la gubernatura y ganar.

¿De dónde se puede construir semejante escenario con datos fidedignos en las manos? De ningún lado. La edil, que no tuvo información ni asesores que le mostraran la verdad, lo hizo y pagó las consecuencias.

La emisión del voto diferenciado confirma esta hipótesis. Los candidatos a diputados locales y federales de Morena obtuvieron en la ciudad 60 mil y 70 mil votos más que ella.

El gobernador Miguel Barbosa fue factor para restarle votos, sí, con esa operación que hizo a través de terceros hasta el último día de la contienda, pero no fue motivo ni causa fundamental de la derrota.

Twitter: @jorgerdzc

Claudia Rivera Vivanco cometió muchos errores políticos una vez que asumió la presidencia municipal de Puebla, pero el principal de todos consistió en excluir de su entorno más cercano a colaboradores que la ubicaran en la realidad, que la sacaran de esa burbuja miope que interpreta el mundo y sus problemas a partir del activismo, siempre sesgado y radical en sus juicios, en sus planteamientos y en sus soluciones.

Hasta hoy, incluso después de la derrota electoral, Rivera Vivanco sigue enfundada en el traje de activista que no colgó en el ropero de casa ni para asumir la alcaldía de la capital en octubre de 2018, ignorante de esa premisa fundamental que ubica la naturaleza de los movimientos sociales como un ejercicio de acción ciudadana dirigido en contra de las autoridades legítimamente constituidas.

La activista que añoró ingresar a un movimiento para cambiar las condiciones del país tuvo que dejar de serlo al tomar las riendas del gobierno municipal para abrir su perspectiva y atender con eficiencia las necesidades de los poblanos, no nada más las de aquellos que integraban los colectivos hermanos de lucha social, muy respetables, sino la de todos, así fuesen rivales en Morena, simpatizantes de otros partidos políticos, fieles seguidores de la Vela Perpetua o, simplemente, “fifís”, como gusta de descalificar López Obrador.

Sin abandonar ideales, la edil debió entender que una autoridad gobierna para todos, y que esos todos esperan respuestas a demandas y necesidades, no pretextos, no ahorros, no inacción.

Claudia Rivera llegó a palacio municipal en una burbuja y se marchará igual, sin haber comprendido que la primera responsable del descalabro electoral sufrido el domingo en las urnas fue ella misma, inmersa en esa incapacidad para saber lo que ocurría a su alrededor, en el palacio y fuera de él, pero, sobre todo, para saber aquello que los poblanos, en su mayoría furiosos con su administración, opinaban de ella.

A tres años de distancia, ha quedado claro que la edil con licencia nunca tuvo información real en sus manos, en parte por esa soberbia que obnubila la vista de los personajes de poder, que creen saberlo todo, y en parte por ese séquito de colaboradores, igual de cerrados que ella, que se dieron sobadas de ego entre todos con el fin de proteger sus intereses y continuar en la ruta del privilegio.

Claudia, la activista, gobernó con activistas y académicos universitarios que rara vez o nunca tienen contacto con el mundo real, y sucumbió.

Tres años atrás, justo después de ganar la elección de 2018, la entonces presidenta municipal electa y sus asesores de cabecera se jactaban de haber triunfado en esa contienda gracias a todos ellos, la candidata y sus colaboradores, y al despliegue de una efectivísima e innovadora campaña electoral que había mandado a la lona al panista Eduardo Rivera Pérez.

Ni por asomo mencionaban el “efecto López Obrador”, que había sido factor ineludible del resultado electoral para el más obtuso de los observadores.

Esta soberbia frente a la victoria fue una primera muestra de eso que se convertiría en un estilo personal de gobernar.

Rivera Vivanco trazó su camino y se fue por ahí, sin hacer caso a las voces que le pedían reconsiderar o hacer ajustes que alcanzaran beneficios para una mayor cantidad de personas y sectores. En lugar de hacer un alto, escuchar y cambiar, hizo lo peor posible, descalificar a quienes no compartían su agenda, metiéndolos en ese costal de supuestos conservadores al que tanto recurre la cuatroté.

A eso hay que agregar la inexistencia de resultados visibles para unos ciudadanos acostumbrados a la alternancia, a echar a la calle al partido político que incumpla sus expectativas, y por primera vez, gracias al ejercicio de la reelección, al presidente municipal que no satisfaga las más elementales de sus demandas.

Durante los dos primeros años de administración no se supo qué hizo la presidenta por el municipio. Hasta entrado el tercer año comenzaron a verse algunas cosas, tímidos esfuerzos por mostrar una cara distinta del gobierno municipal, pero ya era tarde. Para entonces se había construido una narrativa pública que afirmaba, con claridad y contundencia, que el ayuntamiento emanado de la cuatroté no había hecho nada por la ciudad.

Por eso no fue casualidad que Rivera Pérez usara esa narrativa como línea discursiva de campaña en esta elección. Rodeado, él sí, de personas con experiencia, supo qué pensaban los electores y por ahí apretó, superándola al final por 21 puntos porcentuales.

Lo que parece inaudito es que Rivera Vivanco buscase la reelección en medio de esa inconformidad social, atizada además por el discurso beligerante de un presidente mexicano que cada vez tiene menos simpatizantes en los núcleos urbanos (regularmente más politizados e informados) del país.

Aquí vuelvo al principio. La burbuja del activismo mantuvo desinformada a la presidenta municipal y la volvió presa fácil de la oposición. Desoyó lo que opinaban acerca de ella y su ayuntamiento los habitantes de la ciudad y pensó que cierto nivel de movilización sería suficiente para quedarse otros tres años en la Comuna, antes, por supuesto, de competir por la gubernatura y ganar.

¿De dónde se puede construir semejante escenario con datos fidedignos en las manos? De ningún lado. La edil, que no tuvo información ni asesores que le mostraran la verdad, lo hizo y pagó las consecuencias.

La emisión del voto diferenciado confirma esta hipótesis. Los candidatos a diputados locales y federales de Morena obtuvieron en la ciudad 60 mil y 70 mil votos más que ella.

El gobernador Miguel Barbosa fue factor para restarle votos, sí, con esa operación que hizo a través de terceros hasta el último día de la contienda, pero no fue motivo ni causa fundamental de la derrota.

Twitter: @jorgerdzc