/ martes 19 de marzo de 2019

Amapola, lindísima amapola

Me aseguran que hace ya muchos años el camellón central de la avenida Reforma, una de las más bellas y emblemáticas de la ciudad de México, lucía bellamente adornada con flores rojas de amapola, que eran traídas expresamente de zonas montañosas de los Estados de Guerrero y Oaxaca.

Casi nadie sabía entonces que esa planta, cuya denominación científica es adormidera o papaver somniferum, y que puede llegar a crecer hasta un metro y medio, tiene no solo múltiples propiedades medicinales, sino que también es una de las drogas más lesivas del planeta.

Días después de su siembra autoridades capitalinas tuvieron que retirar presurosamente las amapolas sembradas como ornamento, al ser advertidas por la Secretaria de la Defensa Nacional sobre los riesgos de aquella ingenua y contradictoria decisión.

Más allá de lo que pudiera ser un hecho meramente anecdótico, lo absolutamente cierto es que los derivados de la amapola son altamente cotizados en el mercado farmacéutico internacional, pero también entre grupos delictivos que los comercializan entre consumidores, mayoritariamente estadounidenses.

Y es que de la pulpa de la planta de amapola se extrae el opio, de cuyo derivado mediante tratamiento químico se obtiene la morfina, codeína y tebaína, productos indispensables en procedimientos médicos y quirúrgicos como control de diversos padecimientos agudos o crónicos.

Pero también han sido utilizados ancestralmente sin control alguno, por ello el opio y sus derivados representan el centro del sistema internacional de control de drogas desde comienzos del siglo XX, que busca garantizar el acceso universal a medicinas esenciales y al mismo tiempo evitar su abuso y comercialización ilegal.

Fatalmente, también es cierto que nuestro país es, por mucho, uno de los principales proveedores de la goma de opio, al disponer, según el más reciente recuento, una superficie de cultivo ilícito de amapola que rebasa las 30 mil hectáreas, ubicadas principalmente en el llamado “triángulo dorado”, conformado por los Estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, y menor proporción, en Oaxaca y Guerrero, cuyo destino es utilizado al margen de la legalidad.

La siembra de amapola es una alternativa de ingresos rápidos y constantes para los narcotraficantes, ya que los ciclos de cuatro meses entre la siembra y recolección permiten hasta tres cosechas al año con muy poca inversión.

Miles de familias de esas entidades se dedican a la siembra y cultivo bajo el patrocinio de grupos delincuenciales, que obtienen ganancias millonarias con el tratamiento y trasiego de la droga a la Unión Americana.

Es común que los campesinos sean obligados bajo amenaza a la siembra y cuidado de los plantíos ubicados en zonas de difícil acceso. Sus ganancias son mínimas y el riesgo muy alto, ya que en operativos policiacos o militares son ellos los que terminan encarcelados.

Por todo ello adquiere relevancia el foro celebrado la semana pasada “Regulación de la amapola: retos y perspectivas”, organizado por el Senado, ante la expectativa de legalizar el uso de la amapola en los ámbitos medicinal y científico.

Si bien llega tarde, la eventual legalización del uso de la amapola en México, como ocurre ya de manera incipiente con la marihuana, tiene una importancia incuestionable, sobre todo ante el acreditado fracaso de la política punitiva que prevaleció durante larga época, que derivó en la frustrada guerra contra las drogas y su secuela de hechos sanguinarios.

Es tiempo de no criminalizar a los campesinos toda vez que se dedican a la siembra como única opción de subsistencia, y también de dar un giro a la fallida estrategia de erradicación forzosa en la que por más de 30 años participaron militares y policías federales, además de equipos especiales de avionetas y helicópteros para los operativos de aspersión de los que, valga la acotación, fui testigo en múltiples ocasiones como servidor público durante los años ochenta.

Es momento pues de explorar las causas, como ya se insinuaba desde entonces y ahora lo recomienda la Junta de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, así como las implicaciones sociales, económicas y de seguridad pública que se derivan de este fenómeno social.

La pretensión mayor sería que además de dar amnistía a campesinos obligados a trabajar para el narcotráfico, tengan ellos el incentivo de mantener sus cultivos pero dentro de la base de la legalidad.

Dicho de otro modo, la propuesta integral es que pueda recobrarse el control del territorio nacional y el Estado de derecho, al tiempo de impulsar programas de cultivo alternativo, y crear un programa que promueva el acceso controlado a los medicamentos para cuidados paliativos.

(*) “Amapola, como puedes vivir tan sola; Amapola, lindísima amapola, no seas tan ingrata y ámame…”, párrafos de la bella canción de los años veinte, atribuida a Luis Roldán y José Lacalle, e interpretada entre otras figuras por Miguel Fletas, Sara Montiel, Andrea Bocelli y Plácido Domingo)







Me aseguran que hace ya muchos años el camellón central de la avenida Reforma, una de las más bellas y emblemáticas de la ciudad de México, lucía bellamente adornada con flores rojas de amapola, que eran traídas expresamente de zonas montañosas de los Estados de Guerrero y Oaxaca.

Casi nadie sabía entonces que esa planta, cuya denominación científica es adormidera o papaver somniferum, y que puede llegar a crecer hasta un metro y medio, tiene no solo múltiples propiedades medicinales, sino que también es una de las drogas más lesivas del planeta.

Días después de su siembra autoridades capitalinas tuvieron que retirar presurosamente las amapolas sembradas como ornamento, al ser advertidas por la Secretaria de la Defensa Nacional sobre los riesgos de aquella ingenua y contradictoria decisión.

Más allá de lo que pudiera ser un hecho meramente anecdótico, lo absolutamente cierto es que los derivados de la amapola son altamente cotizados en el mercado farmacéutico internacional, pero también entre grupos delictivos que los comercializan entre consumidores, mayoritariamente estadounidenses.

Y es que de la pulpa de la planta de amapola se extrae el opio, de cuyo derivado mediante tratamiento químico se obtiene la morfina, codeína y tebaína, productos indispensables en procedimientos médicos y quirúrgicos como control de diversos padecimientos agudos o crónicos.

Pero también han sido utilizados ancestralmente sin control alguno, por ello el opio y sus derivados representan el centro del sistema internacional de control de drogas desde comienzos del siglo XX, que busca garantizar el acceso universal a medicinas esenciales y al mismo tiempo evitar su abuso y comercialización ilegal.

Fatalmente, también es cierto que nuestro país es, por mucho, uno de los principales proveedores de la goma de opio, al disponer, según el más reciente recuento, una superficie de cultivo ilícito de amapola que rebasa las 30 mil hectáreas, ubicadas principalmente en el llamado “triángulo dorado”, conformado por los Estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, y menor proporción, en Oaxaca y Guerrero, cuyo destino es utilizado al margen de la legalidad.

La siembra de amapola es una alternativa de ingresos rápidos y constantes para los narcotraficantes, ya que los ciclos de cuatro meses entre la siembra y recolección permiten hasta tres cosechas al año con muy poca inversión.

Miles de familias de esas entidades se dedican a la siembra y cultivo bajo el patrocinio de grupos delincuenciales, que obtienen ganancias millonarias con el tratamiento y trasiego de la droga a la Unión Americana.

Es común que los campesinos sean obligados bajo amenaza a la siembra y cuidado de los plantíos ubicados en zonas de difícil acceso. Sus ganancias son mínimas y el riesgo muy alto, ya que en operativos policiacos o militares son ellos los que terminan encarcelados.

Por todo ello adquiere relevancia el foro celebrado la semana pasada “Regulación de la amapola: retos y perspectivas”, organizado por el Senado, ante la expectativa de legalizar el uso de la amapola en los ámbitos medicinal y científico.

Si bien llega tarde, la eventual legalización del uso de la amapola en México, como ocurre ya de manera incipiente con la marihuana, tiene una importancia incuestionable, sobre todo ante el acreditado fracaso de la política punitiva que prevaleció durante larga época, que derivó en la frustrada guerra contra las drogas y su secuela de hechos sanguinarios.

Es tiempo de no criminalizar a los campesinos toda vez que se dedican a la siembra como única opción de subsistencia, y también de dar un giro a la fallida estrategia de erradicación forzosa en la que por más de 30 años participaron militares y policías federales, además de equipos especiales de avionetas y helicópteros para los operativos de aspersión de los que, valga la acotación, fui testigo en múltiples ocasiones como servidor público durante los años ochenta.

Es momento pues de explorar las causas, como ya se insinuaba desde entonces y ahora lo recomienda la Junta de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, así como las implicaciones sociales, económicas y de seguridad pública que se derivan de este fenómeno social.

La pretensión mayor sería que además de dar amnistía a campesinos obligados a trabajar para el narcotráfico, tengan ellos el incentivo de mantener sus cultivos pero dentro de la base de la legalidad.

Dicho de otro modo, la propuesta integral es que pueda recobrarse el control del territorio nacional y el Estado de derecho, al tiempo de impulsar programas de cultivo alternativo, y crear un programa que promueva el acceso controlado a los medicamentos para cuidados paliativos.

(*) “Amapola, como puedes vivir tan sola; Amapola, lindísima amapola, no seas tan ingrata y ámame…”, párrafos de la bella canción de los años veinte, atribuida a Luis Roldán y José Lacalle, e interpretada entre otras figuras por Miguel Fletas, Sara Montiel, Andrea Bocelli y Plácido Domingo)