/ domingo 13 de octubre de 2019

Andaban los tiempos recios

El inquisidor general Fernando de Valdés, por medio de su Índice del año 1559, mandó recoger y quemar los libros que consideró sospechosos de herejía y prohibió la lectura de obras espirituales que leyó y leía la madre Teresa de Ávila.

En el libro de la “Vida”, escribió la Santa que:

Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar los [escritos] en latín, me dijo el Señor: “No tengas pena, que yo te daré libro vivo” (V 26, 6).


Salta ante nosotros, como liebre teológica, la pregunta: ¿qué es o quién es el “libro vivo”? -¿Será acaso el conjunto de los actos y pensamientos de la Santa? O, tal vez, ¿los actos de Cristo relatados en los evangelios, o la sabiduría infusa de Dios en la mente de su dilecta creatura?

Sin más especulaciones: el “libro vivo” es la gracia. Pero, ¿cómo acceder a las páginas de ese libro en estos tiempos de miseria filosófica y penuria material? ¿Es posible todavía para nosotros?

&

Por muchos caminos lleva Dios (o la Providencia, la Fortuna o la Vida) a las almas hacia su destino.

Sin duda, vivimos un nuevo estadio de la historia de la raza humana, nos estamos convirtiendo en seres ‘globales’, es decir, mundiales, homogéneos, iguales por dentro y por fuera, que habitamos un mundo único en su mediocre catálogo de posibilidades de realización. Todos los seres humanos se han convertido en miembros de una comunidad única representada por las redes sociales y el Smartphone.

Ese objeto llamado ‘teléfono celular’ es la marca de una nueva raza humana, de un nuevo conglomerado de seres discapacitados neurológicamente. Esa computadora portátil es un “exo-cerebro”, un “cerebro extra-craneal-tecnológico” que suple las funciones del cerebro orgánico degradando el espectro intelectual, corrompiendo la sensibilidad estética y anulando la dimensión metafísica del hombre. El Smartphone ha creado un contingente mundial de esclavos del capitalismo, del Oro plutónico, del Imperio de Mammón.

En este contexto, el profesor Reyes Mate, en su obra “El ateísmo, un problema político (y económico): el fenómeno del ateísmo en el contexto teológico y político del concilio Vaticano I” [Ediciones Sígueme, Salamanca, 1973] ha escrito que la transformación de la condición humana operada por el desarrollo global del mercado capitalista ha erradicado del corazón de los hombres las necesidades religiosas (“…los hombres ya no podemos percibir lo divino…”) y ha sustituido el pensamiento teológico por una pócima de vulgaridad, paganismo mercantil y sensiblería egocéntrica. Y, además, razonando radicalmente, postula que el hombre tradicional occidental ha muerto ya en el siglo XX, después de que en el XIX murió Dios.

En el prólogo, escribe J.B. Metz: “Una teología que tenga conciencia de su responsabilidad crítica respecto a la fe cristiana y a su tradición, no puede pasar por alto las implicaciones prácticas y sociales de su reflexión; ni la lógica de la teología puede hacer abstracción de los problemas que plantean ante su existencia pública los sistemas de pensamiento como del Derecho y de la Libertad, en estos tiempos de intensa mutación.” En efecto, tiene razón Metz, pero también es necesario crear una “antropología filosófica de la muerte del hombre” ahora que, en este erial, todavía es posible el pensamiento metafísico.

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En el primer fragmento de esta divagación concluimos con una leve esperanza. En el segundo, en negra pesadilla de condenación. Hermano lector, elige.

El inquisidor general Fernando de Valdés, por medio de su Índice del año 1559, mandó recoger y quemar los libros que consideró sospechosos de herejía y prohibió la lectura de obras espirituales que leyó y leía la madre Teresa de Ávila.

En el libro de la “Vida”, escribió la Santa que:

Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar los [escritos] en latín, me dijo el Señor: “No tengas pena, que yo te daré libro vivo” (V 26, 6).


Salta ante nosotros, como liebre teológica, la pregunta: ¿qué es o quién es el “libro vivo”? -¿Será acaso el conjunto de los actos y pensamientos de la Santa? O, tal vez, ¿los actos de Cristo relatados en los evangelios, o la sabiduría infusa de Dios en la mente de su dilecta creatura?

Sin más especulaciones: el “libro vivo” es la gracia. Pero, ¿cómo acceder a las páginas de ese libro en estos tiempos de miseria filosófica y penuria material? ¿Es posible todavía para nosotros?

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Por muchos caminos lleva Dios (o la Providencia, la Fortuna o la Vida) a las almas hacia su destino.

Sin duda, vivimos un nuevo estadio de la historia de la raza humana, nos estamos convirtiendo en seres ‘globales’, es decir, mundiales, homogéneos, iguales por dentro y por fuera, que habitamos un mundo único en su mediocre catálogo de posibilidades de realización. Todos los seres humanos se han convertido en miembros de una comunidad única representada por las redes sociales y el Smartphone.

Ese objeto llamado ‘teléfono celular’ es la marca de una nueva raza humana, de un nuevo conglomerado de seres discapacitados neurológicamente. Esa computadora portátil es un “exo-cerebro”, un “cerebro extra-craneal-tecnológico” que suple las funciones del cerebro orgánico degradando el espectro intelectual, corrompiendo la sensibilidad estética y anulando la dimensión metafísica del hombre. El Smartphone ha creado un contingente mundial de esclavos del capitalismo, del Oro plutónico, del Imperio de Mammón.

En este contexto, el profesor Reyes Mate, en su obra “El ateísmo, un problema político (y económico): el fenómeno del ateísmo en el contexto teológico y político del concilio Vaticano I” [Ediciones Sígueme, Salamanca, 1973] ha escrito que la transformación de la condición humana operada por el desarrollo global del mercado capitalista ha erradicado del corazón de los hombres las necesidades religiosas (“…los hombres ya no podemos percibir lo divino…”) y ha sustituido el pensamiento teológico por una pócima de vulgaridad, paganismo mercantil y sensiblería egocéntrica. Y, además, razonando radicalmente, postula que el hombre tradicional occidental ha muerto ya en el siglo XX, después de que en el XIX murió Dios.

En el prólogo, escribe J.B. Metz: “Una teología que tenga conciencia de su responsabilidad crítica respecto a la fe cristiana y a su tradición, no puede pasar por alto las implicaciones prácticas y sociales de su reflexión; ni la lógica de la teología puede hacer abstracción de los problemas que plantean ante su existencia pública los sistemas de pensamiento como del Derecho y de la Libertad, en estos tiempos de intensa mutación.” En efecto, tiene razón Metz, pero también es necesario crear una “antropología filosófica de la muerte del hombre” ahora que, en este erial, todavía es posible el pensamiento metafísico.

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En el primer fragmento de esta divagación concluimos con una leve esperanza. En el segundo, en negra pesadilla de condenación. Hermano lector, elige.