/ domingo 30 de junio de 2019

¡Ante la cultura de la vida, ni un paso atrás! (Tercera parte)

“Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral.”

Simón Bolívar


A lo largo de mi vida he tenido pláticas-sesiones con hombres y mujeres adultos, jóvenes y adolescentes sumergidos en las drogas, alcohol, sexo; también con homosexuales y lesbianas. Les ha llegado un momento en que no soportan su estado de infelicidad y buscan una forma de escapar.

Las pláticas se han dado en varios entornos en los roles que me he desenvuelto como consejero, periodista, como profesor, padrino de Cuarto y Quinto paso, como católico misionero; como coach ontológico; y, por supuesto con amigos y amigas e incluso familiares.

Me ha llamado la atención que al preguntarles sobre si sus allegados conocen de sus preferencias (alcohol, droga, sexo desenfrenados), la mayoría, salvo aquellos que se hacen obvios como el tomar licor -sobre todo-, dicen que la familia no lo sabía.

Una búsqueda objetiva ha sido si les gustaría que lo supieran. La mayoría ha dicho que sí; el asunto son los tabúes. Dicen que, a no ser por eso, no les importaría que lo supieran. Otra pregunta recurrente ha sido: ¿Te gustaría que tus familiares tuvieran tu misma inclinación? La respuesta la dan sus ojos, les brillan. O sea, claro que sí quisieran que también lo hicieran los demás. ¿Por qué razón? La respuesta ha sido de sentido común, “porque así ya no tendrían que ocultarse más”.

Todos, sin excepción, han sostenido que su preferencia la aprendieron por convivencia o fueron inducidos; o, por las circunstancias. Me han dicho que al principio les ha costado trabajo aceptarlo, pero después lo disfrutan cuando están con otras personas de su misma preferencia.

Con esta narración testimonial, cierta de toda verdad, lo que pretendo sustentar es que hay una tendencia a envolver a los demás en lo que creemos y practicamos. Yo hago lo propio con mis creencias. Es una actitud humana normal. Muchas veces cuesta sostenerse por los prejuicios. Esto es válido en las diferentes manifestaciones humanas, mayormente en aquellas que no son aceptadas públicamente.

En esto se incluye no sólo actos impúdicos, sino también hasta los actos púdicos. Pues, para decirles que hace dos mil años los cristianos se ocultaban porque eran perseguidos por hablar de las obras de Jesús. Sabemos que él mismo fue crucificado por sus manifestaciones espirituales.

La diferencia sustancial entre los hábitos derivados de ambas formas de satisfacción es que unas apuntan a actos de desenfreno que van contra la existencia humana producto del egoísmo, para un gozo únicamente corporal, material, que al final los hace desdichados; mientras que la otra fórmula es una manifestación de amor y altruismo que invita a vivir mejor desde el interior y, por supuesto, el exterior; se vive con júbilo.

Hoy, estamos volviendo a esos primeros tiempos de la era cristiana. Hablar de ética y moral, de integridad, pudor, juicios, es como nadar contra la corriente. Están creando, mediante mecanismos ideológicos y muchos recursos económicos donados a través de las organizaciones pro-trastornos, que nos silenciemos e incluso nos escondamos.

Con la actitud utilitarista en sus preferencias, difunden el falso argumento de anacrónicos, anticuados, malos, perversos. Esgrimen que no se les deja vivir como les da la gana. Quieren envolver a la humanidad en sus propensiones.

Muchos cayeron en la trampa que era mejor no hablar de religión ni política, ni ética, ni moral, ni nada que ocasionara polémica por aburrido o fastidioso. Pero, al tiempo que unos huyeron de las pláticas prudentes otros han ido imponiendo su agenda gris. (Sigue)


*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; twiter: @jdelrsf

“Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral.”

Simón Bolívar


A lo largo de mi vida he tenido pláticas-sesiones con hombres y mujeres adultos, jóvenes y adolescentes sumergidos en las drogas, alcohol, sexo; también con homosexuales y lesbianas. Les ha llegado un momento en que no soportan su estado de infelicidad y buscan una forma de escapar.

Las pláticas se han dado en varios entornos en los roles que me he desenvuelto como consejero, periodista, como profesor, padrino de Cuarto y Quinto paso, como católico misionero; como coach ontológico; y, por supuesto con amigos y amigas e incluso familiares.

Me ha llamado la atención que al preguntarles sobre si sus allegados conocen de sus preferencias (alcohol, droga, sexo desenfrenados), la mayoría, salvo aquellos que se hacen obvios como el tomar licor -sobre todo-, dicen que la familia no lo sabía.

Una búsqueda objetiva ha sido si les gustaría que lo supieran. La mayoría ha dicho que sí; el asunto son los tabúes. Dicen que, a no ser por eso, no les importaría que lo supieran. Otra pregunta recurrente ha sido: ¿Te gustaría que tus familiares tuvieran tu misma inclinación? La respuesta la dan sus ojos, les brillan. O sea, claro que sí quisieran que también lo hicieran los demás. ¿Por qué razón? La respuesta ha sido de sentido común, “porque así ya no tendrían que ocultarse más”.

Todos, sin excepción, han sostenido que su preferencia la aprendieron por convivencia o fueron inducidos; o, por las circunstancias. Me han dicho que al principio les ha costado trabajo aceptarlo, pero después lo disfrutan cuando están con otras personas de su misma preferencia.

Con esta narración testimonial, cierta de toda verdad, lo que pretendo sustentar es que hay una tendencia a envolver a los demás en lo que creemos y practicamos. Yo hago lo propio con mis creencias. Es una actitud humana normal. Muchas veces cuesta sostenerse por los prejuicios. Esto es válido en las diferentes manifestaciones humanas, mayormente en aquellas que no son aceptadas públicamente.

En esto se incluye no sólo actos impúdicos, sino también hasta los actos púdicos. Pues, para decirles que hace dos mil años los cristianos se ocultaban porque eran perseguidos por hablar de las obras de Jesús. Sabemos que él mismo fue crucificado por sus manifestaciones espirituales.

La diferencia sustancial entre los hábitos derivados de ambas formas de satisfacción es que unas apuntan a actos de desenfreno que van contra la existencia humana producto del egoísmo, para un gozo únicamente corporal, material, que al final los hace desdichados; mientras que la otra fórmula es una manifestación de amor y altruismo que invita a vivir mejor desde el interior y, por supuesto, el exterior; se vive con júbilo.

Hoy, estamos volviendo a esos primeros tiempos de la era cristiana. Hablar de ética y moral, de integridad, pudor, juicios, es como nadar contra la corriente. Están creando, mediante mecanismos ideológicos y muchos recursos económicos donados a través de las organizaciones pro-trastornos, que nos silenciemos e incluso nos escondamos.

Con la actitud utilitarista en sus preferencias, difunden el falso argumento de anacrónicos, anticuados, malos, perversos. Esgrimen que no se les deja vivir como les da la gana. Quieren envolver a la humanidad en sus propensiones.

Muchos cayeron en la trampa que era mejor no hablar de religión ni política, ni ética, ni moral, ni nada que ocasionara polémica por aburrido o fastidioso. Pero, al tiempo que unos huyeron de las pláticas prudentes otros han ido imponiendo su agenda gris. (Sigue)


*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; twiter: @jdelrsf