/ jueves 16 de junio de 2022

Ante tantos ataques ¿vale la pena ser taurino?

Ser aficionado a los toros se ha vuelto toda una proeza, buena parte de la población está en contra de las corridas y lo manifiesta con un resentimiento notable. La tendencia “neopuritana” censura totalmente este espectáculo y los gobiernos se tornan populistas al apoyar un prohibicionismo nocivo, es entonces que cabe la interrogante acerca de por qué continuar con esta afición.


Recientemente fue noticia la suspensión definitiva respecto a la prohibición de espectáculos taurinos en la Ciudad de México, tema que nuevamente abre un debate sumamente intenso. Creo que no hay discusión más apasionada que la relativa a la continuidad de la fiesta de sangre y arena, pero al mismo tiempo, creo que los argumentos son claros para tomar partido o al menos para no prohibir algo que obviamente no les gusta a todos, pero que no debe ser censurado.

Personalmente yo he sido víctima de insultos, groserías, amenazas y hasta rompimientos amorosos por mi afición a los toros. Al igual que muchos taurinos, somos odiados como si hubiésemos cometido graves delitos, por lo que esto resulta incómodo y nos pone en una reflexión.

Bien podría hacer como muchos políticos y ponerme a hablar de bienestar animal, o como hizo Claudia Rivera, quien ante su pésima administración se le hizo fácil hacer una propuesta que quisiera limpiar su imagen. Para mí sería muy fácil subir anuncios de adopción o comprar croquetas y dárselas a un perro callejero para querer aparentar ser buena persona. Igualmente me podría manifestar en contra de la fiesta brava bajo una supuesta bandera del ecologismo, tal vez eso me haría más querido, pero no lo hago por una simple razón: yo sé que el movimiento antitaurino representa al prohibicionismo, la ignorancia, el resentimiento social, el populismo y, sobre todo, la condena a la extinción a la criatura más hermosa del planeta (Hemingway). Comparto la opinión de Sergio Sarmiento que dice: si los moralistas realmente quisieran evitar la crueldad a los animales deberían volverse veganos, pero no, prefieren prohibir la fiesta brava porque son cobardes: aceptan el sacrificio de animales, siempre y cuando no tengan que verlo.

Vale la pena ser taurino porque la fiesta recoge una tradición enorme, con fundamentos muy profundos que la hacen ser la fiesta más culta del mundo. La tauromaquia enseña el respeto al rival, cosa que ya no vemos actualmente en una sociedad donde cualquier cosa es pretexto para golpear hasta la muerte y donde las ejecuciones del crimen organizado resultan extremadamente obscenas.

Estar del lado taurino es coincidir con grandes y reconocidos autores que reconocen el valor de la fiesta brava, intelectuales que no tiene el movimiento antitaurino.

Ser aficionado a los toros implica tener cultura y no estar del lado de la ignorancia grosera en la que vive la mayoría de los antis, situación que solo los lleva a inundar las redes de insultos sin un solo argumento válido.

Querer a la fiesta es ser plural y respetuoso, ningún taurino quiere prohibir que una persona traiga un perro victimizado a bordo de una carriola, porque sabe que eso es un ejercicio de la libertad, así como lo es gritar un olé en una plaza.

Vivir la pasión de la sangre y arena, hasta en un modo amateur, nos da fuerza para enfrentar las adversidades, recordando que la nos jugamos la vida a diario.

Ser taurino es reconocer una identidad nacional mediante las corridas, recordando que la tauromaquia mexicana tiene estilo y tradición propias, es decir, es tan nuestra como la propia Guadalupana. Para los que son cristianos, recordemos la intrínseca relación entre esa religión y la tauromaquia.

Querer corridas de toros significa cuidar el medio ambiente, ya que los campos de crianza son auténticos santuarios donde el toro vive en la mayor plenitud, coexistiendo una exquisita flora y fauna, muy diferentes a esos supuestos refugios donde los perros viven en condiciones deplorables.

Ser taurino es defender una derrama económica de 6,900 millones de pesos, pero sobre todo, es cuidar a una especie maravillosa y evitar que se acabe, así como dejaron de existir los animales que estaban en los circos y que fueron retirados de ahí por una medida absurda del Partido Verde.

Ser taurino es gozar una tarde soleada, viendo a un animal que solo puede existir en la dimensión del binomio de matar o morir, luchando lealmente contra un hombre vestido como un rey, jugándose la vida y recordando la relación entre civilidad, estética, valentía y bravura, elementos que no comprenden todos, pero que evidentemente tienen mucho valor y por eso hay que luchar por ellos, pese a esa especie de barbarie que vivimos hoy.

Por todo lo anterior me declaro orgullosamente taurino, sabiendo que la cultura, la historia, la filosofía y la preservación del burel me dan la razón, olé.


Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; síganme en facebook por mi nombre y en twitter: @vicente_aven.


Ser aficionado a los toros se ha vuelto toda una proeza, buena parte de la población está en contra de las corridas y lo manifiesta con un resentimiento notable. La tendencia “neopuritana” censura totalmente este espectáculo y los gobiernos se tornan populistas al apoyar un prohibicionismo nocivo, es entonces que cabe la interrogante acerca de por qué continuar con esta afición.


Recientemente fue noticia la suspensión definitiva respecto a la prohibición de espectáculos taurinos en la Ciudad de México, tema que nuevamente abre un debate sumamente intenso. Creo que no hay discusión más apasionada que la relativa a la continuidad de la fiesta de sangre y arena, pero al mismo tiempo, creo que los argumentos son claros para tomar partido o al menos para no prohibir algo que obviamente no les gusta a todos, pero que no debe ser censurado.

Personalmente yo he sido víctima de insultos, groserías, amenazas y hasta rompimientos amorosos por mi afición a los toros. Al igual que muchos taurinos, somos odiados como si hubiésemos cometido graves delitos, por lo que esto resulta incómodo y nos pone en una reflexión.

Bien podría hacer como muchos políticos y ponerme a hablar de bienestar animal, o como hizo Claudia Rivera, quien ante su pésima administración se le hizo fácil hacer una propuesta que quisiera limpiar su imagen. Para mí sería muy fácil subir anuncios de adopción o comprar croquetas y dárselas a un perro callejero para querer aparentar ser buena persona. Igualmente me podría manifestar en contra de la fiesta brava bajo una supuesta bandera del ecologismo, tal vez eso me haría más querido, pero no lo hago por una simple razón: yo sé que el movimiento antitaurino representa al prohibicionismo, la ignorancia, el resentimiento social, el populismo y, sobre todo, la condena a la extinción a la criatura más hermosa del planeta (Hemingway). Comparto la opinión de Sergio Sarmiento que dice: si los moralistas realmente quisieran evitar la crueldad a los animales deberían volverse veganos, pero no, prefieren prohibir la fiesta brava porque son cobardes: aceptan el sacrificio de animales, siempre y cuando no tengan que verlo.

Vale la pena ser taurino porque la fiesta recoge una tradición enorme, con fundamentos muy profundos que la hacen ser la fiesta más culta del mundo. La tauromaquia enseña el respeto al rival, cosa que ya no vemos actualmente en una sociedad donde cualquier cosa es pretexto para golpear hasta la muerte y donde las ejecuciones del crimen organizado resultan extremadamente obscenas.

Estar del lado taurino es coincidir con grandes y reconocidos autores que reconocen el valor de la fiesta brava, intelectuales que no tiene el movimiento antitaurino.

Ser aficionado a los toros implica tener cultura y no estar del lado de la ignorancia grosera en la que vive la mayoría de los antis, situación que solo los lleva a inundar las redes de insultos sin un solo argumento válido.

Querer a la fiesta es ser plural y respetuoso, ningún taurino quiere prohibir que una persona traiga un perro victimizado a bordo de una carriola, porque sabe que eso es un ejercicio de la libertad, así como lo es gritar un olé en una plaza.

Vivir la pasión de la sangre y arena, hasta en un modo amateur, nos da fuerza para enfrentar las adversidades, recordando que la nos jugamos la vida a diario.

Ser taurino es reconocer una identidad nacional mediante las corridas, recordando que la tauromaquia mexicana tiene estilo y tradición propias, es decir, es tan nuestra como la propia Guadalupana. Para los que son cristianos, recordemos la intrínseca relación entre esa religión y la tauromaquia.

Querer corridas de toros significa cuidar el medio ambiente, ya que los campos de crianza son auténticos santuarios donde el toro vive en la mayor plenitud, coexistiendo una exquisita flora y fauna, muy diferentes a esos supuestos refugios donde los perros viven en condiciones deplorables.

Ser taurino es defender una derrama económica de 6,900 millones de pesos, pero sobre todo, es cuidar a una especie maravillosa y evitar que se acabe, así como dejaron de existir los animales que estaban en los circos y que fueron retirados de ahí por una medida absurda del Partido Verde.

Ser taurino es gozar una tarde soleada, viendo a un animal que solo puede existir en la dimensión del binomio de matar o morir, luchando lealmente contra un hombre vestido como un rey, jugándose la vida y recordando la relación entre civilidad, estética, valentía y bravura, elementos que no comprenden todos, pero que evidentemente tienen mucho valor y por eso hay que luchar por ellos, pese a esa especie de barbarie que vivimos hoy.

Por todo lo anterior me declaro orgullosamente taurino, sabiendo que la cultura, la historia, la filosofía y la preservación del burel me dan la razón, olé.


Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; síganme en facebook por mi nombre y en twitter: @vicente_aven.