/ domingo 5 de agosto de 2018

Autoayuda (dos temas que son uno)

PRIMERO. “Si no se te deja vivir en libertad, abandona esta vida”. Vinicio no escribió una carta para nosotros antes de suicidarse. O tal vez sí pero no la conozco todavía. Tampoco nos dijo, a sus amigos, que escuchaba a los pájaros cantar en una lengua extraña. Lo que hizo, en cambio, fue confiarme que una voz imperiosa y siniestra le hablaba y ordenaba acciones terribles. Ha pasado un año. Hoy creo que, después de leer en las Meditaciones la recomendación del Emperador, decidió tomar el timón.

He vuelto a leer la carta de Virginia Woolf y he hallado a mi amigo entre sus palabras.

“Querido: Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros. V.”

En el Breviario de Podredumbre, Cioran escribió:

“Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra propia mano, es porque ven en eso un ejemplo de insumisión que humilla a los templos y a los dioses... cierto concilio consideraba al suicidio como un pecado más grave que el crimen, porque el asesino puede siempre arrepentirse y salvarse, mientras quién se ha quitado la vida ha perdido la salvación. Pero la nada... ¿no vale tanto como la eternidad? El suicida no tiene necesidad de hacer la guerra al universo; es así mismo a quien envía el ultimátum, rechaza el cielo y la tierra como quien se rechaza así mismo. Al menos habrá alcanzado una libertad inaccesible para aquel que la busca en el futuro o en el más allá."

SEGUNDO. Practicar la escucha profunda es permitir al otro que “libere de la opresión a su corazón.” Otro plantea asuntos con los que uno no acuerda y sin embargo escucha sin expresar su opinión. Luego, la compasión surge de la suspensión del juicio. Es aceptación del sufrimiento del otro que es uno. El sustrato de lo anterior es la noción poética de analogía universal, o correspondencia, formulada por Baudelaire en una de sus Flores Malditas.

“Natura es un templo donde pilares vivos dejan salir sus confusas palabras. Pasa su vida el hombre entre bosques de símbolos que atentos lo observan con amistosa mirada”.

Estar despierto es percibir directamente la realidad y ser compasivo es trascender la dualidad y acceder a la conciencia del ser uno efímero y vacuo. Entender las palabras del bosque.

Posteriormente irrumpe la obligación pedagógica de consagrar la propia liberación a la de todas las manifestaciones de la gran naturaleza búdica. La corona de la sabiduría será la unidad de la vacuidad y la mente personal.

Thich Nhat Hanh, el monje budista vietnamita, lo ha escrito con una envidiable y desafiante cursilería:

“Inhalando calmo el cuerpo y la mente. Exhalando, sonrío. Habitando el momento presente, sé que este es el único momento. (…) Dejar ir nos da libertad y la libertad es la única condición para la felicidad. Si en nuestro corazón aún nos aferramos a algo, ya sea ira, ansiedad o posesiones, nunca podremos ser libres. (…) Para que las cosas se nos revelen necesitamos estar listos para dejar ir nuestras opiniones sobre ellas. (“Hacia la paz interior”, Editorial Debolsillo.)

PRIMERO. “Si no se te deja vivir en libertad, abandona esta vida”. Vinicio no escribió una carta para nosotros antes de suicidarse. O tal vez sí pero no la conozco todavía. Tampoco nos dijo, a sus amigos, que escuchaba a los pájaros cantar en una lengua extraña. Lo que hizo, en cambio, fue confiarme que una voz imperiosa y siniestra le hablaba y ordenaba acciones terribles. Ha pasado un año. Hoy creo que, después de leer en las Meditaciones la recomendación del Emperador, decidió tomar el timón.

He vuelto a leer la carta de Virginia Woolf y he hallado a mi amigo entre sus palabras.

“Querido: Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros. V.”

En el Breviario de Podredumbre, Cioran escribió:

“Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra propia mano, es porque ven en eso un ejemplo de insumisión que humilla a los templos y a los dioses... cierto concilio consideraba al suicidio como un pecado más grave que el crimen, porque el asesino puede siempre arrepentirse y salvarse, mientras quién se ha quitado la vida ha perdido la salvación. Pero la nada... ¿no vale tanto como la eternidad? El suicida no tiene necesidad de hacer la guerra al universo; es así mismo a quien envía el ultimátum, rechaza el cielo y la tierra como quien se rechaza así mismo. Al menos habrá alcanzado una libertad inaccesible para aquel que la busca en el futuro o en el más allá."

SEGUNDO. Practicar la escucha profunda es permitir al otro que “libere de la opresión a su corazón.” Otro plantea asuntos con los que uno no acuerda y sin embargo escucha sin expresar su opinión. Luego, la compasión surge de la suspensión del juicio. Es aceptación del sufrimiento del otro que es uno. El sustrato de lo anterior es la noción poética de analogía universal, o correspondencia, formulada por Baudelaire en una de sus Flores Malditas.

“Natura es un templo donde pilares vivos dejan salir sus confusas palabras. Pasa su vida el hombre entre bosques de símbolos que atentos lo observan con amistosa mirada”.

Estar despierto es percibir directamente la realidad y ser compasivo es trascender la dualidad y acceder a la conciencia del ser uno efímero y vacuo. Entender las palabras del bosque.

Posteriormente irrumpe la obligación pedagógica de consagrar la propia liberación a la de todas las manifestaciones de la gran naturaleza búdica. La corona de la sabiduría será la unidad de la vacuidad y la mente personal.

Thich Nhat Hanh, el monje budista vietnamita, lo ha escrito con una envidiable y desafiante cursilería:

“Inhalando calmo el cuerpo y la mente. Exhalando, sonrío. Habitando el momento presente, sé que este es el único momento. (…) Dejar ir nos da libertad y la libertad es la única condición para la felicidad. Si en nuestro corazón aún nos aferramos a algo, ya sea ira, ansiedad o posesiones, nunca podremos ser libres. (…) Para que las cosas se nos revelen necesitamos estar listos para dejar ir nuestras opiniones sobre ellas. (“Hacia la paz interior”, Editorial Debolsillo.)