/ martes 24 de abril de 2018

Buen avance

Si bien ya habíamos concedido buenos augurios para el primer debate presidencial, un somero análisis a posteriori permite afirmar que en todos los sentidos, aun en aquellos aspectos inevitablemente predecibles, el del domingo resultó mucho mejor de lo esperado.

De entrada es justo reconocer que hubo un considerable avance en cuanto a la logística y desarrollo del evento. El nuevo formato –menos acartonado, mucho más flexible y con interesantes intervenciones de los moderadores- resultó fresco, innovador, e incluso creíble.

Desafortunadamente la presencia de cinco candidatos fue excesiva para permitir una mejor dinámica y que las exposiciones tuvieran contenido sustancial.

Con tres en escena hubiera sido lo ideal, pero eso no será posible ante el derecho de equidad que en este caso tienen los aspirantes que van por la vía independiente.

¿Estuvieron de más Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, “El Bronco”? Definitivamente no. Ambos aportaron ideas dignas de tomarse en cuenta –salvo aquella de cortar la mano a los corruptos-, y aunque ninguno tiene posibilidades reales de ganar la contienda, sin duda serán factor para afectar a los demás, especialmente a los punteros.

¿Cómo juzgar quién ganó el debate y en su caso, quién lo perdió?

Más allá de las apreciaciones personales, en lo que hay consenso es que el ejercicio fue más que aceptable, cumplió su cometido y bien valió la pena el esfuerzo que hizo el INE, lo cual tendría que ser reconocido.

Es evidente que los partidos políticos concedan ahora la mayor puntuación a sus respectivos candidatos. Bajo esa óptica, todos resultaron triunfadores.

En realidad no hubo lo que se llama un “ganador absoluto”, pero sí quienes obtuvieron mayor provecho.

Es el caso de Ricardo Anaya, quien supo dimensionar la oportunidad para hacerse ver con tamaños, visión y capacidad.

Al panista se le apreció puntual en sus intervenciones, ya sea para plantear propuestas sobre temas torales como seguridad y combate a la corrupción, que para lanzar misiles a su principal contendiente, Andrés Manuel López Obrador.

Su objetivo estratégico era hacerse sentir como el único con posibilidad de remontar las tendencias; finalmente lo logró.

El caso de José Antonio Meade es singular, tratándose del candidato con mayor experiencia e incuestionablemente con el mejor perfil. De hecho, junto con Anaya fue el que planteó las mejores propuestas, pero la losa partidista que lleva consigo parece condenarlo, irremediablemente.

¿Y Andrés Manuel?

Era lógico que sería el centro de los embates, pero en general resistió bien y supo ser evasivo, si bien hubo momentos de desconcierto, como aquel donde se le acusó de nepotismo.

En el recuento de daños le fue bien, tan solo con leves rasgaduras.

¿El debate hizo cambiar el sentido del voto o contribuyó de manera significativa a una definición?

No parece ser así.

Es posible que el amplio segmento de ciudadanos indecisos tenga ahora mayores elementos para ir forjando su decisión, pero lo visto y escuchado en el debate del domingo, si buen fue útil, no parece todavía lo suficiente.

Falta un par de encuentros más con otra dinámica de menor confrontación, más lo que ocurra en el transcurso de las campañas, que culminarán hasta el 27 de junio.

Habrá que esperar.

Si bien ya habíamos concedido buenos augurios para el primer debate presidencial, un somero análisis a posteriori permite afirmar que en todos los sentidos, aun en aquellos aspectos inevitablemente predecibles, el del domingo resultó mucho mejor de lo esperado.

De entrada es justo reconocer que hubo un considerable avance en cuanto a la logística y desarrollo del evento. El nuevo formato –menos acartonado, mucho más flexible y con interesantes intervenciones de los moderadores- resultó fresco, innovador, e incluso creíble.

Desafortunadamente la presencia de cinco candidatos fue excesiva para permitir una mejor dinámica y que las exposiciones tuvieran contenido sustancial.

Con tres en escena hubiera sido lo ideal, pero eso no será posible ante el derecho de equidad que en este caso tienen los aspirantes que van por la vía independiente.

¿Estuvieron de más Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, “El Bronco”? Definitivamente no. Ambos aportaron ideas dignas de tomarse en cuenta –salvo aquella de cortar la mano a los corruptos-, y aunque ninguno tiene posibilidades reales de ganar la contienda, sin duda serán factor para afectar a los demás, especialmente a los punteros.

¿Cómo juzgar quién ganó el debate y en su caso, quién lo perdió?

Más allá de las apreciaciones personales, en lo que hay consenso es que el ejercicio fue más que aceptable, cumplió su cometido y bien valió la pena el esfuerzo que hizo el INE, lo cual tendría que ser reconocido.

Es evidente que los partidos políticos concedan ahora la mayor puntuación a sus respectivos candidatos. Bajo esa óptica, todos resultaron triunfadores.

En realidad no hubo lo que se llama un “ganador absoluto”, pero sí quienes obtuvieron mayor provecho.

Es el caso de Ricardo Anaya, quien supo dimensionar la oportunidad para hacerse ver con tamaños, visión y capacidad.

Al panista se le apreció puntual en sus intervenciones, ya sea para plantear propuestas sobre temas torales como seguridad y combate a la corrupción, que para lanzar misiles a su principal contendiente, Andrés Manuel López Obrador.

Su objetivo estratégico era hacerse sentir como el único con posibilidad de remontar las tendencias; finalmente lo logró.

El caso de José Antonio Meade es singular, tratándose del candidato con mayor experiencia e incuestionablemente con el mejor perfil. De hecho, junto con Anaya fue el que planteó las mejores propuestas, pero la losa partidista que lleva consigo parece condenarlo, irremediablemente.

¿Y Andrés Manuel?

Era lógico que sería el centro de los embates, pero en general resistió bien y supo ser evasivo, si bien hubo momentos de desconcierto, como aquel donde se le acusó de nepotismo.

En el recuento de daños le fue bien, tan solo con leves rasgaduras.

¿El debate hizo cambiar el sentido del voto o contribuyó de manera significativa a una definición?

No parece ser así.

Es posible que el amplio segmento de ciudadanos indecisos tenga ahora mayores elementos para ir forjando su decisión, pero lo visto y escuchado en el debate del domingo, si buen fue útil, no parece todavía lo suficiente.

Falta un par de encuentros más con otra dinámica de menor confrontación, más lo que ocurra en el transcurso de las campañas, que culminarán hasta el 27 de junio.

Habrá que esperar.