/ martes 27 de marzo de 2018

Colosio

A 24 años de haber sido asesinado en plena campaña electoral, aún persiste, por desgracia, el México que Luis Donaldo Colosio percibía “con hambre y con sed de justicia; un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

La visión idealista del candidato a la Presidencia que fue víctima de un magnicidio aún no aclarado, aplica hasta a nuestros días.

Colosio también sostenía que “México no quiere aventuras políticas, no quiere saltos al vacío, no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron su ineficacia; México requiere democracia, pero rechaza su perversión, que es la demagogia”.

Al cumplirse casi un cuarto de siglo del asesinato y el 68 aniversario del nacimiento del político sonorense, la sombra de aquel acontecimiento permeó inevitablemente durante estos días estridentes por la contienda electoral.

Pudiera haber paralelismos.

En otras circunstancias, hay ahora como entonces un clima de violencia que nubla el ambiente político y social.

Tras el atentado de Colosio, Octavio Paz declaró a la prensa que ese incidente era “un signo ominoso del estado de la moral pública en México… en los últimos meses hemos oído numerosas e irresponsables apologías de la violencia… La violencia ideológica es la antesala, como lo vemos ahora, de la violencia física”.

Otros intelectuales, como Héctor Aguilar Camín y Rolando Cordera, coincidían en que su muerte “no podía desligarse a las condiciones de violencia e inseguridad que han sacudido al país en los últimos meses”.

Eran esos tiempos –hay que decirlo- de convulsión en el sistema político tras el alzamiento del movimiento zapatista en Chiapas, la muerte del Cardenal Jesús Posadas Ocampo, actos terroristas como un bombazo en una plaza comercial y secuestros de personajes relevantes, entre ellos el del empresario Alfredo Harp Helú.

Había también, aunque incipiente y discreta, una focalizada incursión en política de grupos poderosos del narcotráfico.

No haber esclarecido entonces aquellos hechos, ni haber indagado en sus raíces, produjo un alto sentimiento de desconfianza hacia la autoridad que con el tiempo ha ido creciendo, hasta llegar a los niveles actuales de desafección extrema.

El ciudadano simplemente ya no confía en el gobierno, en las instituciones, en los partidos, en los políticos.

Con otros rasgos, a 24 años de distancia y en otro año de elecciones, las demandas de justicia y equidad social prevalecen. Y el clima de violencia también. Su prolongada ausencia deriva, inevitablemente, en impunidad. Y de ahí a la violencia.

A los efectos del crimen organizado –narcotráfico, secuestros, extorsiones, huachicoleros- hay un lastimoso saldo de acontecimientos ligados a la actividad pública. Son ya 12 los candidatos alcaldes y tres a diputaciones locales asesinados.

En la víspera del arranque de campañas electorales, bueno fuera que afloraran las propuestas; soluciones concretas a demandas ciudadanas reales, entre ellas, las que puedan saciar el hambre y la sed de justicia, pero también las que tienen que ver con el espinoso tema de la inseguridad.

A 24 años de haber sido asesinado en plena campaña electoral, aún persiste, por desgracia, el México que Luis Donaldo Colosio percibía “con hambre y con sed de justicia; un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

La visión idealista del candidato a la Presidencia que fue víctima de un magnicidio aún no aclarado, aplica hasta a nuestros días.

Colosio también sostenía que “México no quiere aventuras políticas, no quiere saltos al vacío, no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron su ineficacia; México requiere democracia, pero rechaza su perversión, que es la demagogia”.

Al cumplirse casi un cuarto de siglo del asesinato y el 68 aniversario del nacimiento del político sonorense, la sombra de aquel acontecimiento permeó inevitablemente durante estos días estridentes por la contienda electoral.

Pudiera haber paralelismos.

En otras circunstancias, hay ahora como entonces un clima de violencia que nubla el ambiente político y social.

Tras el atentado de Colosio, Octavio Paz declaró a la prensa que ese incidente era “un signo ominoso del estado de la moral pública en México… en los últimos meses hemos oído numerosas e irresponsables apologías de la violencia… La violencia ideológica es la antesala, como lo vemos ahora, de la violencia física”.

Otros intelectuales, como Héctor Aguilar Camín y Rolando Cordera, coincidían en que su muerte “no podía desligarse a las condiciones de violencia e inseguridad que han sacudido al país en los últimos meses”.

Eran esos tiempos –hay que decirlo- de convulsión en el sistema político tras el alzamiento del movimiento zapatista en Chiapas, la muerte del Cardenal Jesús Posadas Ocampo, actos terroristas como un bombazo en una plaza comercial y secuestros de personajes relevantes, entre ellos el del empresario Alfredo Harp Helú.

Había también, aunque incipiente y discreta, una focalizada incursión en política de grupos poderosos del narcotráfico.

No haber esclarecido entonces aquellos hechos, ni haber indagado en sus raíces, produjo un alto sentimiento de desconfianza hacia la autoridad que con el tiempo ha ido creciendo, hasta llegar a los niveles actuales de desafección extrema.

El ciudadano simplemente ya no confía en el gobierno, en las instituciones, en los partidos, en los políticos.

Con otros rasgos, a 24 años de distancia y en otro año de elecciones, las demandas de justicia y equidad social prevalecen. Y el clima de violencia también. Su prolongada ausencia deriva, inevitablemente, en impunidad. Y de ahí a la violencia.

A los efectos del crimen organizado –narcotráfico, secuestros, extorsiones, huachicoleros- hay un lastimoso saldo de acontecimientos ligados a la actividad pública. Son ya 12 los candidatos alcaldes y tres a diputaciones locales asesinados.

En la víspera del arranque de campañas electorales, bueno fuera que afloraran las propuestas; soluciones concretas a demandas ciudadanas reales, entre ellas, las que puedan saciar el hambre y la sed de justicia, pero también las que tienen que ver con el espinoso tema de la inseguridad.