/ martes 26 de marzo de 2019

Colosio

Ayer mismo quedó cancelada la posibilidad de que fuera reabierto judicialmente el caso relativo al asesinato del excandidato presidencial Luis Donaldo Colosio.

La secretaria de Gobernación del gobierno federal Olga Sánchez Cordero fue muy enfática al afirmar que no existen elementos legales, ni tampoco están dadas las condiciones para ello.

“No se han encontrado nuevos elementos o hechos supervenientes; hay sentencias definitivas y hay una investigación científica de altísimo nivel de la universidad sobre todos estos hechos”, afirmó.

Tal posibilidad habría cobrado fuerza durante el fin de semana, luego que familiares de Mario Aburto Martínez, sentenciado a 40 años de prisión, solicitara mediante una remitida al presidente Andrés Manuel López Obrador que el caso fuera revisado.


Todavía este lunes durante la conferencia de prensa “mañanera”, el mandatario, al ser nuevamente inquirido sobre el tema, dijo que Sánchez Cordero estudiaba el caso y que pronto habría una respuesta definitiva, misma que llegó por la tarde.


Los padres de Mario Aburto creen que su hijo es inocente, o al menos que los hechos no ocurrieron tal y como se describe en las miles de fojas que sustentaron el expediente con la acusación final del Ministerio Público.


Esa misma convicción prevalece entre miles de mexicanos que siguieron con estupor los hechos de aquél 23 de marzo en Lomas Taurinas, Tijuana.

El pasado fin de semana se cumplió un cuarto de siglo de aquel fatal incidente que trastocó el sistema político y modificó el rumbo del país.

Transcurridos 25 años, las dudas prevalecen, a sabiendas que las investigaciones estuvieron siempre viciadas y “manoseadas” en exceso.

Dos presidentes, tres procuradores y tres subprocuradores especiales no fueron suficientes para hacer creer con suficiencia la versión final del “asesino solitario”, que llevó a Mario Aburto Martínez a ser declarado culpable único, por lo cual cumple ahora poco más de la mitad de su condena.

La incertidumbre ha crecido en los días recientes, ante nuevas develaciones surgidas por sendos trabajos periodísticos y de investigación realizados por la Organización Editorial Mexicana y el organismo civil “Mexicanos contra la corrupción y la impunidad”.

Cada una por su lado pero ambas perseverantes, esas instancias gestionaron diversos recursos y solicitudes de información ante el Instituto Nacional de Acceso a la Información, logrando que por primera vez se abrieran los archivos oficiales.

Así es como ha sido posible desclasificar expedientes, videos, cintas de audio, fotografías, dibujos, escritos y otras evidencias del homicidio.

Para su procedencia, el INAI consideró que se trata de un asunto de interés general y que impactó a la opinión pública. “Este caso –la apertura de archivos-, es de trascendencia social e histórica, pues así los ciudadanos podrán evaluar el desempeño de sus autoridades”.

Tal apertura significa, sin duda, un paso importante en el proceso de consolidación de la transparencia y la rendición de cuentas en nuestro país, así como una gran oportunidad para revalorar el sagrado derecho a la información.

Disponemos, si, de más información y es posible que muchas dudas queden ahora despejadas, pero ante tanta inconsistencia y contradicciones, incuestionablemente que prevalece aún la incertidumbre.


¿Es verosímil todavía la teoría del asesino solitario?


¿Hubo alguien atrás de la mano criminal de Mario Aburto?


¿Crimen político o advertencia de lo que vendría por parte de la delincuencia organizada?


¿Quién, por qué y para qué?


¿Hubiera sido conveniente, sería útil reabrir el caso y volverlo a cuestionar científica y judicialmente?

Puede que sea un tema generacional, pero al menos para quien esto escribe, ese homicidio volcó al vacío la esperanza de un ansiado cambio de rumbo, pues veía en Colosio la fuerza y convicción de romper los cimientos de los viejos paradigmas y la capacidad de enfilar al país hacia renovados y mejores paraderos.

Le creí que era posible dejar atrás a ese México con hambre y sed de justicia y que era tiempo de cerrarle el paso, al fin, al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad.

Nada de eso ocurrió, al menos desde entonces.

Ayer mismo quedó cancelada la posibilidad de que fuera reabierto judicialmente el caso relativo al asesinato del excandidato presidencial Luis Donaldo Colosio.

La secretaria de Gobernación del gobierno federal Olga Sánchez Cordero fue muy enfática al afirmar que no existen elementos legales, ni tampoco están dadas las condiciones para ello.

“No se han encontrado nuevos elementos o hechos supervenientes; hay sentencias definitivas y hay una investigación científica de altísimo nivel de la universidad sobre todos estos hechos”, afirmó.

Tal posibilidad habría cobrado fuerza durante el fin de semana, luego que familiares de Mario Aburto Martínez, sentenciado a 40 años de prisión, solicitara mediante una remitida al presidente Andrés Manuel López Obrador que el caso fuera revisado.


Todavía este lunes durante la conferencia de prensa “mañanera”, el mandatario, al ser nuevamente inquirido sobre el tema, dijo que Sánchez Cordero estudiaba el caso y que pronto habría una respuesta definitiva, misma que llegó por la tarde.


Los padres de Mario Aburto creen que su hijo es inocente, o al menos que los hechos no ocurrieron tal y como se describe en las miles de fojas que sustentaron el expediente con la acusación final del Ministerio Público.


Esa misma convicción prevalece entre miles de mexicanos que siguieron con estupor los hechos de aquél 23 de marzo en Lomas Taurinas, Tijuana.

El pasado fin de semana se cumplió un cuarto de siglo de aquel fatal incidente que trastocó el sistema político y modificó el rumbo del país.

Transcurridos 25 años, las dudas prevalecen, a sabiendas que las investigaciones estuvieron siempre viciadas y “manoseadas” en exceso.

Dos presidentes, tres procuradores y tres subprocuradores especiales no fueron suficientes para hacer creer con suficiencia la versión final del “asesino solitario”, que llevó a Mario Aburto Martínez a ser declarado culpable único, por lo cual cumple ahora poco más de la mitad de su condena.

La incertidumbre ha crecido en los días recientes, ante nuevas develaciones surgidas por sendos trabajos periodísticos y de investigación realizados por la Organización Editorial Mexicana y el organismo civil “Mexicanos contra la corrupción y la impunidad”.

Cada una por su lado pero ambas perseverantes, esas instancias gestionaron diversos recursos y solicitudes de información ante el Instituto Nacional de Acceso a la Información, logrando que por primera vez se abrieran los archivos oficiales.

Así es como ha sido posible desclasificar expedientes, videos, cintas de audio, fotografías, dibujos, escritos y otras evidencias del homicidio.

Para su procedencia, el INAI consideró que se trata de un asunto de interés general y que impactó a la opinión pública. “Este caso –la apertura de archivos-, es de trascendencia social e histórica, pues así los ciudadanos podrán evaluar el desempeño de sus autoridades”.

Tal apertura significa, sin duda, un paso importante en el proceso de consolidación de la transparencia y la rendición de cuentas en nuestro país, así como una gran oportunidad para revalorar el sagrado derecho a la información.

Disponemos, si, de más información y es posible que muchas dudas queden ahora despejadas, pero ante tanta inconsistencia y contradicciones, incuestionablemente que prevalece aún la incertidumbre.


¿Es verosímil todavía la teoría del asesino solitario?


¿Hubo alguien atrás de la mano criminal de Mario Aburto?


¿Crimen político o advertencia de lo que vendría por parte de la delincuencia organizada?


¿Quién, por qué y para qué?


¿Hubiera sido conveniente, sería útil reabrir el caso y volverlo a cuestionar científica y judicialmente?

Puede que sea un tema generacional, pero al menos para quien esto escribe, ese homicidio volcó al vacío la esperanza de un ansiado cambio de rumbo, pues veía en Colosio la fuerza y convicción de romper los cimientos de los viejos paradigmas y la capacidad de enfilar al país hacia renovados y mejores paraderos.

Le creí que era posible dejar atrás a ese México con hambre y sed de justicia y que era tiempo de cerrarle el paso, al fin, al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad.

Nada de eso ocurrió, al menos desde entonces.