/ domingo 3 de noviembre de 2019

Cómo ser recordados en el Día de Muertos

La fiesta en que se convierte la celebración del Día de Muertos, por demás peculiar para propios y extraños, amerita una reflexión política también. De alguna forma vivimos el día a día y tal vez no reparamos en la construcción que estamos haciendo hacia nuestro final, hago énfasis en las figuras públicas.

En México hay múltiples leyes y reglamentos para regular el quehacer de los servidores públicos y de todas maneras hay actuaciones que dan pena ajena. Estrictamente no debiera haber tantas leyes que regulen el comportamiento público, me explico. Las motivaciones que tenemos para actuar de determinada manera ante un evento, provienen de nuestro interior; en la filosofía humanista se hace alusión a la conciencia, esa que se “actualiza” en una elección seguida de una acción. Se actualiza quiere decir que se hace acto.

La conciencia, facultad única del ser humano, implica interiorizar lo que se percibe del exterior y reflexionar (flexionarse sobre sí mismo), en una suerte de suma del pasado y el presente, es entonces conocer. Por lo tanto, las vivencias de la infancia marcan nuestras elecciones, pero en honor a nuestra libertad podemos elegir aún en contra de lo que dicten esas experiencias, es lo normal. Los enfermos del alma (deficientes morales o mentales) son otra cosa.

Así que, como planteaba Aristóteles o Tomás de Aquino, tenemos la posibilidad de cambiar nuestro futuro con el poder de la libertad, pero será mucho mejor si es con conciencia y la proyección social de este proceder es ineludible. Bastaría que el hombre tenga conciencia para actuar en consecuencia, pero no es así, la realidad nos rebasa y a veces actuamos contradiciendo el comportamiento humano en cuanto al bien y el mal.

Lo que está implícito en las elecciones es entonces la moral, incluidas las acciones por costumbre social. Así las cosas, resulta agobiante pensar en la regulación que obliga a los servidores públicos a comportarse bien. Sin embargo, se comprende, porque sirve para homologar criterios y tener certeza de la actuación.

A la pregunta ¿quién establece lo que está bien o mal? ¿Qué es lo bueno y lo malo? La única norma es que carezca de maldad o malicia, que no perjudique ni dañe a uno mismo ni a los demás. Pero en ese camino, por ser tan simple hace que nos perdamos con facilidad. Nuevamente la libertad es el principio y el fin de los mayores bienes, pero también de los males más perversos.

Denuncias por acoso sexual, laboral, violencia política contar la mujer, robos de cuello blanco, maltratos verbales, delitos contra la moral pública o privada, se tipifican en el Código Penal Federal o el Código Civil Federal, pero aun así hay actos no denunciados por temor de la víctima o simplemente porque no se cree en que serán sancionados sus agresores.

¿Vale la pena heredar a los hijos, a la familia, a los amigos, ser señalado socialmente como un inmoral? Pero no solo en vida, lo más triste es que la justicia también llega con la muerte, y en conciencia marcaremos la historia también de los que vivan. Vale la pena pensarlo muy bien, más allá de las leyes que castigan. El tiempo y sus circunstancias son efímeros. QDEP los muertos y que hagamos conciencia los vivos.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com

La fiesta en que se convierte la celebración del Día de Muertos, por demás peculiar para propios y extraños, amerita una reflexión política también. De alguna forma vivimos el día a día y tal vez no reparamos en la construcción que estamos haciendo hacia nuestro final, hago énfasis en las figuras públicas.

En México hay múltiples leyes y reglamentos para regular el quehacer de los servidores públicos y de todas maneras hay actuaciones que dan pena ajena. Estrictamente no debiera haber tantas leyes que regulen el comportamiento público, me explico. Las motivaciones que tenemos para actuar de determinada manera ante un evento, provienen de nuestro interior; en la filosofía humanista se hace alusión a la conciencia, esa que se “actualiza” en una elección seguida de una acción. Se actualiza quiere decir que se hace acto.

La conciencia, facultad única del ser humano, implica interiorizar lo que se percibe del exterior y reflexionar (flexionarse sobre sí mismo), en una suerte de suma del pasado y el presente, es entonces conocer. Por lo tanto, las vivencias de la infancia marcan nuestras elecciones, pero en honor a nuestra libertad podemos elegir aún en contra de lo que dicten esas experiencias, es lo normal. Los enfermos del alma (deficientes morales o mentales) son otra cosa.

Así que, como planteaba Aristóteles o Tomás de Aquino, tenemos la posibilidad de cambiar nuestro futuro con el poder de la libertad, pero será mucho mejor si es con conciencia y la proyección social de este proceder es ineludible. Bastaría que el hombre tenga conciencia para actuar en consecuencia, pero no es así, la realidad nos rebasa y a veces actuamos contradiciendo el comportamiento humano en cuanto al bien y el mal.

Lo que está implícito en las elecciones es entonces la moral, incluidas las acciones por costumbre social. Así las cosas, resulta agobiante pensar en la regulación que obliga a los servidores públicos a comportarse bien. Sin embargo, se comprende, porque sirve para homologar criterios y tener certeza de la actuación.

A la pregunta ¿quién establece lo que está bien o mal? ¿Qué es lo bueno y lo malo? La única norma es que carezca de maldad o malicia, que no perjudique ni dañe a uno mismo ni a los demás. Pero en ese camino, por ser tan simple hace que nos perdamos con facilidad. Nuevamente la libertad es el principio y el fin de los mayores bienes, pero también de los males más perversos.

Denuncias por acoso sexual, laboral, violencia política contar la mujer, robos de cuello blanco, maltratos verbales, delitos contra la moral pública o privada, se tipifican en el Código Penal Federal o el Código Civil Federal, pero aun así hay actos no denunciados por temor de la víctima o simplemente porque no se cree en que serán sancionados sus agresores.

¿Vale la pena heredar a los hijos, a la familia, a los amigos, ser señalado socialmente como un inmoral? Pero no solo en vida, lo más triste es que la justicia también llega con la muerte, y en conciencia marcaremos la historia también de los que vivan. Vale la pena pensarlo muy bien, más allá de las leyes que castigan. El tiempo y sus circunstancias son efímeros. QDEP los muertos y que hagamos conciencia los vivos.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com