/ martes 13 de agosto de 2019

Crítica y política en la 4T

Los críticos de la Cuarta Transformación tienen argumentos para juzgarla. Sus flechas dan el blanco porque los primeros meses del gobierno de AMLO no han sido los más imponentes que se recuerden en la historia política del país. Por más que el Presidente insista en su discurso contra la corrupción, el reloj de arena que marca su bono democrático y electoral no cesa de transcurrir en su contra y los avances son nimios.

López Obrador sigue pensando en elecciones porque sigue peleando discursivamente contra una clase política, empresarial y de medios de comunicación a los que avasalló hace un año. Quiere que su proyecto sea de largo aliento y por eso en su mente están las elecciones de 2021 y 2024. Pero eso le impide gobernar. Cuando la acción de un gobierno se centra en elecciones, se busca el guiño al electorado, no necesariamente la solución óptima que beneficie a todos. Por eso, los flancos por los que se puede criticar al lopezobradorismo son muchos, aunque sus críticos siguen empecinados en el mero discurso del populismo, el cual no siempre refleja un panorama certero que muestre las razones por las cuales la 4T tiene yerros. Y, en ocasiones, toda decisión del Presidente o de su gobierno se discute como si fuera la gota que derrama un vaso de agua. Parece no haber términos medios: o todo se critica o todo se ensalza.

Entre quienes defienden toda decisión del Presidente, también los hay que su obcecación les impide mirar que la carrera por mejorar las condiciones de vida de los mexicanos debe tener objetivos en el corto, en el mediano y en el largo plazo. Prometen que acabará la corrupción, pero han sido incapaces de explicar (parte del error de comunicación del lopezobradorismo) los costos que ello ocasionará. Desmontar un Estado clientelar no es tarea de un año, pero la 4T no ha sido capaz de fijar los objetivos en el corto plazo. Por ejemplo, se puede coincidir en el recorte al presupuesto de los partidos políticos, pero no queda claro el beneficio para la población, más allá de la innegable satisfacción de que el botín de unos cuantos sea menor.

No se trata de prometer que se alcanzará la tierra prometida. El lopezobradorismo tendría que tener en cuenta que las críticas no cesarán y que en algunos casos son evidentemente atinadas. Eso no tendría que preocupar demasiado, pues todos los gobiernos cometen errores y tienen aciertos. El punto crucial tendría que ser que la 4T no está convenciendo –incluso a sus adeptos- y las decisiones del gobierno no son transmitidas de forma clara. Tampoco es que todo sea una ocurrencia, como algunos afirman, pero la percepción es que no se reflexiona sobre las consecuencias y beneficios de las decisiones. Los porcentajes de aprobación del presidente no pueden ser el parámetro para medir el tino de las acciones de su gobierno y las conferencias presidenciales de todas las mañanas no significan que el gobierno comunique correctamente. Tal vez resultaron adecuadas cuando AMLO gobernaba el DF, pero en la era de twitter son un tedio insoportable.

Ahora bien, el lopezobradorismo debe dejar de lado la crítica del sinsentido que busca una y otra vez mostrarle a millones de mexicanos que se equivocaron al votar a AMLO. No reparan que la gran mayoría de esos millones antes le votaron a Peña, a Calderón, a Fox e incluso al PRI de Zedillo. No toman en cuenta que el electorado vota por un sinfín de razones y que la llegada de AMLO al poder se explica por muchos factores que nada tienen que ver con la inteligencia, la sabiduría o las virtudes del electorado. El estado mexicano que formó el PRI, que el PAN no pudo transformar y que el PRI de Peña terminó por cincelar como un monumento a la corrupción, es precisamente el que el electorado quiere que López Obrador cambie. Si el de Macuspana puede o no hacerlo, es cosa que aún está por verse. El camino que ha emprendido tiene claroscuros, pero eso no significa que su encomienda haya cambiado.

Para muestra, un botón: Algunos ven en la economía un signo de preocupación. Al parecer, no vivieron en este país durante las crisis económicas de los Ochenta, Noventa o la de finales de la década anterior, a pesar de los excedentes petroleros. Algunos quieren ver el apocalipsis acercarse. A ellos no tendría que hacerles mucho caso López Obrador. Tienen trece años diciendo y sosteniendo que es un peligro para México. Y desde 2006 ha habido una guerra perdida contra el narcotráfico, el ocupante de la Casa Blanca ha emprendido una campaña contra el país –que EPN y Videgaray auparon- y el PRI de Peña alentó la corrupción. Y esos peligros no los vieron venir y no les importó demasiado. El presidente tendría que poner poca atención a esa crítica. A la crítica que argumenta con datos y con hechos, tendría que ponerle mayor atención. De lo contrario, habremos pasado del salinista “ni los veo ni los oigo” al lopezobradorista “se portan mal con nosotros”. Las consecuencias son funestas para la libertad y para la democracia. Lo fueron en el salinismo. Ojalá no lo sean en la 4T.

Los críticos de la Cuarta Transformación tienen argumentos para juzgarla. Sus flechas dan el blanco porque los primeros meses del gobierno de AMLO no han sido los más imponentes que se recuerden en la historia política del país. Por más que el Presidente insista en su discurso contra la corrupción, el reloj de arena que marca su bono democrático y electoral no cesa de transcurrir en su contra y los avances son nimios.

López Obrador sigue pensando en elecciones porque sigue peleando discursivamente contra una clase política, empresarial y de medios de comunicación a los que avasalló hace un año. Quiere que su proyecto sea de largo aliento y por eso en su mente están las elecciones de 2021 y 2024. Pero eso le impide gobernar. Cuando la acción de un gobierno se centra en elecciones, se busca el guiño al electorado, no necesariamente la solución óptima que beneficie a todos. Por eso, los flancos por los que se puede criticar al lopezobradorismo son muchos, aunque sus críticos siguen empecinados en el mero discurso del populismo, el cual no siempre refleja un panorama certero que muestre las razones por las cuales la 4T tiene yerros. Y, en ocasiones, toda decisión del Presidente o de su gobierno se discute como si fuera la gota que derrama un vaso de agua. Parece no haber términos medios: o todo se critica o todo se ensalza.

Entre quienes defienden toda decisión del Presidente, también los hay que su obcecación les impide mirar que la carrera por mejorar las condiciones de vida de los mexicanos debe tener objetivos en el corto, en el mediano y en el largo plazo. Prometen que acabará la corrupción, pero han sido incapaces de explicar (parte del error de comunicación del lopezobradorismo) los costos que ello ocasionará. Desmontar un Estado clientelar no es tarea de un año, pero la 4T no ha sido capaz de fijar los objetivos en el corto plazo. Por ejemplo, se puede coincidir en el recorte al presupuesto de los partidos políticos, pero no queda claro el beneficio para la población, más allá de la innegable satisfacción de que el botín de unos cuantos sea menor.

No se trata de prometer que se alcanzará la tierra prometida. El lopezobradorismo tendría que tener en cuenta que las críticas no cesarán y que en algunos casos son evidentemente atinadas. Eso no tendría que preocupar demasiado, pues todos los gobiernos cometen errores y tienen aciertos. El punto crucial tendría que ser que la 4T no está convenciendo –incluso a sus adeptos- y las decisiones del gobierno no son transmitidas de forma clara. Tampoco es que todo sea una ocurrencia, como algunos afirman, pero la percepción es que no se reflexiona sobre las consecuencias y beneficios de las decisiones. Los porcentajes de aprobación del presidente no pueden ser el parámetro para medir el tino de las acciones de su gobierno y las conferencias presidenciales de todas las mañanas no significan que el gobierno comunique correctamente. Tal vez resultaron adecuadas cuando AMLO gobernaba el DF, pero en la era de twitter son un tedio insoportable.

Ahora bien, el lopezobradorismo debe dejar de lado la crítica del sinsentido que busca una y otra vez mostrarle a millones de mexicanos que se equivocaron al votar a AMLO. No reparan que la gran mayoría de esos millones antes le votaron a Peña, a Calderón, a Fox e incluso al PRI de Zedillo. No toman en cuenta que el electorado vota por un sinfín de razones y que la llegada de AMLO al poder se explica por muchos factores que nada tienen que ver con la inteligencia, la sabiduría o las virtudes del electorado. El estado mexicano que formó el PRI, que el PAN no pudo transformar y que el PRI de Peña terminó por cincelar como un monumento a la corrupción, es precisamente el que el electorado quiere que López Obrador cambie. Si el de Macuspana puede o no hacerlo, es cosa que aún está por verse. El camino que ha emprendido tiene claroscuros, pero eso no significa que su encomienda haya cambiado.

Para muestra, un botón: Algunos ven en la economía un signo de preocupación. Al parecer, no vivieron en este país durante las crisis económicas de los Ochenta, Noventa o la de finales de la década anterior, a pesar de los excedentes petroleros. Algunos quieren ver el apocalipsis acercarse. A ellos no tendría que hacerles mucho caso López Obrador. Tienen trece años diciendo y sosteniendo que es un peligro para México. Y desde 2006 ha habido una guerra perdida contra el narcotráfico, el ocupante de la Casa Blanca ha emprendido una campaña contra el país –que EPN y Videgaray auparon- y el PRI de Peña alentó la corrupción. Y esos peligros no los vieron venir y no les importó demasiado. El presidente tendría que poner poca atención a esa crítica. A la crítica que argumenta con datos y con hechos, tendría que ponerle mayor atención. De lo contrario, habremos pasado del salinista “ni los veo ni los oigo” al lopezobradorista “se portan mal con nosotros”. Las consecuencias son funestas para la libertad y para la democracia. Lo fueron en el salinismo. Ojalá no lo sean en la 4T.

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