/ domingo 26 de enero de 2020

Cuando la adulación se vuelve un riesgo para gobernar

Hay ocasiones en que los cortesanos del rey suelen comportarse más radicales que el propio rey.

Por tratar de halagar a quien sirven, realizan acciones que piensan que serán del agrado de aquel y que les retribuirán en generosos beneficios particulares, sin importar que las iniciativas emprendidas sean ridículas y extravagantes.

El gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta sufrió a mediados de este mes uno de esos episodios, cuando reunió a los integrantes de su gabinete para trabajar sobre temas de transparencia en el Centro Integral de Servicios de la zona de Angelópolis.

Los secretarios fueron convocados al edificio ejecutivo de ese complejo de oficinas públicas construido en el gobierno de Rafael Moreno Valle.

Al llegar al inmueble, fueron llevados por las escaleras eléctricas al primer piso, donde se encuentra el Salón de Gobernadores, un espacio cuyo concepto vio la luz en la administración de Alfredo Toxqui Fernández de Lara, quien quiso dedicar un área especial para juntas de trabajo, la más importante, en la que se colgaran los retratos de todos los personajes que pasaran por la titularidad del Poder Ejecutivo.

El Salón de Gobernadores nació así en la vieja casona de Reforma 711, a finales de los años 70.

Varias décadas después, a principios de siglo, se fue a Casa Aguayo, con Melquiades Morales Flores.

El éxodo, sin embargo, no paró ahí.

En el año 2013 se fue al CIS, recién inaugurado por Moreno Valle, con todo y sus pinturas.

Los cambios de sede y de partido político en la administración estatal no impidieron que se respetara el lugar de cada ex gobernador en esa sala… hasta que llegó la 4T.

A un colaborador con iniciativa se le ocurrió que podía resultar ofensivo para el actual mandatario encontrarse con los rostros de Rafael Moreno Valle, José Antonio Gali Fayad y Martha Erika Alonso Hidalgo en ese sitio, y los mandó a quitar.

Listo para comenzar la reunión sobre transparencia, el gobernador Barbosa se dio cuenta de que en la larga pared del salón faltaban las pinturas de los tres mandatarios que antecedieron a Guillermo Pacheco Pulido, todos morenovallistas, y pegó una exclamación de reclamo.

Preguntó por los retratos de los personajes y, cuando fue informado de que habían sido retirados por considerar que se trataba de una buena medida para él, ordenó que los sacaran de donde sea que los tuviesen y los volvieran a colocar ahí, junto al resto de los ex gobernadores.

Luego, todavía con un tono de enfado, reprochó que a él le echaran la culpa de todo, quizá refiriéndose a las críticas que ha recibido por la presumible intención de borrar del gobierno, y de Puebla, cualquier vínculo con la imagen y el recuerdo de Moreno Valle.

Barbosa no ordenó retirar las pinturas de sus archienemigos políticos (dos de ellos ya muertos) del Salón de Gobernadores, pero lo hizo un espontáneo que quiso quedar bien con él.

Sobrevivir a los cortesanos es un ejercicio cotidiano de los hombres de poder.

La anécdota del CIS quedó solo en eso, en anécdota, pero es un buen ejemplo para entender cómo puede pensar un buen tanto de los colaboradores que rodean al gobernador.

La corte se divide entre los que nunca se atreven a contradecir al rey y los que intentan adivinarle el pensamiento para quedar bien con él.

Entonces se vuelve inservible.

Miguel Barbosa no es el primer gobernador ni será el último en padecer este fenómeno.

Todos, en mayor o menor medida, lo han hecho.

Lo que habrá que esperar a ver es si en esta administración estatal, la primera de la 4T, que presume traer una nueva (y mejor) era para el país, se asienta una diferencia.

Los aduladores no son de provecho para el mandatario, tampoco para el gobierno y menos para los ciudadanos.


Twitter: @jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx

Hay ocasiones en que los cortesanos del rey suelen comportarse más radicales que el propio rey.

Por tratar de halagar a quien sirven, realizan acciones que piensan que serán del agrado de aquel y que les retribuirán en generosos beneficios particulares, sin importar que las iniciativas emprendidas sean ridículas y extravagantes.

El gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta sufrió a mediados de este mes uno de esos episodios, cuando reunió a los integrantes de su gabinete para trabajar sobre temas de transparencia en el Centro Integral de Servicios de la zona de Angelópolis.

Los secretarios fueron convocados al edificio ejecutivo de ese complejo de oficinas públicas construido en el gobierno de Rafael Moreno Valle.

Al llegar al inmueble, fueron llevados por las escaleras eléctricas al primer piso, donde se encuentra el Salón de Gobernadores, un espacio cuyo concepto vio la luz en la administración de Alfredo Toxqui Fernández de Lara, quien quiso dedicar un área especial para juntas de trabajo, la más importante, en la que se colgaran los retratos de todos los personajes que pasaran por la titularidad del Poder Ejecutivo.

El Salón de Gobernadores nació así en la vieja casona de Reforma 711, a finales de los años 70.

Varias décadas después, a principios de siglo, se fue a Casa Aguayo, con Melquiades Morales Flores.

El éxodo, sin embargo, no paró ahí.

En el año 2013 se fue al CIS, recién inaugurado por Moreno Valle, con todo y sus pinturas.

Los cambios de sede y de partido político en la administración estatal no impidieron que se respetara el lugar de cada ex gobernador en esa sala… hasta que llegó la 4T.

A un colaborador con iniciativa se le ocurrió que podía resultar ofensivo para el actual mandatario encontrarse con los rostros de Rafael Moreno Valle, José Antonio Gali Fayad y Martha Erika Alonso Hidalgo en ese sitio, y los mandó a quitar.

Listo para comenzar la reunión sobre transparencia, el gobernador Barbosa se dio cuenta de que en la larga pared del salón faltaban las pinturas de los tres mandatarios que antecedieron a Guillermo Pacheco Pulido, todos morenovallistas, y pegó una exclamación de reclamo.

Preguntó por los retratos de los personajes y, cuando fue informado de que habían sido retirados por considerar que se trataba de una buena medida para él, ordenó que los sacaran de donde sea que los tuviesen y los volvieran a colocar ahí, junto al resto de los ex gobernadores.

Luego, todavía con un tono de enfado, reprochó que a él le echaran la culpa de todo, quizá refiriéndose a las críticas que ha recibido por la presumible intención de borrar del gobierno, y de Puebla, cualquier vínculo con la imagen y el recuerdo de Moreno Valle.

Barbosa no ordenó retirar las pinturas de sus archienemigos políticos (dos de ellos ya muertos) del Salón de Gobernadores, pero lo hizo un espontáneo que quiso quedar bien con él.

Sobrevivir a los cortesanos es un ejercicio cotidiano de los hombres de poder.

La anécdota del CIS quedó solo en eso, en anécdota, pero es un buen ejemplo para entender cómo puede pensar un buen tanto de los colaboradores que rodean al gobernador.

La corte se divide entre los que nunca se atreven a contradecir al rey y los que intentan adivinarle el pensamiento para quedar bien con él.

Entonces se vuelve inservible.

Miguel Barbosa no es el primer gobernador ni será el último en padecer este fenómeno.

Todos, en mayor o menor medida, lo han hecho.

Lo que habrá que esperar a ver es si en esta administración estatal, la primera de la 4T, que presume traer una nueva (y mejor) era para el país, se asienta una diferencia.

Los aduladores no son de provecho para el mandatario, tampoco para el gobierno y menos para los ciudadanos.


Twitter: @jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx