/ martes 30 de octubre de 2018

¿De qué hablar?

Escribir la colaboración semanal necesariamente implica apremios, no siempre es fácil sentarse frente al ordenador.

Podría afirmar que nadie ajeno a este oficio se imagina sobre la dificultad que frecuentemente implica armar un texto que merezca ser publicado, sea digno de lectura y provoque alguna reacción, así sea de franca disidencia.

Todo ello significa tanto como someterse de manera permanente a un examen público. Y tal escrutinio suele ser demoledor.

El reto comienza desde el momento en que se debe definir el tema, en cuyo caso debe ponderarse que el asunto que se aborde sea más o menos actual y de interés general, pero además que las ideas a exponer contengan alguna aportación, por modesta que sea, esto es, que contribuyan a orientar, ampliar el contexto y generen alguna reflexión.

En esa dinámica, se sabe de antemano que en el caso de los géneros periodísticos de opinión- en especial el artículo y la columna-, se transita siempre por una línea muy delgada, en virtud de que los juicios emitidos tienen carácter estrictamente personal, por lo que no necesariamente serán del agrado de todos.

Y qué bueno que así sea. La discrepancia es útil y necesaria, además que siempre debe desconfiarse de quienes creen que sus valoraciones son absolutas y deben ser asumidas por unanimidad.

Sirva todo este preámbulo para confesar que, al menos en mi caso, el trance de seleccionar el tema semanal me ha significado un brete difícil de superar.

Y no se crea que ello obedece a falta se asuntos relevantes, al contario. Temas lo hay y en extrema abundancia, pero entonces: ¿de qué hablar?

Esta ocasión, por ejemplo, la agenda estaba repleta.

Pensé en primera instancia reiterar sobre la muy cuestionada y marginal consulta ciudadana sobre el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, cuyo resultado fue más que previsible.

En mi caso, acudí a ejercer mi voto el sábado pasado en el CCU de la BUAP. Ahí pude acreditar la frivolidad del ejercicio: no había un listado previo, la papelería carecía de medidas de seguridad y estaba expuesta sin control alguno, mi credencial de elector fue avalada tras una simple revisión; a falta de mamparas el voto lo emití a la vista de todos y ni siquiera me pidieron entintar mi pulgar para evitar duplicidades.

Imposible creer que se haya tratado de un ejercicio legal, transparente y limpio.

Soy de la convicción de que debe promoverse la democracia participativa y avalo cualquier tipo de consulta, referéndum o plebiscito, siempre y cuando se instaure por el cauce legal, sin simulaciones y que los asuntos a consulta tengan auténtico impacto social, como es el caso de la eventual legalización del aborto, la eutanasia o de la marihuana para uso recreativo.

Tenía el propósito también de comentar sobre la caravana de casi 7 mil migrantes, la mayoría hondureños, que pese a contratiempos está por arribar a la Ciudad de México. El éxodo no es más que un reflejo de la miseria y la inseguridad que padecen la mayoría de los países centroamericanos ante la displicencia gobiernos y organismos internacionales.

Sorprende, en este caso, la escasa solidaridad mostrada en nuestro país por algunos segmentos sociales y hasta la irónica burla de algunos en redes sociales.

Otro asunto que mereció atención es el contundente triunfo en Brasil, el mayor país de América Latina, de Jair Bolsonaro, lo que confirma el auge mundial de la extrema derecha.

El exmilitar de 63 años es abiertamente proclive a la dictadura, se le califica como retrógrada y se ha distinguido por su rechazo a los derechos humanos y su tendencia homofóbica, así como su desprecio a los afrobrasileños (“no sirven ni para procrear”), los indígenas (“la élite blanca no les debe nada), y las mujeres (a una legisladora le dijo que no la violaría porque no la merecía).


Se dice que es una versión brasileña de Donald Trump, pero más peligroso y deleznable.

Y así, entre la duda de elegir el tema para esta semana, agoté el espacio disponible.

Espero en la próxima ser mucho más certero.

Escribir la colaboración semanal necesariamente implica apremios, no siempre es fácil sentarse frente al ordenador.

Podría afirmar que nadie ajeno a este oficio se imagina sobre la dificultad que frecuentemente implica armar un texto que merezca ser publicado, sea digno de lectura y provoque alguna reacción, así sea de franca disidencia.

Todo ello significa tanto como someterse de manera permanente a un examen público. Y tal escrutinio suele ser demoledor.

El reto comienza desde el momento en que se debe definir el tema, en cuyo caso debe ponderarse que el asunto que se aborde sea más o menos actual y de interés general, pero además que las ideas a exponer contengan alguna aportación, por modesta que sea, esto es, que contribuyan a orientar, ampliar el contexto y generen alguna reflexión.

En esa dinámica, se sabe de antemano que en el caso de los géneros periodísticos de opinión- en especial el artículo y la columna-, se transita siempre por una línea muy delgada, en virtud de que los juicios emitidos tienen carácter estrictamente personal, por lo que no necesariamente serán del agrado de todos.

Y qué bueno que así sea. La discrepancia es útil y necesaria, además que siempre debe desconfiarse de quienes creen que sus valoraciones son absolutas y deben ser asumidas por unanimidad.

Sirva todo este preámbulo para confesar que, al menos en mi caso, el trance de seleccionar el tema semanal me ha significado un brete difícil de superar.

Y no se crea que ello obedece a falta se asuntos relevantes, al contario. Temas lo hay y en extrema abundancia, pero entonces: ¿de qué hablar?

Esta ocasión, por ejemplo, la agenda estaba repleta.

Pensé en primera instancia reiterar sobre la muy cuestionada y marginal consulta ciudadana sobre el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, cuyo resultado fue más que previsible.

En mi caso, acudí a ejercer mi voto el sábado pasado en el CCU de la BUAP. Ahí pude acreditar la frivolidad del ejercicio: no había un listado previo, la papelería carecía de medidas de seguridad y estaba expuesta sin control alguno, mi credencial de elector fue avalada tras una simple revisión; a falta de mamparas el voto lo emití a la vista de todos y ni siquiera me pidieron entintar mi pulgar para evitar duplicidades.

Imposible creer que se haya tratado de un ejercicio legal, transparente y limpio.

Soy de la convicción de que debe promoverse la democracia participativa y avalo cualquier tipo de consulta, referéndum o plebiscito, siempre y cuando se instaure por el cauce legal, sin simulaciones y que los asuntos a consulta tengan auténtico impacto social, como es el caso de la eventual legalización del aborto, la eutanasia o de la marihuana para uso recreativo.

Tenía el propósito también de comentar sobre la caravana de casi 7 mil migrantes, la mayoría hondureños, que pese a contratiempos está por arribar a la Ciudad de México. El éxodo no es más que un reflejo de la miseria y la inseguridad que padecen la mayoría de los países centroamericanos ante la displicencia gobiernos y organismos internacionales.

Sorprende, en este caso, la escasa solidaridad mostrada en nuestro país por algunos segmentos sociales y hasta la irónica burla de algunos en redes sociales.

Otro asunto que mereció atención es el contundente triunfo en Brasil, el mayor país de América Latina, de Jair Bolsonaro, lo que confirma el auge mundial de la extrema derecha.

El exmilitar de 63 años es abiertamente proclive a la dictadura, se le califica como retrógrada y se ha distinguido por su rechazo a los derechos humanos y su tendencia homofóbica, así como su desprecio a los afrobrasileños (“no sirven ni para procrear”), los indígenas (“la élite blanca no les debe nada), y las mujeres (a una legisladora le dijo que no la violaría porque no la merecía).


Se dice que es una versión brasileña de Donald Trump, pero más peligroso y deleznable.

Y así, entre la duda de elegir el tema para esta semana, agoté el espacio disponible.

Espero en la próxima ser mucho más certero.