/ lunes 12 de abril de 2021

Desastres políticos y electorales

Cualquiera que sea el resultado electoral el próximo 6 de junio, este no reflejará los grandes problemas de la democracia mexicana. A continuación, se exponen cuatro ejemplos:


1. El desastre de la oposición. No importa si gana treinta o cuarenta por ciento de las diputaciones y logra conservar la mayoría de las gubernaturas en juego: la oposición está en su peor momento. No tiene liderazgos y no tiene proyecto (salvo seguir señalando a AMLO como el causante de todos los males, y ya sabemos que no es verdad del todo). No es capaz de limpiarse la cara y reconocer el desastre de país que construyó (especialmente durante los últimos veinte años) y tampoco admitirá que el éxito electoral de López Obrador se basó en mirar a las personas a quienes ellos olvidaron y perjudicaron. La oposición podrá tener más o menos diputados, pero su desesperación y fracaso es enorme, a tal grado que quienes fueron antagonistas ahora se presentan juntos, como Hitler y Stalin escenificando el pacto de no agresión que todos saben que un día romperán porque no se soportan y cada uno tiene sus intereses: solo se unen por cuestiones de poder. Eso es el PRI, el PAN y el PRD juntos: una triada de incapacidad; un saco de excusas que enfrenta sin propuestas y respuestas una elección donde lo único que balbucea es que el ocupante de Palacio Nacional es la maldad personificada.


2. El desastre de Morena. El movimiento es incapaz de agruparse en una maquinaria que tenga un horizonte más lejano que la figura de López Obrador. Dado el caos en el que está envuelta la oposición, sería lógico pensar que un partido que se presentará a las elecciones treinta meses después de asumir el gobierno -habiendo arrasado a sus adversarios- tuviera una cierta disminución en sus preferencias, pero no que teniendo la mesa servida para un gran banquete solo pudiera degustar el entremés. Por supuesto que la pandemia ha sido un factor clave, sobre todo por algunas decisiones aberrantes durante el último año, aunque su gran pecado es su incapacidad de comportarse como coro y no como espectador de las migajas que arroja un artista solitario de Palacio Nacional. El equipo de López Obrador y el partido de López Obrador se han mostrado como aplaudidores y poco abonan a la causa de la 4T. Se comportan como priistas o panistas o perredistas. Como el clásico político mexicano; como el clásico partido mexicano. Ni más, ni menos.


3. El desastre de los partidos. La vida interna de los partidos políticos sigue siendo el tema desdeñado en toda reforma electoral y continuará siendo el gran talón de Aquiles de esta república bananera. La voz del ciudadano nada vale al interior de los partidos y se termina imponiendo un elitismo y pragmatismo digno de los peores institutos políticos. Antes había el pretexto de que los gobernantes podían interferir en los partidos y por eso estos no se abrían a procesos democráticos para exigir cuentas a sus dirigencias y para elegir a sus candidatos y líderes; hoy, el pretexto continúa siendo el mismo, y la realidad muestra a institutos sin capacidad de atraer militantes comprometidos y de agrupar a personas a quienes se les trate con la dignidad de poder participar en procesos democráticos en esos institutos. La desilusión que provoca los partidos se da porque los Creel, Fernández de Cevallos, los Muñoz Ledo, los Beltrones o los Dante Delgado son figuras perpetúas en los institutos que no permiten el ascenso de otros, quienes se sienten vilipendiados, aunado al repudio al valor de la democracia al interior de los partidos. Mientras los partidos puedan seguir postulando a los antes mencionados o a los Macedonios, los Clara Luz, los Samuel García o los Alitos, están condenados a hundirse aún más en el fango del desprecio ciudadano.


4. El desastre electoral. Por la pandemia, pero también por los discursos de los partidos y por los candidatos impresentables que postulan todos los institutos políticos, los ciudadanos están alejados de la política. Lo veremos en una participación minúscula, pero también en los dimes y diretes entre las instituciones electorales y el presidente o en las decisiones sin razón de los tribunales electorales. La “elección más grande de la historia”, tendrá la participación “más baja” de las últimas elecciones federales. Culparán al COVID, pero en este desastre han contribuido los políticos, los partidos, el INE y el Tribunal Electoral. El sistema electoral tiene fecha de caducidad y es el próximo 6 de junio. No debemos permitirnos seguir pagando elecciones tan caras para elegir y solapar políticos tan malos y partidos tan mediocres, además de que las autoridades dan todo, menos certeza de que en esto hay algo más que organización de elecciones (un mérito en sí, pero insuficiente). La cancelación de algunas candidaturas, los comerciales pueriles de los partidos y el dinero ilegal que abunda en las campañas deberían ser razones suficientes para aceptar que el sistema ya no da para más. Urge renovarlo, que no destruirlo.

Cualquiera que sea el resultado electoral el próximo 6 de junio, este no reflejará los grandes problemas de la democracia mexicana. A continuación, se exponen cuatro ejemplos:


1. El desastre de la oposición. No importa si gana treinta o cuarenta por ciento de las diputaciones y logra conservar la mayoría de las gubernaturas en juego: la oposición está en su peor momento. No tiene liderazgos y no tiene proyecto (salvo seguir señalando a AMLO como el causante de todos los males, y ya sabemos que no es verdad del todo). No es capaz de limpiarse la cara y reconocer el desastre de país que construyó (especialmente durante los últimos veinte años) y tampoco admitirá que el éxito electoral de López Obrador se basó en mirar a las personas a quienes ellos olvidaron y perjudicaron. La oposición podrá tener más o menos diputados, pero su desesperación y fracaso es enorme, a tal grado que quienes fueron antagonistas ahora se presentan juntos, como Hitler y Stalin escenificando el pacto de no agresión que todos saben que un día romperán porque no se soportan y cada uno tiene sus intereses: solo se unen por cuestiones de poder. Eso es el PRI, el PAN y el PRD juntos: una triada de incapacidad; un saco de excusas que enfrenta sin propuestas y respuestas una elección donde lo único que balbucea es que el ocupante de Palacio Nacional es la maldad personificada.


2. El desastre de Morena. El movimiento es incapaz de agruparse en una maquinaria que tenga un horizonte más lejano que la figura de López Obrador. Dado el caos en el que está envuelta la oposición, sería lógico pensar que un partido que se presentará a las elecciones treinta meses después de asumir el gobierno -habiendo arrasado a sus adversarios- tuviera una cierta disminución en sus preferencias, pero no que teniendo la mesa servida para un gran banquete solo pudiera degustar el entremés. Por supuesto que la pandemia ha sido un factor clave, sobre todo por algunas decisiones aberrantes durante el último año, aunque su gran pecado es su incapacidad de comportarse como coro y no como espectador de las migajas que arroja un artista solitario de Palacio Nacional. El equipo de López Obrador y el partido de López Obrador se han mostrado como aplaudidores y poco abonan a la causa de la 4T. Se comportan como priistas o panistas o perredistas. Como el clásico político mexicano; como el clásico partido mexicano. Ni más, ni menos.


3. El desastre de los partidos. La vida interna de los partidos políticos sigue siendo el tema desdeñado en toda reforma electoral y continuará siendo el gran talón de Aquiles de esta república bananera. La voz del ciudadano nada vale al interior de los partidos y se termina imponiendo un elitismo y pragmatismo digno de los peores institutos políticos. Antes había el pretexto de que los gobernantes podían interferir en los partidos y por eso estos no se abrían a procesos democráticos para exigir cuentas a sus dirigencias y para elegir a sus candidatos y líderes; hoy, el pretexto continúa siendo el mismo, y la realidad muestra a institutos sin capacidad de atraer militantes comprometidos y de agrupar a personas a quienes se les trate con la dignidad de poder participar en procesos democráticos en esos institutos. La desilusión que provoca los partidos se da porque los Creel, Fernández de Cevallos, los Muñoz Ledo, los Beltrones o los Dante Delgado son figuras perpetúas en los institutos que no permiten el ascenso de otros, quienes se sienten vilipendiados, aunado al repudio al valor de la democracia al interior de los partidos. Mientras los partidos puedan seguir postulando a los antes mencionados o a los Macedonios, los Clara Luz, los Samuel García o los Alitos, están condenados a hundirse aún más en el fango del desprecio ciudadano.


4. El desastre electoral. Por la pandemia, pero también por los discursos de los partidos y por los candidatos impresentables que postulan todos los institutos políticos, los ciudadanos están alejados de la política. Lo veremos en una participación minúscula, pero también en los dimes y diretes entre las instituciones electorales y el presidente o en las decisiones sin razón de los tribunales electorales. La “elección más grande de la historia”, tendrá la participación “más baja” de las últimas elecciones federales. Culparán al COVID, pero en este desastre han contribuido los políticos, los partidos, el INE y el Tribunal Electoral. El sistema electoral tiene fecha de caducidad y es el próximo 6 de junio. No debemos permitirnos seguir pagando elecciones tan caras para elegir y solapar políticos tan malos y partidos tan mediocres, además de que las autoridades dan todo, menos certeza de que en esto hay algo más que organización de elecciones (un mérito en sí, pero insuficiente). La cancelación de algunas candidaturas, los comerciales pueriles de los partidos y el dinero ilegal que abunda en las campañas deberían ser razones suficientes para aceptar que el sistema ya no da para más. Urge renovarlo, que no destruirlo.

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