/ miércoles 4 de abril de 2018

Difícil para el PRI, por no decir que imposible, sin un discurso opositor

¿Cómo ganar una contienda electoral, desde la oposición, sin utilizar un discurso crítico en contra del partido en el poder y sus candidatos?

Esa es la pregunta que los priistas anfitriones de Miguel Ángel Osorio Chong debieron haberle realizado al ex secretario de Gobernación y flamante coordinador nacional de los candidatos al senado del partido tricolor.

Cualquier manual básico de competencia electoral obliga a los candidatos de oposición a enunciar, subrayar e incluso exagerar las deficiencias del partido o los partidos políticos que se encuentran al mando de la entidad, ya sea país, estado o municipio, en que se desarrolla la contienda.

Si repasamos el caso más elocuente veremos que Andrés Manuel López Obrador ha hecho eso desde que dio inicio a su primera campaña por la presidencia de la república cuando era jefe de gobierno del Distrito Federal, hace más de 12 años.

Enfrentar en diferentes temporadas al PAN y al PRI llevó al tabasqueño a emplear ese término de fuerte sustancia peyorativa conocido como “PRIAN”.

López Obrador ha ganado la simpatía de una buena parte de los mexicanos gracias a ese discurso incendiario en contra de la “mafia del poder”, una expresión de manufactura propia que ha tenido como destinatarios tanto a políticos emanados del partido blanquiazul como a los del tricolor.

En la presente contienda electoral se muestra mesurado porque quiere darle al presidente Enrique Peña Nieto garantías de seguridad personal.

Cuando desacreditó a Ricardo Anaya por afirmar que metería a la cárcel a Peña Nieto lo que en realidad hizo fue mandarle un mensaje al Presidente: “Si yo gano, si me dejas ganar, yo no atentaré contra tu seguridad personal ni la de tu familia”.

Eso responde a una estrategia muy clara por parte del tabasqueño, pero justo después de más de una década de venir presentándose como el verdadero y único político opositor al régimen mexicano, lo que le ha valido, junto con los evidentes yerros de las administraciones federales panistas y priistas, estar hoy al frente de todas las encuestas.

La historia local no es diferente.

En 2010, Rafael Moreno Valle, un ex priista enfundando en la camiseta del PAN, le arrebató el gobierno estatal al PRI gracias a una impetuosa y certera guerra discursiva que hizo énfasis en los puntos negros de la administración de Mario Marín Torres.

López Obrador y Moreno Valle siguieron los dictados del manual.

Hablar y actuar como candidato opositor no garantiza el triunfo, por supuesto, menos si se dejan de lado muchas otras tareas que ayudan a construir una campaña exitosa, pero hacerlo sí incrementa las posibilidades de alzarse con la victoria.

Ayer que Osorio Chong vino a Puebla perdió la oportunidad de prender ese chispazo que por ahora no tienen las campañas del PRI y que no tuvieron sus dirigentes ni liderazgos locales en los seis años de gobierno de Moreno Valle.

Inmerso en la contienda nacional, el político nacido en Hidalgo se dedicó solo a lanzarle torpedos discursivos a López Obrador.

Seguramente por así convenir a sus intereses, olvidó que estaba en Puebla, donde el PRI es oposición, y por tanto se desentendió de Moreno Valle –a quien después reconoció como su amigo en algunas entrevistas—y de todos los candidatos que emanan del morenovallismo, entre ellos Martha Erika Alonso Hidalgo.

Osorio Chong vino a reforzar las candidaturas de Juan Manuel Vega Rayet y Vanessa Barahona, abanderados a diputados federales por los distritos de Atlixco y Cholula, pero no contrastó su propuesta legislativa con la de los aspirantes del grupo en el poder, en su mayoría panistas.

En lugar de eso se fue por la fácil, en contra del candidato presidencial de Morena, quien, por decirlo de una manera coloquial, no tenía ninguna vela en el entierro.

El problema es que el estilo se contagia, como lo ha demostrado el principal ahijado político del ex secretario de Gobernación.

Juan Carlos Lastiri, desde su calidad de candidato al senado en primera fórmula, no se ha atrevido a ponerle nombre y apellidos a los objetivos de sus críticas.

¿Así pretende el PRI recuperar el poder político en el estado?

Esa es la pregunta que deberían plantearse sus candidatos.

El tercer lugar en las preferencias electorales no les da mucho margen para la condescendencia.

A menos, claro, que hayan asumido la derrota por anticipado.


@jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx

¿Cómo ganar una contienda electoral, desde la oposición, sin utilizar un discurso crítico en contra del partido en el poder y sus candidatos?

Esa es la pregunta que los priistas anfitriones de Miguel Ángel Osorio Chong debieron haberle realizado al ex secretario de Gobernación y flamante coordinador nacional de los candidatos al senado del partido tricolor.

Cualquier manual básico de competencia electoral obliga a los candidatos de oposición a enunciar, subrayar e incluso exagerar las deficiencias del partido o los partidos políticos que se encuentran al mando de la entidad, ya sea país, estado o municipio, en que se desarrolla la contienda.

Si repasamos el caso más elocuente veremos que Andrés Manuel López Obrador ha hecho eso desde que dio inicio a su primera campaña por la presidencia de la república cuando era jefe de gobierno del Distrito Federal, hace más de 12 años.

Enfrentar en diferentes temporadas al PAN y al PRI llevó al tabasqueño a emplear ese término de fuerte sustancia peyorativa conocido como “PRIAN”.

López Obrador ha ganado la simpatía de una buena parte de los mexicanos gracias a ese discurso incendiario en contra de la “mafia del poder”, una expresión de manufactura propia que ha tenido como destinatarios tanto a políticos emanados del partido blanquiazul como a los del tricolor.

En la presente contienda electoral se muestra mesurado porque quiere darle al presidente Enrique Peña Nieto garantías de seguridad personal.

Cuando desacreditó a Ricardo Anaya por afirmar que metería a la cárcel a Peña Nieto lo que en realidad hizo fue mandarle un mensaje al Presidente: “Si yo gano, si me dejas ganar, yo no atentaré contra tu seguridad personal ni la de tu familia”.

Eso responde a una estrategia muy clara por parte del tabasqueño, pero justo después de más de una década de venir presentándose como el verdadero y único político opositor al régimen mexicano, lo que le ha valido, junto con los evidentes yerros de las administraciones federales panistas y priistas, estar hoy al frente de todas las encuestas.

La historia local no es diferente.

En 2010, Rafael Moreno Valle, un ex priista enfundando en la camiseta del PAN, le arrebató el gobierno estatal al PRI gracias a una impetuosa y certera guerra discursiva que hizo énfasis en los puntos negros de la administración de Mario Marín Torres.

López Obrador y Moreno Valle siguieron los dictados del manual.

Hablar y actuar como candidato opositor no garantiza el triunfo, por supuesto, menos si se dejan de lado muchas otras tareas que ayudan a construir una campaña exitosa, pero hacerlo sí incrementa las posibilidades de alzarse con la victoria.

Ayer que Osorio Chong vino a Puebla perdió la oportunidad de prender ese chispazo que por ahora no tienen las campañas del PRI y que no tuvieron sus dirigentes ni liderazgos locales en los seis años de gobierno de Moreno Valle.

Inmerso en la contienda nacional, el político nacido en Hidalgo se dedicó solo a lanzarle torpedos discursivos a López Obrador.

Seguramente por así convenir a sus intereses, olvidó que estaba en Puebla, donde el PRI es oposición, y por tanto se desentendió de Moreno Valle –a quien después reconoció como su amigo en algunas entrevistas—y de todos los candidatos que emanan del morenovallismo, entre ellos Martha Erika Alonso Hidalgo.

Osorio Chong vino a reforzar las candidaturas de Juan Manuel Vega Rayet y Vanessa Barahona, abanderados a diputados federales por los distritos de Atlixco y Cholula, pero no contrastó su propuesta legislativa con la de los aspirantes del grupo en el poder, en su mayoría panistas.

En lugar de eso se fue por la fácil, en contra del candidato presidencial de Morena, quien, por decirlo de una manera coloquial, no tenía ninguna vela en el entierro.

El problema es que el estilo se contagia, como lo ha demostrado el principal ahijado político del ex secretario de Gobernación.

Juan Carlos Lastiri, desde su calidad de candidato al senado en primera fórmula, no se ha atrevido a ponerle nombre y apellidos a los objetivos de sus críticas.

¿Así pretende el PRI recuperar el poder político en el estado?

Esa es la pregunta que deberían plantearse sus candidatos.

El tercer lugar en las preferencias electorales no les da mucho margen para la condescendencia.

A menos, claro, que hayan asumido la derrota por anticipado.


@jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx