/ martes 27 de febrero de 2018

Dudas

En el preámbulo de lo que será sin duda una intensa y fragorosa batalla electoral que el próximo 1 de julio habrá de decidir el destino del país, muchas son las dudas y enorme la incertidumbre que prevalece entre muchos ciudadanos.

Así pude confirmarlo el pasado fin de semana, tras reunirme con un numeroso grupo de compañeros preparatorianos de la llamada “Generación Centenario” del Instituto Oriente.

Además de las consabidas remembranzas y el infaltable anecdotario de nuestra época estudiantil, el tema político-electoral fue inevitable.

En ese contexto, percibí que prevalece una enorme preocupación por las múltiples adversidades que afronta el país y, en consecuencia, sobre los inmensos retos para el futuro mediato.

Hay claridad en los temas torales.

Se habla de la urgencia de un cambio, pero con rumbo y un liderazgo inteligente.

Salud, educación, atención al campo, administración y procuración de justicia.

Se asume la necesidad de combatir la pobreza y reducir la desigualdad social.

Se habla de los riesgos de la economía y de la urgencia de diversificar mercados.

Preocupa también el escenario externo, las locuras de Donald Trump.

Se reprocha a partidos y a políticos, sobre todo por su obsesión al poder por el poder mismo; al interés personal por encima de la colectividad.

Hay miedo por la inseguridad, por la creciente fortaleza de los grupos delincuenciales.

Y hastío por la corrupción extrema y, aún más, por el débil combate a la impunidad.

¿Y ahora quién podrá defendernos?

Respecto a los candidatos, escuché argumentos inteligentes, algunos medianamente convincentes, otros definitivamente apasionados.

Que si la “marca”, la tozudez, el mesianismo, la inexperiencia, la desconfianza…

Se coincidió, eso sí, en el perfil de cada uno; quiénes son, qué han hecho, cómo es que llegaron a su postulación y cómo fue que otros lo apoyaron.

Pero sobre todo, se ponderó a los personajes que están en su entorno; igual los que llegaron por voluntad, que los que fueron llamados por conveniencia.

Las redes del poder con sus claroscuros.

Se cree que ahí está, en buena medida, el alcance de su respectiva fortaleza…o de su propia debilidad.

Queda claro que los valores ideológicos ya fueron traspasados; el pragmatismo predomina, aun por encima de la moral.

En ese contexto, ¿quién?

Puedo afirmar que al menos en el caso de la Presidencia de la República, la mayoría de la poco más de una treintena de excompañeros no sabe a ciencia cierta el destino de su voto.

Y ante la duda, sugieren que lo mejor sería esperar.

En un mes comenzarán las campañas.

Habrá tiempo para dilucidar.

Como nunca antes, el voto informado y razonado adquiere valor fundamental.

Más de uno me dijo con mucha convicción: “Depende quien vaya en primera posición, según el caso, lo apoyaría o bien optaría por el segundo”.

¿Qué significa eso?

Más dudas, enorme incertidumbre.

En el preámbulo de lo que será sin duda una intensa y fragorosa batalla electoral que el próximo 1 de julio habrá de decidir el destino del país, muchas son las dudas y enorme la incertidumbre que prevalece entre muchos ciudadanos.

Así pude confirmarlo el pasado fin de semana, tras reunirme con un numeroso grupo de compañeros preparatorianos de la llamada “Generación Centenario” del Instituto Oriente.

Además de las consabidas remembranzas y el infaltable anecdotario de nuestra época estudiantil, el tema político-electoral fue inevitable.

En ese contexto, percibí que prevalece una enorme preocupación por las múltiples adversidades que afronta el país y, en consecuencia, sobre los inmensos retos para el futuro mediato.

Hay claridad en los temas torales.

Se habla de la urgencia de un cambio, pero con rumbo y un liderazgo inteligente.

Salud, educación, atención al campo, administración y procuración de justicia.

Se asume la necesidad de combatir la pobreza y reducir la desigualdad social.

Se habla de los riesgos de la economía y de la urgencia de diversificar mercados.

Preocupa también el escenario externo, las locuras de Donald Trump.

Se reprocha a partidos y a políticos, sobre todo por su obsesión al poder por el poder mismo; al interés personal por encima de la colectividad.

Hay miedo por la inseguridad, por la creciente fortaleza de los grupos delincuenciales.

Y hastío por la corrupción extrema y, aún más, por el débil combate a la impunidad.

¿Y ahora quién podrá defendernos?

Respecto a los candidatos, escuché argumentos inteligentes, algunos medianamente convincentes, otros definitivamente apasionados.

Que si la “marca”, la tozudez, el mesianismo, la inexperiencia, la desconfianza…

Se coincidió, eso sí, en el perfil de cada uno; quiénes son, qué han hecho, cómo es que llegaron a su postulación y cómo fue que otros lo apoyaron.

Pero sobre todo, se ponderó a los personajes que están en su entorno; igual los que llegaron por voluntad, que los que fueron llamados por conveniencia.

Las redes del poder con sus claroscuros.

Se cree que ahí está, en buena medida, el alcance de su respectiva fortaleza…o de su propia debilidad.

Queda claro que los valores ideológicos ya fueron traspasados; el pragmatismo predomina, aun por encima de la moral.

En ese contexto, ¿quién?

Puedo afirmar que al menos en el caso de la Presidencia de la República, la mayoría de la poco más de una treintena de excompañeros no sabe a ciencia cierta el destino de su voto.

Y ante la duda, sugieren que lo mejor sería esperar.

En un mes comenzarán las campañas.

Habrá tiempo para dilucidar.

Como nunca antes, el voto informado y razonado adquiere valor fundamental.

Más de uno me dijo con mucha convicción: “Depende quien vaya en primera posición, según el caso, lo apoyaría o bien optaría por el segundo”.

¿Qué significa eso?

Más dudas, enorme incertidumbre.