/ viernes 12 de febrero de 2021

El amor en tiempos de pandemia

De lo único que me gustaría morir sería de amor

Gabriel García Márquez

Una noche nos acostamos a dormir y al otro día el mundo estaba al revés. La situación nos obligó a crear hábitos a los que no estábamos acostumbrados y rutinas que rompieron con cualquier tipo de planeación. Para nadie ha sido fácil adaptarnos a esta nueva realidad e incluir en nuestro lenguaje palabras de tanto peso y valor como empatía y amor, que finalmente son las que mueven al mundo, y después de todo, las que nos permitieron llegar a donde estamos hoy.

Este tiempo nos ha mostrado lo que en realidad importa. Enlazó nuevamente a familias, fronteras, razas, ideologías y principios; sacó a flote lo mismo la solidaridad y la benevolencia que el egoísmo y la violencia. Nos hizo volver a ver adentro y valorar lo esencial y nos enseñó que se debe vivir y disfrutar sin pensar en un mañana.

El Covid-19 es un maestro, sería una fuente de inspiración para una novela trágica o cómica si no fuera una realidad brutal. He ido observando en mi entorno y contemplado las diferentes tramas y escenas de a quienes Cupido asestó con sus flechas en algún momento. Los hay que insisten en torturarnos enseñándonos lo maravilloso que es estar enamorados; también los que empapan el cojín o la almohada con sus lágrimas porque solo pueden hablar con su pareja a través de una pantalla o bien porque han roto el amor de tan poco usarlo. Luego están aquellos que son veteranos en el amor y ya hace tiempo que viven juntos sin ningún otro tipo de comportamiento que no sea el dictado por Dios o por el juez. En muchos de estos casos la situación pasa a ser diferente, la monotonía del día a día se acentúa, las series de los canales de prepago dejan de ser suficientes y el internet, los chats o el teletrabajo pasan a ser las vías de escape a los constantes reproches. Y desde luego están las parejas con hijos en edad escolar. Aquí si la situación socioeconómica tiene sus efectos, debe ser difícil sobrellevar la relación en una casa de cuartos reducidos o de vecindarios compartidos, con una sola televisión y una computadora, hijos adolescentes en rebeldía constante, mientras los pequeños son distraídos y alimentados; y todo ello para muchos trabajando desde casa, y para otros, la mamá o el papá saliendo a ganarse el sustento, mientras él o ella se encargan de todo; en verdad difícil, aun teniendo lo necesario llega el momento que el encierro cansa y la paciencia se agota, pero al final es el amor, la fe y la esperanza lo que los hace seguir unidos y con armonía y paz. Cuando contemplo estas escenas doy gracias a Dios por mi paz, mi tranquilidad… y mis compañeros, que son los libros, la computadora y el internet; el amor de mis hijos y de mis nietos y de mis amigas y amigos de CONVERSACIONES, a quienes saludo todos los días por la mañana.

No cabe duda que esta pandemia nos ha hecho entrar en contacto con nuestra vulnerabilidad y salir de nuestro individualismo. Es tiempo de mirar por la ventana con paz y con amor. Desde luego que el desafío y el reto no solo tienen un nuevo olor de aprendizaje, a veces son los otros quienes tienen las respuestas y la filosofía; y desde luego, la realidad en las calles, en las cortinas de los negocios cerradas, las personas solicitando trabajo en las calles lo que nos lleva a una vertiente, de un lado el miedo, el odio y la estupidez y del otro lado la inteligencia emocional del amor. Sí, hay que abrir las ventanas del corazón al amor verdadero, que es lo único que nos va a salvar de esta pandemia.

La falta de amor, es decir, la carencia de Dios nos llevó a la tragedia. Si aprendimos la lección pongámosla ahora en práctica, inundemos de amor el mundo sabiendo que esa fuerza espiritual que yace en nosotros es la participación más alta de la imagen y semejanza de Dios.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa CONVERSACIONES, en el 12.80 de AM, y te recuerdo que: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”

De lo único que me gustaría morir sería de amor

Gabriel García Márquez

Una noche nos acostamos a dormir y al otro día el mundo estaba al revés. La situación nos obligó a crear hábitos a los que no estábamos acostumbrados y rutinas que rompieron con cualquier tipo de planeación. Para nadie ha sido fácil adaptarnos a esta nueva realidad e incluir en nuestro lenguaje palabras de tanto peso y valor como empatía y amor, que finalmente son las que mueven al mundo, y después de todo, las que nos permitieron llegar a donde estamos hoy.

Este tiempo nos ha mostrado lo que en realidad importa. Enlazó nuevamente a familias, fronteras, razas, ideologías y principios; sacó a flote lo mismo la solidaridad y la benevolencia que el egoísmo y la violencia. Nos hizo volver a ver adentro y valorar lo esencial y nos enseñó que se debe vivir y disfrutar sin pensar en un mañana.

El Covid-19 es un maestro, sería una fuente de inspiración para una novela trágica o cómica si no fuera una realidad brutal. He ido observando en mi entorno y contemplado las diferentes tramas y escenas de a quienes Cupido asestó con sus flechas en algún momento. Los hay que insisten en torturarnos enseñándonos lo maravilloso que es estar enamorados; también los que empapan el cojín o la almohada con sus lágrimas porque solo pueden hablar con su pareja a través de una pantalla o bien porque han roto el amor de tan poco usarlo. Luego están aquellos que son veteranos en el amor y ya hace tiempo que viven juntos sin ningún otro tipo de comportamiento que no sea el dictado por Dios o por el juez. En muchos de estos casos la situación pasa a ser diferente, la monotonía del día a día se acentúa, las series de los canales de prepago dejan de ser suficientes y el internet, los chats o el teletrabajo pasan a ser las vías de escape a los constantes reproches. Y desde luego están las parejas con hijos en edad escolar. Aquí si la situación socioeconómica tiene sus efectos, debe ser difícil sobrellevar la relación en una casa de cuartos reducidos o de vecindarios compartidos, con una sola televisión y una computadora, hijos adolescentes en rebeldía constante, mientras los pequeños son distraídos y alimentados; y todo ello para muchos trabajando desde casa, y para otros, la mamá o el papá saliendo a ganarse el sustento, mientras él o ella se encargan de todo; en verdad difícil, aun teniendo lo necesario llega el momento que el encierro cansa y la paciencia se agota, pero al final es el amor, la fe y la esperanza lo que los hace seguir unidos y con armonía y paz. Cuando contemplo estas escenas doy gracias a Dios por mi paz, mi tranquilidad… y mis compañeros, que son los libros, la computadora y el internet; el amor de mis hijos y de mis nietos y de mis amigas y amigos de CONVERSACIONES, a quienes saludo todos los días por la mañana.

No cabe duda que esta pandemia nos ha hecho entrar en contacto con nuestra vulnerabilidad y salir de nuestro individualismo. Es tiempo de mirar por la ventana con paz y con amor. Desde luego que el desafío y el reto no solo tienen un nuevo olor de aprendizaje, a veces son los otros quienes tienen las respuestas y la filosofía; y desde luego, la realidad en las calles, en las cortinas de los negocios cerradas, las personas solicitando trabajo en las calles lo que nos lleva a una vertiente, de un lado el miedo, el odio y la estupidez y del otro lado la inteligencia emocional del amor. Sí, hay que abrir las ventanas del corazón al amor verdadero, que es lo único que nos va a salvar de esta pandemia.

La falta de amor, es decir, la carencia de Dios nos llevó a la tragedia. Si aprendimos la lección pongámosla ahora en práctica, inundemos de amor el mundo sabiendo que esa fuerza espiritual que yace en nosotros es la participación más alta de la imagen y semejanza de Dios.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa CONVERSACIONES, en el 12.80 de AM, y te recuerdo que: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”