/ domingo 3 de junio de 2018

El bien supremo

Para Ariel Garibay

El mundo de la vida pública y el de la meditación metafísica son excluyentes. Se vive en uno o en otro. No es posible ser anfibio. Es una tentación contestar afirmativamente, pero es una inquietud movida por la imprudencia. El mundo de la vida pública está regido por el dinero y el poder político. Su fuerza tutelar es el Estado. En cambio, el mundo espiritual está animado por el estudio, la reflexión y la virtud. Su energía (élan) vital es el Yo.

Bien sabido es que el ignorante padece de incontinencia verbal, transcurre su vida afirmando, postulando, ‘reivindicando’. En contraste, el sabio utiliza su vida para dudar, reflexionar y preguntar: el sabio es un pensador que se especializa en redactar, en formular, en diseñar preguntas. Lo anterior, bajo la premisa de que la correcta construcción de la pregunta constituye la etapa primera de la resolución del problema. Resumamos: 1. La sabiduría (la vida metafísica) medita y pregunta. 2. La política (la vida pública, la vida de las representaciones del Estado) afirma, sin responsabilidad metodología alguna, porque su ámbito no es el de la razón sino el de la lucha por el poder.

En lo anterior, subyace la noción de sentido de la existencia. Aristóteles en su ‘Ética a Nicómaco’, afirma que ese sentido, ese bien supremo, es la felicidad, el estado de conciencia en el que se ejerce la razón y la virtud. Y la felicidad se arriba por medio de la ascesis de la vida prudente y de la vida contemplativa.

La prudencia es la práctica del examen y la reflexión sobre los hechos de la vida personal y la de nuestros semejantes al través de un concepto específico de lo humano, mismo que se expresa en las siguientes preguntas: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es su finalidad?, ¿quién soy yo?, ¿cuál es mi misión?

En estos días corrientes, ‘felicidad’ es una palabra contaminada por la ideología del mercado que la ha reducido a una voluntad de consumo de mercancías, en su primera acepción, y, en su segunda, a la experimentación de estados placenteros asociados a la ingesta desmesurada de manjares, alcohol y/o drogas. El sexo mercantil participa de las dos acepciones: es mercancía placentera.

En contrario, la felicidad es clásica. Es la ‘Eudaimonía aristotélica’ (Eudaimonía significa ‘vivir bien’, o ‘con el bien’, o ‘vivir el bien’). Escribía, entonces, que la felicidad es clásica y antigua, no es la torpe anestesia del ‘consumidor profesional’ asiduo a la plaza comercial.

Aristóteles escribe que la ética (la filosofía de los actos y decisiones) no consiste en una gnosis teórica, sino que es algo ‘bueno para la vida’ y que ‘hay que practicar la virtud’ ya que su objeto es ‘hacernos buenos’.

Explica que existen tres clases de vida conectadas por un canal ascendente (anábasis) y otro descendente (catábasis): La vida del placer, que sigue la mayoría. La vida del honor, la de los hombres de acción. Y la vida de la contemplación de la verdad, que es la del sabio, la del hombre que posee la sabiduría, la pronesis, la prudencia.

Por lo anterior, es altamente visual, figurativo, que en la primera parte de su ‘Ética a Nicómaco’, Aristóteles diga que: ‘Parece que todo arte y toda investigación, e igualmente toda actividad y elección, tienden a un determinado bien; de ahí que algunos hayan manifestado con razón que el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran’. En fin.

Amigo lector: ¿El alma es el epifenómeno de la actividad cerebral o viceversa? Me pregunto lo anterior asaetado por un dolor de muelas, cuyo tratamiento con analgésico y antibiótico, ha modificado mi conciencia del mundo. ‘Caminar por el filo de la navaja’ -ahora lo sé- no es simplemente una metáfora de los Upanishads. Es la descripción de un alucinante estado de conciencia.

Para Ariel Garibay

El mundo de la vida pública y el de la meditación metafísica son excluyentes. Se vive en uno o en otro. No es posible ser anfibio. Es una tentación contestar afirmativamente, pero es una inquietud movida por la imprudencia. El mundo de la vida pública está regido por el dinero y el poder político. Su fuerza tutelar es el Estado. En cambio, el mundo espiritual está animado por el estudio, la reflexión y la virtud. Su energía (élan) vital es el Yo.

Bien sabido es que el ignorante padece de incontinencia verbal, transcurre su vida afirmando, postulando, ‘reivindicando’. En contraste, el sabio utiliza su vida para dudar, reflexionar y preguntar: el sabio es un pensador que se especializa en redactar, en formular, en diseñar preguntas. Lo anterior, bajo la premisa de que la correcta construcción de la pregunta constituye la etapa primera de la resolución del problema. Resumamos: 1. La sabiduría (la vida metafísica) medita y pregunta. 2. La política (la vida pública, la vida de las representaciones del Estado) afirma, sin responsabilidad metodología alguna, porque su ámbito no es el de la razón sino el de la lucha por el poder.

En lo anterior, subyace la noción de sentido de la existencia. Aristóteles en su ‘Ética a Nicómaco’, afirma que ese sentido, ese bien supremo, es la felicidad, el estado de conciencia en el que se ejerce la razón y la virtud. Y la felicidad se arriba por medio de la ascesis de la vida prudente y de la vida contemplativa.

La prudencia es la práctica del examen y la reflexión sobre los hechos de la vida personal y la de nuestros semejantes al través de un concepto específico de lo humano, mismo que se expresa en las siguientes preguntas: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es su finalidad?, ¿quién soy yo?, ¿cuál es mi misión?

En estos días corrientes, ‘felicidad’ es una palabra contaminada por la ideología del mercado que la ha reducido a una voluntad de consumo de mercancías, en su primera acepción, y, en su segunda, a la experimentación de estados placenteros asociados a la ingesta desmesurada de manjares, alcohol y/o drogas. El sexo mercantil participa de las dos acepciones: es mercancía placentera.

En contrario, la felicidad es clásica. Es la ‘Eudaimonía aristotélica’ (Eudaimonía significa ‘vivir bien’, o ‘con el bien’, o ‘vivir el bien’). Escribía, entonces, que la felicidad es clásica y antigua, no es la torpe anestesia del ‘consumidor profesional’ asiduo a la plaza comercial.

Aristóteles escribe que la ética (la filosofía de los actos y decisiones) no consiste en una gnosis teórica, sino que es algo ‘bueno para la vida’ y que ‘hay que practicar la virtud’ ya que su objeto es ‘hacernos buenos’.

Explica que existen tres clases de vida conectadas por un canal ascendente (anábasis) y otro descendente (catábasis): La vida del placer, que sigue la mayoría. La vida del honor, la de los hombres de acción. Y la vida de la contemplación de la verdad, que es la del sabio, la del hombre que posee la sabiduría, la pronesis, la prudencia.

Por lo anterior, es altamente visual, figurativo, que en la primera parte de su ‘Ética a Nicómaco’, Aristóteles diga que: ‘Parece que todo arte y toda investigación, e igualmente toda actividad y elección, tienden a un determinado bien; de ahí que algunos hayan manifestado con razón que el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran’. En fin.

Amigo lector: ¿El alma es el epifenómeno de la actividad cerebral o viceversa? Me pregunto lo anterior asaetado por un dolor de muelas, cuyo tratamiento con analgésico y antibiótico, ha modificado mi conciencia del mundo. ‘Caminar por el filo de la navaja’ -ahora lo sé- no es simplemente una metáfora de los Upanishads. Es la descripción de un alucinante estado de conciencia.