/ domingo 1 de marzo de 2020

El coro de los esclavos

Para mi madre, Rafaela Aurelia


Nabucco es una ópera de Giuseppe Verdi con libreto de Temistocle Solera que fue estrenada, en Italia, en 1842. La sección más conocida es “Va, pensiero”, el coro del tercer acto que está basado en el Salmo 137, conocido como “Super flumina Babylonis(… illic sedimus et flevimus, cum recordaremur Sion) en el que los esclavos cantan la historia del exilio hebreo en Babilonia, después de la destrucción del templo de Jerusalén. El texto del Salmo 137 es el siguiente:

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sion. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: "¡Canten para nosotros un canto de Sion!" ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha; que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. Recuerda, Señor, contra los edomitas, el día de Jerusalén, cuando ellos decían: "¡Arrásenla! ¡Arrasen hasta sus cimientos!" ¡Ciudad de Babilonia, la devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!

El coro “Va, pensiero”, se convirtió en un himno de los italianos que combatieron al opresor extranjero. La letra es ésta:

¡Vuela pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el dulce aire de la tierra natal! ¡Saluda las orillas del Jordán y las destruidas torres de Sion! ¡Oh, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Oh recuerdo tan querido y fatal! Arpa de oro de fatídicos poetas, ¿por qué cuelgas muda del sauce? Revive en nuestros pechos el recuerdo, ¡Qué hable del tiempo que fue! Al igual que el destino de Jerusalén, canta un aire de inconsolable lamento. ¡Qué te inspire el Señor una melodía, que infunda valor a nuestro padecimiento, que infunda sentido a nuestro padecimiento, que infunda sabiduría a nuestro padecimiento: a nuestro sufrimiento, valor!

Cautivos en nuestra propia patria, los esclavos hoy sufrimos la nostalgia de lo que tal vez nunca ha existido:

Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo. (…) Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero. (…) Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones la inmensidad sobre los corazones. (…) Suave Patria: tú vales por el río de las virtudes de tu mujerío. Tus hijas atraviesan como hadas, o destilando un invisible alcohol, vestidas con las redes de tu sol, cruzan como botellas alambradas. (…) Suave Patria, vendedora de chía: quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón, y con matraca, y entre los tiros de la policía. (…) Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el Ave taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave.

Tal vez, en este momento, nos sea oportuno deletrear esa “Ave” (…llena eres de gracia…), que anotó nuestro poeta, en su rapsodia más grande, a las orillas de los míticos y eternos ríos imperecederos.

Para mi madre, Rafaela Aurelia


Nabucco es una ópera de Giuseppe Verdi con libreto de Temistocle Solera que fue estrenada, en Italia, en 1842. La sección más conocida es “Va, pensiero”, el coro del tercer acto que está basado en el Salmo 137, conocido como “Super flumina Babylonis(… illic sedimus et flevimus, cum recordaremur Sion) en el que los esclavos cantan la historia del exilio hebreo en Babilonia, después de la destrucción del templo de Jerusalén. El texto del Salmo 137 es el siguiente:

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sion. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: "¡Canten para nosotros un canto de Sion!" ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha; que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. Recuerda, Señor, contra los edomitas, el día de Jerusalén, cuando ellos decían: "¡Arrásenla! ¡Arrasen hasta sus cimientos!" ¡Ciudad de Babilonia, la devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!

El coro “Va, pensiero”, se convirtió en un himno de los italianos que combatieron al opresor extranjero. La letra es ésta:

¡Vuela pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el dulce aire de la tierra natal! ¡Saluda las orillas del Jordán y las destruidas torres de Sion! ¡Oh, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Oh recuerdo tan querido y fatal! Arpa de oro de fatídicos poetas, ¿por qué cuelgas muda del sauce? Revive en nuestros pechos el recuerdo, ¡Qué hable del tiempo que fue! Al igual que el destino de Jerusalén, canta un aire de inconsolable lamento. ¡Qué te inspire el Señor una melodía, que infunda valor a nuestro padecimiento, que infunda sentido a nuestro padecimiento, que infunda sabiduría a nuestro padecimiento: a nuestro sufrimiento, valor!

Cautivos en nuestra propia patria, los esclavos hoy sufrimos la nostalgia de lo que tal vez nunca ha existido:

Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo. (…) Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero. (…) Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones la inmensidad sobre los corazones. (…) Suave Patria: tú vales por el río de las virtudes de tu mujerío. Tus hijas atraviesan como hadas, o destilando un invisible alcohol, vestidas con las redes de tu sol, cruzan como botellas alambradas. (…) Suave Patria, vendedora de chía: quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón, y con matraca, y entre los tiros de la policía. (…) Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el Ave taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave.

Tal vez, en este momento, nos sea oportuno deletrear esa “Ave” (…llena eres de gracia…), que anotó nuestro poeta, en su rapsodia más grande, a las orillas de los míticos y eternos ríos imperecederos.