/ domingo 17 de noviembre de 2019

El Escepticismo: esbozo de características y rasgos genealógicos de una filosofía radical

El conocimiento solo puede contemplar los accidentes y no las esencias de las cosas. Lo cognoscible es el mundo externo, probable, aparente, fenoménico.

Las características de este discurso filosófico son:

1. Desde un estado de tranquilidad, es decir desapasionadamente, observa cuidadosa y detenidamente el mundo.

2. No afirma; no niega.

3. Duda de la información de los sentidos corporales

4. Duda de la existencia de dios, del alma, de la inmortalidad.

5. Duda de la existencia del conocimiento científico; de lo verdadero y de lo falso.

Sócrates (470-399 a.c.) Yo sólo sé que no sé

Pirrón de Elis (360-270 a.c.). La duda es el tópico central de su meditación, sostuvo que era imposible conocer los primeros principios.

Sexto Empírico (160-210) consideraba imposible conocer la verdad tanto en la ética como en la ciencia. Que solo nos es dado conocer el fenómeno (no así el nóumeno), que debemos alcanzar la suspensión del juicio (o valoración del mundo) para alcanzar la ataraxia (la condición de serenidad imperturbable). Es anti/metafísico, es espiritista y por esto practicante de un hedonismo mesurado. [Ver Sexto Empírico. Contra los profesores. Obra completa. Madrid: Editorial Gredos]

Francisco Sánchez (1551-1623) Su libro fundamental es: “Quod nihil scitur”, publicado en 1581, cuyo título completo en español es “Del más noble y universal primer saber: Que nada se sabe”. La divisa de este hombre que se presenta como “Philosophus et Medicus” (como Sexto Empírico) es “¿Quid?” Y el texto preliminar de su gran libro es lo que sigue:

Que nada se sabe. Ni siquiera sé esto: que no sé nada. Sospecho, sin embargo, que ni yo ni los otros. Sea mi estandarte esta proposición, que aparece como la que debe seguirse: nada se sabe. Si supiera probarla, concluiré con razón que nada se sabe; si no supiera, tanto mejor, pues esto era lo que afirmaba. Dirás que en caso de que sepa probar, se seguirá lo contrario, porque entonces sabré algo. Pero he llegado a la conclusión contraria antes que tú arguyeras. Ya empiezo a embrollar el asunto; de esto mismo se sigue sin más que nada se sabe.

Montaigne (1533-1592). En sus “Ensayos”, en el capítulo XII del libro dos, encontraremos la “Apología de Raimundo Sabunde”. En esta obra escribe que “la razón humana no puede, por ser limitada, fundamentar ningún conocimiento sobre Dios. La presunción es nuestra enfermedad original. El hombre es la más calamitosa, frágil y orgullosa de las creaturas. Su vanidad es tan grande que ha querido igualarse con Dios, negando su precaria, falible, condición que lo condena a la incertidumbre.

La “Apología” propone una moral limitada:

La grandeza del alma humana no se realiza en lo supremo sino en el equilibrio del justo medio, la sabiduría y la felicidad residen, consisten, existen, en la aceptación del límite. El desprecio, es decir, la falta de atención a la naturaleza de nuestro ser es la más salvaje de nuestras enfermedades.

El Dr. Bernat Castany Prado, en su libro “El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges” escribe:

En sus más de dos mil quinientos años de vida el escepticismo ha adoptado muy diversas formas. Sin ánimo de ser exhaustivos podemos contar entre sus avatares: el escepticismo radical de Pirrón, el escepticismo académico de Carnéades, el escepticismo dialéctico de Agripa, el escepticismo empírico de Sexto, el escepticismo bíblico del libro de Job y el Eclesiastés, la teología negativa o apofática —hebrea, cristiana o islámica—, el nominalismo medieval, el escepticismo erasmista, el pirronismo barroco, así como las diversas reacciones escépticas contra el racionalismo y el cientificismo moderno occidental, representadas, entre otros, por Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, William James, Martin Heidegger o Hans Georg Gadamer. A pesar de las variaciones que se fueron produciendo a lo largo de los siglos, el núcleo doctrinal del escepticismo, que se fijó en la Grecia del siglo IV a.C., permanece intacto hasta nuestros días. Recordemos que el escepticismo nació como una filosofía práctica, esto es, como una filosofía cuyo objetivo no era la especulación filosófica, sino la búsqueda de una vía de acceso a la felicidad y la bondad.

Amigo lector que hasta aquí llegas: si fuera verdadero el apotegma “El hombre es una bestia que cree”, ergo, el escepticismo nos proporcionaría el fármaco para abandonar esa vulgar condición binaria.

El conocimiento solo puede contemplar los accidentes y no las esencias de las cosas. Lo cognoscible es el mundo externo, probable, aparente, fenoménico.

Las características de este discurso filosófico son:

1. Desde un estado de tranquilidad, es decir desapasionadamente, observa cuidadosa y detenidamente el mundo.

2. No afirma; no niega.

3. Duda de la información de los sentidos corporales

4. Duda de la existencia de dios, del alma, de la inmortalidad.

5. Duda de la existencia del conocimiento científico; de lo verdadero y de lo falso.

Sócrates (470-399 a.c.) Yo sólo sé que no sé

Pirrón de Elis (360-270 a.c.). La duda es el tópico central de su meditación, sostuvo que era imposible conocer los primeros principios.

Sexto Empírico (160-210) consideraba imposible conocer la verdad tanto en la ética como en la ciencia. Que solo nos es dado conocer el fenómeno (no así el nóumeno), que debemos alcanzar la suspensión del juicio (o valoración del mundo) para alcanzar la ataraxia (la condición de serenidad imperturbable). Es anti/metafísico, es espiritista y por esto practicante de un hedonismo mesurado. [Ver Sexto Empírico. Contra los profesores. Obra completa. Madrid: Editorial Gredos]

Francisco Sánchez (1551-1623) Su libro fundamental es: “Quod nihil scitur”, publicado en 1581, cuyo título completo en español es “Del más noble y universal primer saber: Que nada se sabe”. La divisa de este hombre que se presenta como “Philosophus et Medicus” (como Sexto Empírico) es “¿Quid?” Y el texto preliminar de su gran libro es lo que sigue:

Que nada se sabe. Ni siquiera sé esto: que no sé nada. Sospecho, sin embargo, que ni yo ni los otros. Sea mi estandarte esta proposición, que aparece como la que debe seguirse: nada se sabe. Si supiera probarla, concluiré con razón que nada se sabe; si no supiera, tanto mejor, pues esto era lo que afirmaba. Dirás que en caso de que sepa probar, se seguirá lo contrario, porque entonces sabré algo. Pero he llegado a la conclusión contraria antes que tú arguyeras. Ya empiezo a embrollar el asunto; de esto mismo se sigue sin más que nada se sabe.

Montaigne (1533-1592). En sus “Ensayos”, en el capítulo XII del libro dos, encontraremos la “Apología de Raimundo Sabunde”. En esta obra escribe que “la razón humana no puede, por ser limitada, fundamentar ningún conocimiento sobre Dios. La presunción es nuestra enfermedad original. El hombre es la más calamitosa, frágil y orgullosa de las creaturas. Su vanidad es tan grande que ha querido igualarse con Dios, negando su precaria, falible, condición que lo condena a la incertidumbre.

La “Apología” propone una moral limitada:

La grandeza del alma humana no se realiza en lo supremo sino en el equilibrio del justo medio, la sabiduría y la felicidad residen, consisten, existen, en la aceptación del límite. El desprecio, es decir, la falta de atención a la naturaleza de nuestro ser es la más salvaje de nuestras enfermedades.

El Dr. Bernat Castany Prado, en su libro “El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges” escribe:

En sus más de dos mil quinientos años de vida el escepticismo ha adoptado muy diversas formas. Sin ánimo de ser exhaustivos podemos contar entre sus avatares: el escepticismo radical de Pirrón, el escepticismo académico de Carnéades, el escepticismo dialéctico de Agripa, el escepticismo empírico de Sexto, el escepticismo bíblico del libro de Job y el Eclesiastés, la teología negativa o apofática —hebrea, cristiana o islámica—, el nominalismo medieval, el escepticismo erasmista, el pirronismo barroco, así como las diversas reacciones escépticas contra el racionalismo y el cientificismo moderno occidental, representadas, entre otros, por Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, William James, Martin Heidegger o Hans Georg Gadamer. A pesar de las variaciones que se fueron produciendo a lo largo de los siglos, el núcleo doctrinal del escepticismo, que se fijó en la Grecia del siglo IV a.C., permanece intacto hasta nuestros días. Recordemos que el escepticismo nació como una filosofía práctica, esto es, como una filosofía cuyo objetivo no era la especulación filosófica, sino la búsqueda de una vía de acceso a la felicidad y la bondad.

Amigo lector que hasta aquí llegas: si fuera verdadero el apotegma “El hombre es una bestia que cree”, ergo, el escepticismo nos proporcionaría el fármaco para abandonar esa vulgar condición binaria.