/ domingo 10 de enero de 2021

El fanatismo que ronda

A la una de la tarde del 6 de enero, Estados Unidos vivió un episodio por demás vergonzoso. ¿Por qué ciudadanos acudieron a apoyar al todavía presidente Trump? ¿Qué es lo que motiva a seguir a un líder, por desajustada que parezca su propuesta?

El día en que el Congreso norteamericano debía certificar la victoria demócrata de Joe Biden, Trump había incitado a cientos de sus seguidores a la sublevación por “el fraude electoral” que dijo había sufrido. El caos llegó y en 33 horas de disturbios, se registraron 94 arrestos y 5 muertos. Después, el mismo líder condenó los hechos y pidió a la turba que se fueran a sus casas, aceptando que se concentrará en una transición sin sobresaltos.

El mensaje al mundo no fue nada bueno, el país con la democracia por excelencia había sufrido en el interior de su sistema una herida de muerte. Desde 1814 que el ejército del Reino Unido entró al Capitolio por las escaleras de la parte trasera e incendió el edificio, durante la guerra que enfrentaba con Estados Unidos, no había una movilización así.

Max Weber planteó desde principios del siglo XX una clasificación de los liderazgos que observó: el líder carismático, el tradicional y el legal. En este sentido, Trump podría considerarse del primer tipo, sus seguidores le atribuyen condiciones y poderes superiores, con capacidad de generar entusiasmo; estos líderes creen más en sí mismos que en sus equipos, y es capaz de llevar al precipicio a todos.

También existe un liderazgo mesiánico, relacionado con una ideología y cosmovisión particular, interpretativa de la historia y de los hechos en general. El término hace referencia a un “mesías”, el ungido por Dios, o el mismo hijo de Dios. Pero en términos menos religiosos el líder mesiánico es considerado más bien como un rey, alimentado por ciudadanos que se encuentran desilusionados por la pobreza, la inseguridad, la falta de oportunidades laborales y escolares o simplemente por desolación social. Es así como han aparecido líderes religiosos como Gandi o líderes políticos Hitler.

Pero también, en América Latina al menos, en los años 70´s y principios de los 80´s, dictadores elegidos democráticamente. O el líder de la iglesia mexicana La Luz del Mundo, Naasón Joaquín García, acusado de 36 cargos entre otros, abuso sexual, actos lascivos contra un menor y extorsión. En todos los casos, los líderes llevan a sus seguidores a estadios dogmáticos, operando con creencias que los ubicarán en el fanatismo.

Entonces, en el terreno del fanático, esa persona que cree a pie juntillas lo que su líder le diga, es tal el apasionamiento, la exageración en sus creencias, que irremediablemente se ubica en la zona de intolerancia. Repele de inmediato todo lo que se oponga a lo que afirma el líder. Sin duda un escenario con pocas posibilidades de razonamiento, porque todo se maneja con emociones.

Laura Collin Harguindegui, investigadora del Coltlax, refiere el término de sacralización política para señalar el tipo de liderazgo que imperaba en la época priísta mexicana. El mismo término aplica bien a líderes contemporáneos como Nestor Kirchner, Hugo Chávez, Jair Bolsonaro y al mismo Donard Trump.

El fanatismo es entonces una característica de pueblos que, además, viven den democracias; paradójicamente no se puede concebir un liderazgo, el que sea, fuera de un sistema de libertades. Eso ocurre en Estados Unidos, así que el mensaje internacional sí es nefasto, pero más allá de el escándalo morboso, lo que salva a cualquier democracia son las instituciones sólidas, fuertes y jurídicamente fundamentadas, porque el fanatismo como los líderes siempre van a surgir en la humanidad. Ya veremos.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com

A la una de la tarde del 6 de enero, Estados Unidos vivió un episodio por demás vergonzoso. ¿Por qué ciudadanos acudieron a apoyar al todavía presidente Trump? ¿Qué es lo que motiva a seguir a un líder, por desajustada que parezca su propuesta?

El día en que el Congreso norteamericano debía certificar la victoria demócrata de Joe Biden, Trump había incitado a cientos de sus seguidores a la sublevación por “el fraude electoral” que dijo había sufrido. El caos llegó y en 33 horas de disturbios, se registraron 94 arrestos y 5 muertos. Después, el mismo líder condenó los hechos y pidió a la turba que se fueran a sus casas, aceptando que se concentrará en una transición sin sobresaltos.

El mensaje al mundo no fue nada bueno, el país con la democracia por excelencia había sufrido en el interior de su sistema una herida de muerte. Desde 1814 que el ejército del Reino Unido entró al Capitolio por las escaleras de la parte trasera e incendió el edificio, durante la guerra que enfrentaba con Estados Unidos, no había una movilización así.

Max Weber planteó desde principios del siglo XX una clasificación de los liderazgos que observó: el líder carismático, el tradicional y el legal. En este sentido, Trump podría considerarse del primer tipo, sus seguidores le atribuyen condiciones y poderes superiores, con capacidad de generar entusiasmo; estos líderes creen más en sí mismos que en sus equipos, y es capaz de llevar al precipicio a todos.

También existe un liderazgo mesiánico, relacionado con una ideología y cosmovisión particular, interpretativa de la historia y de los hechos en general. El término hace referencia a un “mesías”, el ungido por Dios, o el mismo hijo de Dios. Pero en términos menos religiosos el líder mesiánico es considerado más bien como un rey, alimentado por ciudadanos que se encuentran desilusionados por la pobreza, la inseguridad, la falta de oportunidades laborales y escolares o simplemente por desolación social. Es así como han aparecido líderes religiosos como Gandi o líderes políticos Hitler.

Pero también, en América Latina al menos, en los años 70´s y principios de los 80´s, dictadores elegidos democráticamente. O el líder de la iglesia mexicana La Luz del Mundo, Naasón Joaquín García, acusado de 36 cargos entre otros, abuso sexual, actos lascivos contra un menor y extorsión. En todos los casos, los líderes llevan a sus seguidores a estadios dogmáticos, operando con creencias que los ubicarán en el fanatismo.

Entonces, en el terreno del fanático, esa persona que cree a pie juntillas lo que su líder le diga, es tal el apasionamiento, la exageración en sus creencias, que irremediablemente se ubica en la zona de intolerancia. Repele de inmediato todo lo que se oponga a lo que afirma el líder. Sin duda un escenario con pocas posibilidades de razonamiento, porque todo se maneja con emociones.

Laura Collin Harguindegui, investigadora del Coltlax, refiere el término de sacralización política para señalar el tipo de liderazgo que imperaba en la época priísta mexicana. El mismo término aplica bien a líderes contemporáneos como Nestor Kirchner, Hugo Chávez, Jair Bolsonaro y al mismo Donard Trump.

El fanatismo es entonces una característica de pueblos que, además, viven den democracias; paradójicamente no se puede concebir un liderazgo, el que sea, fuera de un sistema de libertades. Eso ocurre en Estados Unidos, así que el mensaje internacional sí es nefasto, pero más allá de el escándalo morboso, lo que salva a cualquier democracia son las instituciones sólidas, fuertes y jurídicamente fundamentadas, porque el fanatismo como los líderes siempre van a surgir en la humanidad. Ya veremos.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com