/ domingo 23 de diciembre de 2018

El hombre es un símbolo

El símbolo nos hace accesibles las cosas ausentes o las imposibles de percibir. El símbolo prima en el terreno de lo no sensible, no cuantificable, no mensurable, intangible.

Son suyas la jurisdicción de la vida interior o espiritual y la de las especulaciones o creencias sobre el sentido (la orientación, la finalidad) de la vida (la personal y la cósmica, en caso de que el orden no sea más que un constructo, una ficción cosmológica redactada por científicos estresados por la incertidumbre).

Es símbolo es abstracción. El símbolo es combatido ferozmente por las representaciones publicitarias del imperio del mercado que destruye lo humano (esto es, lo individual, lo singular, lo único) a través de la inducción del consumo masivo que homogeneiza por lo bajo a todos, destruyendo las nociones de nacionalidad, religión y filiación política. El hombre global es una criatura que consume lo mismo urbi et orbi.

Recuperar el símbolo, conferir una dimensión simbólica a la vida diaria, defender la existencia del Misterio (que contradice al positivismo, que ha pauperizado la vida del hombre): este debería ser el programa de acción de un lector deliberado (es decir, libre y consciente de sus elecciones lectoras).

En esta vía de liberación de la inteligencia ilustrada, la frecuentación de los corpus textuales de la literatura, la filosofía y la religión nos proporcionarán los horizontes de viaje de nuestro sentido.

Buscamos, o mejor debo hablar en singular y escribir: busco la reinvención de la imaginación, del habla y del acto para recuperar la dimensión simbólica de mi vida y, complementariamente, la facultad laudatoria, celebratoria de la Creación.

Ahora bien, esta transformación profunda de mi vida personal solo puede ser producto de un trabajo intenso y cotidiano de lectura, recuperando la técnica de la Lectio Divina (leer, reflexionar, orar, actuar): volver a leer a los clásicos (antiguos y modernos) y permitir que sus espíritus vivifiquen el mío.

Pero, ¿qué es un clásico? Italo Calvino establece catorce características; yo las reduzco a las diez siguientes: Un clásico es un libro que siempre se relee; un clásico es un libro que se ama; es un libro que se funde conmigo mismo y forma parte de mí; un libro que es un descubrimiento interminable; un clásico es un libro que habla de otros libros; un libro que nunca puede ser comprendido por la crítica; un libro clásico es una versión del universo; es una definición o contra-definición de mí mismo; un clásico pertenece a una genealogía; un libro clásico es aquel que mide justamente las dimensiones espirituales de la llamada actualidad (otra ficción).

Escribe Italo Calvino sobre Ovidio que Roma (la ciudad de los hombres) es como Palatino (el hábitat de los dioses):

Estamos en un universo donde las formas llenan todo el espacio intercambiando continuamente sus cualidades y dimensiones, y el fluir del tiempo está lleno de una proliferación de relatos y de ciclos de relatos. Las formas y las historias terrenas repiten formas e historias celestes, pero unas y otras se entrelazan en una sola espiral. La contigüidad entre dioses y seres humanos —emparentados con los dioses y objeto de sus amores compulsivos— es uno de los temas dominantes de Las metamorfosis, pero no es sino un caso particular de la contigüidad de todas las figuras o formas de lo existente, antropomorfas o no. Fauna, flora, reino mineral, firmamento engloban en su común sustancia lo que solemos considerar humano como conjunto de cualidades corporales, psicológicas y morales.

En otro ámbito semejante, Leon Bloy, en “El alma de Napoleón”, escribe con oro:

En realidad, cada hombre es simbólico, y en la medida de su símbolo, es un ser vivo. Cierto que esta medida es desconocida, tan desconocida e incognoscible como el tejido de las combinaciones infinitas de la solidaridad (contigüidad) universal.

Ergo: Ovidio + Bloy + Lector = símbolo personal.

Hermano lector, te deseo una feliz Navidad.

El símbolo nos hace accesibles las cosas ausentes o las imposibles de percibir. El símbolo prima en el terreno de lo no sensible, no cuantificable, no mensurable, intangible.

Son suyas la jurisdicción de la vida interior o espiritual y la de las especulaciones o creencias sobre el sentido (la orientación, la finalidad) de la vida (la personal y la cósmica, en caso de que el orden no sea más que un constructo, una ficción cosmológica redactada por científicos estresados por la incertidumbre).

Es símbolo es abstracción. El símbolo es combatido ferozmente por las representaciones publicitarias del imperio del mercado que destruye lo humano (esto es, lo individual, lo singular, lo único) a través de la inducción del consumo masivo que homogeneiza por lo bajo a todos, destruyendo las nociones de nacionalidad, religión y filiación política. El hombre global es una criatura que consume lo mismo urbi et orbi.

Recuperar el símbolo, conferir una dimensión simbólica a la vida diaria, defender la existencia del Misterio (que contradice al positivismo, que ha pauperizado la vida del hombre): este debería ser el programa de acción de un lector deliberado (es decir, libre y consciente de sus elecciones lectoras).

En esta vía de liberación de la inteligencia ilustrada, la frecuentación de los corpus textuales de la literatura, la filosofía y la religión nos proporcionarán los horizontes de viaje de nuestro sentido.

Buscamos, o mejor debo hablar en singular y escribir: busco la reinvención de la imaginación, del habla y del acto para recuperar la dimensión simbólica de mi vida y, complementariamente, la facultad laudatoria, celebratoria de la Creación.

Ahora bien, esta transformación profunda de mi vida personal solo puede ser producto de un trabajo intenso y cotidiano de lectura, recuperando la técnica de la Lectio Divina (leer, reflexionar, orar, actuar): volver a leer a los clásicos (antiguos y modernos) y permitir que sus espíritus vivifiquen el mío.

Pero, ¿qué es un clásico? Italo Calvino establece catorce características; yo las reduzco a las diez siguientes: Un clásico es un libro que siempre se relee; un clásico es un libro que se ama; es un libro que se funde conmigo mismo y forma parte de mí; un libro que es un descubrimiento interminable; un clásico es un libro que habla de otros libros; un libro que nunca puede ser comprendido por la crítica; un libro clásico es una versión del universo; es una definición o contra-definición de mí mismo; un clásico pertenece a una genealogía; un libro clásico es aquel que mide justamente las dimensiones espirituales de la llamada actualidad (otra ficción).

Escribe Italo Calvino sobre Ovidio que Roma (la ciudad de los hombres) es como Palatino (el hábitat de los dioses):

Estamos en un universo donde las formas llenan todo el espacio intercambiando continuamente sus cualidades y dimensiones, y el fluir del tiempo está lleno de una proliferación de relatos y de ciclos de relatos. Las formas y las historias terrenas repiten formas e historias celestes, pero unas y otras se entrelazan en una sola espiral. La contigüidad entre dioses y seres humanos —emparentados con los dioses y objeto de sus amores compulsivos— es uno de los temas dominantes de Las metamorfosis, pero no es sino un caso particular de la contigüidad de todas las figuras o formas de lo existente, antropomorfas o no. Fauna, flora, reino mineral, firmamento engloban en su común sustancia lo que solemos considerar humano como conjunto de cualidades corporales, psicológicas y morales.

En otro ámbito semejante, Leon Bloy, en “El alma de Napoleón”, escribe con oro:

En realidad, cada hombre es simbólico, y en la medida de su símbolo, es un ser vivo. Cierto que esta medida es desconocida, tan desconocida e incognoscible como el tejido de las combinaciones infinitas de la solidaridad (contigüidad) universal.

Ergo: Ovidio + Bloy + Lector = símbolo personal.

Hermano lector, te deseo una feliz Navidad.