/ domingo 5 de febrero de 2023

El mundo iluminado | Dioses y bestias

La búsqueda de la felicidad es legítima, pero dispar. Somos todos humanos, pero no por ello buscamos lo mismo, pues aunque somos animales sometidos a la naturaleza poseemos albedrío. La felicidad para algunos es el dinero, para otros podría ser la fama, hay quienes se regocijan en el ocio, en el buen comer y beber, o en el ejercicio del poder, sin embargo, este tipo de felicidad es efímero, temporal, ilusorio. Los griegos tenían la palabra ‘eutuxia’ para referirse a las alegrías mundanas, es decir, aquellas que aunque en algún momento podrían hacernos sentir plenos, están vacías. Este tipo de felicidad es el que la mayoría persigue, sin embargo y como ya se afirmó, es una felicidad ilusoria y fuertemente impulsada por los medios de comunicación, por el estado y por las instituciones. Considerando lo anterior, es necesario decir que lo que llamamos felicidad no es felicidad, pero creemos que sí porque nunca hemos conocido la dicha.

No se puede adquirir la felicidad en una tienda departamental a meses sin intereses, tampoco con pago de contado, mucho menos en liquidación y esto es porque la felicidad, lejos de lo que nos han hecho creer, no se compra, se construye. La verdadera felicidad, aunque no lo parezca, tiene como semilla, como germen, al dolor. No es posible ser dichoso sin haber tocado antes el fondo del abismo, pues ¿cómo reconoceríamos el rostro de la felicidad si desconocemos el de su hermana, de decir, el de la desgracia? La mayoría de nosotros dice que quiere ser feliz, pero cuando se les pregunta qué entienden por felicidad son incapaces de responder algo que no tenga que ver con el dinero, con los viajes, con los ‘buenos’ alimentos, con un ‘buen’ trabajo y con una ‘buena’ familia. ¿Qué es lo bueno en este sentido? Lo que puede ser medido desde el dinero, desde la materialidad, lo que es palpable, pero mientras el concepto ‘felicidad’ siga siendo semejante a las capacidades de solvencia económica, aquello que tenemos y aún lo que somos será imposible de distinguir de un espejismo. No se niega la necesidad ni la importancia de la materialidad, pero sí se cuestiona la sobrevaloración que la caracteriza.

Decíamos que la búsqueda de la felicidad es dispar, lo atestiguamos principalmente en el hecho de que algunos la persiguen avanzando en el camino de la racionalidad, mientras que para otros la felicidad estará más ligada a la dimensión emocional. La disociación entre la razón y el corazón no es una novedad de nuestra época, ni tampoco un invento de los últimos tres siglos como se hace creer, pues ya desde hace milenios la especie animal a la que pertenecemos se debatía entre si valía más entregarse a una existencia pensada o, más bien, sentida. Todavía es así, algunos piensan más y sienten menos, mientras que otros piensan menos y sienten más, lo cual nos da cuenta no sólo de nuestras posibilidades de ser, sino de la variedad de caminos que existen para ir en busca de la felicidad, o al menos, de aquello que suponemos es la felicidad y es que la realidad es que sólo una minoría puede decir que ha hallado la verdadera felicidad, aquella que va más allá de la ‘eutuxia’ y que se consolida en otra palabra también griega: ‘eudaimonía’, es decir, la felicidad trascendente, la dicha que es imposible de resumir a una sencilla materialidad. A propósito de esto citemos un fragmento de los “Pensamientos” de Blaise Pascal:

«Nada más extraño en la naturaleza humana que sus contradicciones. ¿Qué quimera somos? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué motivo de contradicción, qué prodigio! ¡ Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y vergüenza del universo! Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino por el corazón y tanto es ridículo que la razón exija al corazón la prueba de sus primeros principios, como sería ridículo que el corazón exigiera a la razón un sentimiento. Todos los hombres procuran ser dichosos. La voluntad no da jamás un paso que no sea con el objetivo de alcanzar la dicha. Sin embargo, a pesar de los años transcurridos, nadie ha llegado jamás a tal felicidad. La guerra interior entre la razón y las pasiones ha hecho que aquellos que han querido tener paz se hayan dividido en dos sectas: los que han querido renunciar a las pasiones y convertirse en dioses; los que han querido renunciar a la razón y convertirse en bestias. Si el hombre está hecho por Dios, ¿por qué es tan contradictorio?»

La voluntad nos acerca a la dicha, dice Pascal, pero ¿estamos seguros de que tenemos voluntad? ¿Que nos asegura que no somos inconscientes de nuestro adoctrinamiento? No faltará quien quiera dar muestras de su supuesta libertad al asegurar que se ha liberado de toda religión, sin embargo, ¿podrá decir lo mismo de sus filias políticas o de su reconocimiento en ciertas agrupaciones musicales, equipos deportivos y marcas de ‘prestigio’? Porque aceptémoslo, quizás hoy no son las religiones las que someten nuestra voluntad, pero eso no significa que seamos dueños de nuestras emociones ni pensamientos, pues es casi seguro que éstos se encuentren subyugados a las determinaciones de los poderes empresariales y de los partidos políticos. El individuo de hoy dejó de seguir a las figuras eternas del pasado para hincarse ante los efímeros payasos que integran a la clase política, artística y empresarial de todos los países sin distinción.

La búsqueda de la felicidad es legítima, sin embargo, hemos confundido los caminos de la ‘eutuxia’ y de la ‘eudaimonía’, así como también los del pensamiento y de la emoción. A Pascal le debemos aquella frase que reza que «el corazón tiene razones que la razón no comprende», ¿qué significa? Podríamos intentar responder que el ejercicio de la voluntad, para ser realmente libre, exige el desapego prudente de la materialidad a la que nos hemos entregado, pero, también cuidándonos de no ceder ante las ‘trampas de consciencia’ con que muchos ‘maestros espirituales’ (en realidad son empresarios disfrazados). ¿Y por qué la razón y el corazón se encuentran en disputa? Porque así lo han determinado, en beneficio propio, quienes anulan nuestra voluntad y nos hacen creer que la felicidad está en jugar a ser dioses y bestias

La búsqueda de la felicidad es legítima, pero dispar. Somos todos humanos, pero no por ello buscamos lo mismo, pues aunque somos animales sometidos a la naturaleza poseemos albedrío. La felicidad para algunos es el dinero, para otros podría ser la fama, hay quienes se regocijan en el ocio, en el buen comer y beber, o en el ejercicio del poder, sin embargo, este tipo de felicidad es efímero, temporal, ilusorio. Los griegos tenían la palabra ‘eutuxia’ para referirse a las alegrías mundanas, es decir, aquellas que aunque en algún momento podrían hacernos sentir plenos, están vacías. Este tipo de felicidad es el que la mayoría persigue, sin embargo y como ya se afirmó, es una felicidad ilusoria y fuertemente impulsada por los medios de comunicación, por el estado y por las instituciones. Considerando lo anterior, es necesario decir que lo que llamamos felicidad no es felicidad, pero creemos que sí porque nunca hemos conocido la dicha.

No se puede adquirir la felicidad en una tienda departamental a meses sin intereses, tampoco con pago de contado, mucho menos en liquidación y esto es porque la felicidad, lejos de lo que nos han hecho creer, no se compra, se construye. La verdadera felicidad, aunque no lo parezca, tiene como semilla, como germen, al dolor. No es posible ser dichoso sin haber tocado antes el fondo del abismo, pues ¿cómo reconoceríamos el rostro de la felicidad si desconocemos el de su hermana, de decir, el de la desgracia? La mayoría de nosotros dice que quiere ser feliz, pero cuando se les pregunta qué entienden por felicidad son incapaces de responder algo que no tenga que ver con el dinero, con los viajes, con los ‘buenos’ alimentos, con un ‘buen’ trabajo y con una ‘buena’ familia. ¿Qué es lo bueno en este sentido? Lo que puede ser medido desde el dinero, desde la materialidad, lo que es palpable, pero mientras el concepto ‘felicidad’ siga siendo semejante a las capacidades de solvencia económica, aquello que tenemos y aún lo que somos será imposible de distinguir de un espejismo. No se niega la necesidad ni la importancia de la materialidad, pero sí se cuestiona la sobrevaloración que la caracteriza.

Decíamos que la búsqueda de la felicidad es dispar, lo atestiguamos principalmente en el hecho de que algunos la persiguen avanzando en el camino de la racionalidad, mientras que para otros la felicidad estará más ligada a la dimensión emocional. La disociación entre la razón y el corazón no es una novedad de nuestra época, ni tampoco un invento de los últimos tres siglos como se hace creer, pues ya desde hace milenios la especie animal a la que pertenecemos se debatía entre si valía más entregarse a una existencia pensada o, más bien, sentida. Todavía es así, algunos piensan más y sienten menos, mientras que otros piensan menos y sienten más, lo cual nos da cuenta no sólo de nuestras posibilidades de ser, sino de la variedad de caminos que existen para ir en busca de la felicidad, o al menos, de aquello que suponemos es la felicidad y es que la realidad es que sólo una minoría puede decir que ha hallado la verdadera felicidad, aquella que va más allá de la ‘eutuxia’ y que se consolida en otra palabra también griega: ‘eudaimonía’, es decir, la felicidad trascendente, la dicha que es imposible de resumir a una sencilla materialidad. A propósito de esto citemos un fragmento de los “Pensamientos” de Blaise Pascal:

«Nada más extraño en la naturaleza humana que sus contradicciones. ¿Qué quimera somos? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué motivo de contradicción, qué prodigio! ¡ Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y vergüenza del universo! Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino por el corazón y tanto es ridículo que la razón exija al corazón la prueba de sus primeros principios, como sería ridículo que el corazón exigiera a la razón un sentimiento. Todos los hombres procuran ser dichosos. La voluntad no da jamás un paso que no sea con el objetivo de alcanzar la dicha. Sin embargo, a pesar de los años transcurridos, nadie ha llegado jamás a tal felicidad. La guerra interior entre la razón y las pasiones ha hecho que aquellos que han querido tener paz se hayan dividido en dos sectas: los que han querido renunciar a las pasiones y convertirse en dioses; los que han querido renunciar a la razón y convertirse en bestias. Si el hombre está hecho por Dios, ¿por qué es tan contradictorio?»

La voluntad nos acerca a la dicha, dice Pascal, pero ¿estamos seguros de que tenemos voluntad? ¿Que nos asegura que no somos inconscientes de nuestro adoctrinamiento? No faltará quien quiera dar muestras de su supuesta libertad al asegurar que se ha liberado de toda religión, sin embargo, ¿podrá decir lo mismo de sus filias políticas o de su reconocimiento en ciertas agrupaciones musicales, equipos deportivos y marcas de ‘prestigio’? Porque aceptémoslo, quizás hoy no son las religiones las que someten nuestra voluntad, pero eso no significa que seamos dueños de nuestras emociones ni pensamientos, pues es casi seguro que éstos se encuentren subyugados a las determinaciones de los poderes empresariales y de los partidos políticos. El individuo de hoy dejó de seguir a las figuras eternas del pasado para hincarse ante los efímeros payasos que integran a la clase política, artística y empresarial de todos los países sin distinción.

La búsqueda de la felicidad es legítima, sin embargo, hemos confundido los caminos de la ‘eutuxia’ y de la ‘eudaimonía’, así como también los del pensamiento y de la emoción. A Pascal le debemos aquella frase que reza que «el corazón tiene razones que la razón no comprende», ¿qué significa? Podríamos intentar responder que el ejercicio de la voluntad, para ser realmente libre, exige el desapego prudente de la materialidad a la que nos hemos entregado, pero, también cuidándonos de no ceder ante las ‘trampas de consciencia’ con que muchos ‘maestros espirituales’ (en realidad son empresarios disfrazados). ¿Y por qué la razón y el corazón se encuentran en disputa? Porque así lo han determinado, en beneficio propio, quienes anulan nuestra voluntad y nos hacen creer que la felicidad está en jugar a ser dioses y bestias