/ domingo 12 de febrero de 2023

El mundo iluminado | El polvo de los ojos

¿Cómo podríamos reconocer a la Verdad, aún estando frente a los ojos, si nunca antes la hemos visto? Solemos caer en el error de dar por verdadero aquello que percibimos mediante nuestros sentidos, sin embargo, está demostrado que éstos pueden ser engañados muy fácilmente. Pero el problema de la Verdad va más allá que nunca la hemos visto y es preciso que aceptemos que ni siquiera sabemos definirla con precisión, de ahí que sean muchos quienes afirman que cada quien tiene su verdad, lo cual es falso, pues la Verdad es sólo una (la de las cosas tal y como son) y lo que en verdad abunda es la opinión. Sabiendo lo anterior, precisemos que la Verdad es única y que lo que cada quien tiene no es su verdad, sino su opinión.

La diferencia de opiniones son las que permiten mantener al mundo en un constante movimiento. La opinión, a diferencia del argumento, es una idea que no ha sido probada ni pasada por el tamiz de la experiencia, de ahí que si bien todas las opiniones podrían merecer ser escuchadas, eso no significa que todas las opiniones tengan validez. Por otro lado, el argumento, si bien puede nacer como una opinión, se distingue en que éste ha sido verificado por el pensamiento lógico, o por la experiencia, dando, además, muestras de su poca o nula falibilidad. Considerando lo anterior, es el argumento y no la opinión el que está más cerca de la Verdad.

Nuestra sociedad, tan apática como las anteriores, se siente cómoda permaneciendo en el ámbito de la opinión, pues ésta les evita el esfuerzo del estudio, del trabajo y de la reflexión. La desmesurada entrega al mundo de la opinión ha favorecido que el mundo adquiera formas ridículas y comportamientos excesivos. Es difícil, quizás imposible, que la sociedad opte por salir de la comodidad de la opinión para centrarse en el esfuerzo del argumento, pues son pocos los que están dispuestos a experimentar el error, y aún a reconocerlo, en carne propia. El apóstol Mateo reconoció el fanatismo que la opinión produce cuando sentenció al vulgo severamente diciendo: «No den lo santo a los perros, ni echen sus perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen.» Sí, la sentencia de Mateo es cruel, pero verdadera. El pueblo, el vulgo, la gleba, la masa informe desprecia aquello que posee un valor verdadero y cuando decimos “pueblo”, “vulgo” y “gleba” debe de entenderse sin distinción de clase social, ni de poder económico, ni de capacidades intelectuales, pues los perros y cerdos de los que Mateo habla están por todas partes y no sólo en los estratos sociales bajos.

En el año de 1910, el ocultista británico Arthur Edward Waite publicó una peculiar obra llamada “La clave ilustrada del Tarot”. El libro, como es fácil de adivinar, versa sobre el Tarot, pero lo hace a partir de una sentencia semejante a la del ya mencionado apóstol; la frase de Waite es la siguiente: «Compartir las enseñanzas es esparcir polvo a los ojos del mundo.» El lenguaje de Waite es menos cruel, pero más críptico, pues en una primera instancia podríamos no entender su sentido, sin embargo, al contextualizar con lo ya expuesto por Mateo entendemos que el sentido es el mismo, con la diferencia de que en lugar de “santo” o de “perlas”, Waite dice “polvo a los ojos del mundo”. Es precisamente lo santo, las perlas y el polvo lo que, según Waite, contiene encerrado y reservado para unos cuantos cada una de las imágenes del Tarot; leamos:

«Así como la poesía es la más bella expresión entre las cosas más bellas, asimismo el simbolismo es la expresión más universal en la ocultación de las cosas más profundas del Santuario, y que no pueden ser publicadas fuera de él con la misma plenitud mediante los recursos de la palabra. El verdadero Tarot es simbolismo: no habla otros lenguajes ni ofrece otros signos. Cualquier revelación contendrá sólo una tercera parte de la tierra y del mar, una tercera parte de las estrellas del cielo en relación con el simbolismo. El significado último y superior de los símbolos yace en el lenguaje común de la imagen. Compartir las enseñanzas es esparcir polvo a los ojos del mundo.»

En la historia del Tarot (que para algunos es un simple juego de cartas, para otros una especie de terapia y para algunos más un oráculo que permite descifrar el futuro) dos son los mazos que más relevancia han tenido: el primero de ellos es, indudablemente, el de Marsella, aquel que fue inventado en Francia hacia el siglo XVII y del que nacen todas las variantes que hoy tenemos; y, en segundo lugar, el mazo más influyente es el creado por Waite, quien perteneció a sociedades secretas como la masonería y el rosacrucismo. Sin embargo, Arthur Waite no dibujó su Tarot, sino que para ello contrató a una joven artista de nombre Pamela Colman Smith que por entonces estaba interesada en las ciencias ocultas. Waite escogió a su discípula por sus habilidades en el dibujo, pero, además, porque él consideraba que el arte era el mejor medio para comunicar a las generaciones posteriores las enseñanzas que se encuentran en correspondencia con la Verdad, con lo santo y con las perlas.

Al inicio nos preguntábamos cómo podríamos distinguir a la Verdad si nunca la hemos visto, ¿es posible verla? Waite dice: «El significado último y superior de los símbolos yace en el lenguaje común de la imagen.» Lo anterior es lo mismo que decir que la mejor manera de esconder la Verdad no es ocultándola de la vista de los perros y de los cerdos, sino, por el contrario, poniéndola ante los ojos de todos. Mateo tiene razón en que las perlas no deben de dársele a todos, pues terminarán destruyéndolas antes que apreciándolas, pero esto no significa que deban de retirarse de la vista pública. Los símbolos, como dice Waite, es la expresión universal de la Verdad, ¿y qué es la ciudad por la que todos los días caminamos sino un símbolo vivo? El arte nos rodea, las imágenes nos hablan siempre, pero nuestra condición de perros y de cerdos nos impide comprender. ¿Cómo despertar de este sueño? ¿Cómo alejarnos de la opinión para acercarnos a la Verdad? Tiempo es ya de que nos limpiemos el polvo de los ojos.


¿Cómo podríamos reconocer a la Verdad, aún estando frente a los ojos, si nunca antes la hemos visto? Solemos caer en el error de dar por verdadero aquello que percibimos mediante nuestros sentidos, sin embargo, está demostrado que éstos pueden ser engañados muy fácilmente. Pero el problema de la Verdad va más allá que nunca la hemos visto y es preciso que aceptemos que ni siquiera sabemos definirla con precisión, de ahí que sean muchos quienes afirman que cada quien tiene su verdad, lo cual es falso, pues la Verdad es sólo una (la de las cosas tal y como son) y lo que en verdad abunda es la opinión. Sabiendo lo anterior, precisemos que la Verdad es única y que lo que cada quien tiene no es su verdad, sino su opinión.

La diferencia de opiniones son las que permiten mantener al mundo en un constante movimiento. La opinión, a diferencia del argumento, es una idea que no ha sido probada ni pasada por el tamiz de la experiencia, de ahí que si bien todas las opiniones podrían merecer ser escuchadas, eso no significa que todas las opiniones tengan validez. Por otro lado, el argumento, si bien puede nacer como una opinión, se distingue en que éste ha sido verificado por el pensamiento lógico, o por la experiencia, dando, además, muestras de su poca o nula falibilidad. Considerando lo anterior, es el argumento y no la opinión el que está más cerca de la Verdad.

Nuestra sociedad, tan apática como las anteriores, se siente cómoda permaneciendo en el ámbito de la opinión, pues ésta les evita el esfuerzo del estudio, del trabajo y de la reflexión. La desmesurada entrega al mundo de la opinión ha favorecido que el mundo adquiera formas ridículas y comportamientos excesivos. Es difícil, quizás imposible, que la sociedad opte por salir de la comodidad de la opinión para centrarse en el esfuerzo del argumento, pues son pocos los que están dispuestos a experimentar el error, y aún a reconocerlo, en carne propia. El apóstol Mateo reconoció el fanatismo que la opinión produce cuando sentenció al vulgo severamente diciendo: «No den lo santo a los perros, ni echen sus perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen.» Sí, la sentencia de Mateo es cruel, pero verdadera. El pueblo, el vulgo, la gleba, la masa informe desprecia aquello que posee un valor verdadero y cuando decimos “pueblo”, “vulgo” y “gleba” debe de entenderse sin distinción de clase social, ni de poder económico, ni de capacidades intelectuales, pues los perros y cerdos de los que Mateo habla están por todas partes y no sólo en los estratos sociales bajos.

En el año de 1910, el ocultista británico Arthur Edward Waite publicó una peculiar obra llamada “La clave ilustrada del Tarot”. El libro, como es fácil de adivinar, versa sobre el Tarot, pero lo hace a partir de una sentencia semejante a la del ya mencionado apóstol; la frase de Waite es la siguiente: «Compartir las enseñanzas es esparcir polvo a los ojos del mundo.» El lenguaje de Waite es menos cruel, pero más críptico, pues en una primera instancia podríamos no entender su sentido, sin embargo, al contextualizar con lo ya expuesto por Mateo entendemos que el sentido es el mismo, con la diferencia de que en lugar de “santo” o de “perlas”, Waite dice “polvo a los ojos del mundo”. Es precisamente lo santo, las perlas y el polvo lo que, según Waite, contiene encerrado y reservado para unos cuantos cada una de las imágenes del Tarot; leamos:

«Así como la poesía es la más bella expresión entre las cosas más bellas, asimismo el simbolismo es la expresión más universal en la ocultación de las cosas más profundas del Santuario, y que no pueden ser publicadas fuera de él con la misma plenitud mediante los recursos de la palabra. El verdadero Tarot es simbolismo: no habla otros lenguajes ni ofrece otros signos. Cualquier revelación contendrá sólo una tercera parte de la tierra y del mar, una tercera parte de las estrellas del cielo en relación con el simbolismo. El significado último y superior de los símbolos yace en el lenguaje común de la imagen. Compartir las enseñanzas es esparcir polvo a los ojos del mundo.»

En la historia del Tarot (que para algunos es un simple juego de cartas, para otros una especie de terapia y para algunos más un oráculo que permite descifrar el futuro) dos son los mazos que más relevancia han tenido: el primero de ellos es, indudablemente, el de Marsella, aquel que fue inventado en Francia hacia el siglo XVII y del que nacen todas las variantes que hoy tenemos; y, en segundo lugar, el mazo más influyente es el creado por Waite, quien perteneció a sociedades secretas como la masonería y el rosacrucismo. Sin embargo, Arthur Waite no dibujó su Tarot, sino que para ello contrató a una joven artista de nombre Pamela Colman Smith que por entonces estaba interesada en las ciencias ocultas. Waite escogió a su discípula por sus habilidades en el dibujo, pero, además, porque él consideraba que el arte era el mejor medio para comunicar a las generaciones posteriores las enseñanzas que se encuentran en correspondencia con la Verdad, con lo santo y con las perlas.

Al inicio nos preguntábamos cómo podríamos distinguir a la Verdad si nunca la hemos visto, ¿es posible verla? Waite dice: «El significado último y superior de los símbolos yace en el lenguaje común de la imagen.» Lo anterior es lo mismo que decir que la mejor manera de esconder la Verdad no es ocultándola de la vista de los perros y de los cerdos, sino, por el contrario, poniéndola ante los ojos de todos. Mateo tiene razón en que las perlas no deben de dársele a todos, pues terminarán destruyéndolas antes que apreciándolas, pero esto no significa que deban de retirarse de la vista pública. Los símbolos, como dice Waite, es la expresión universal de la Verdad, ¿y qué es la ciudad por la que todos los días caminamos sino un símbolo vivo? El arte nos rodea, las imágenes nos hablan siempre, pero nuestra condición de perros y de cerdos nos impide comprender. ¿Cómo despertar de este sueño? ¿Cómo alejarnos de la opinión para acercarnos a la Verdad? Tiempo es ya de que nos limpiemos el polvo de los ojos.