/ domingo 19 de febrero de 2023

El mundo iluminado | Infarto del alma

Estamos cansados, agotados y sin deseos de seguir de la misma manera, sin embargo, nos mantenemos iguales porque somos incapaces de decir ‘no’. Hacer el bien al otro es hacerse un bien a uno mismo, pero en esa entrega que hacemos de nosotros, por muy honrosa que nos parezca, deben de haber límites claros, de lo contrario desapareceremos. Darnos a los demás sin medida es equivalente a decir que mientras ocurre la gloria ajena, sucede la ruina propia. Dar y recibir, recibir y dar, nunca de otra manera, pues quien da y nunca recibe, o sencillamente no se permite a sí mismo recibir, termina cansándose, agotándose y enfermándose.

Nuestra sociedad contemporánea, cuyas características son la urbanización de sus espacios y la industrialización de sus procedimientos, idolatra al rendimiento. Todos los días las personas buscan hacer y hacer, más y más, aunque ya no quede tiempo para hacer nada, muchas veces ni siquiera para uno mismo. El rendimiento es hoy una ideología que le hace creer a los individuos que uno vale en tanto puede producir algo que sea económicamente rentable y que, además, todos estamos obligados a competir mutuamente para demostrar quién es mejor y quién, peor. La sociedad del rendimiento crece y se fortalece todos los días, a pesar de ser en sí misma absurda y por ello las personas se cansan, por eso se agotan, porque son incapaces de decir “no” y están convencidas (las han obligado a creerlo) de que decir siempre ‘sí’ y que ‘hacer el bien sin mirar a quién’ (dejándose en última instancia uno mismo) es lo mejor y lo que las hace buenas, pero esto es falso.

La sociedad del rendimiento no es más que una esclavitud disfrazada de libertad, es una sociedad que cree que todos tienen las mismas oportunidades y que lo único necesario para ‘progresar’ (nadie puede definir esto claramente) es trabajar en demasía. La sociedad del rendimiento trabaja tanto que se ha hecho inconsciente de su cansancio, de su agotamiento. El cansancio de la sociedad del rendimiento es un cansancio dormido y producto de la incapacidad de decir ‘no’. La positividad, el decir ‘sí’ a todo, nos está aniquilando, pues nos cansa físicamente, pero también, emocionalmente. La sociedad del rendimiento vive estresada debido a que no puede descansar. El cansancio es una forma de violencia que pocos reconocen.

Estar cansados es frecuente, pero no es normal. El cansancio es un síntoma del desequilibrio, del desorden y del caos. Desde una perspectiva ultraterrena advertimos que incluso Yahvé mismo descansó al séptimo día, en sábado, que viene del hebreo ‘shabat’ que significa ‘descanso’. ¿Por qué si incluso el dios hebreo descansó nosotros no nos lo permitimos?, ¿en verdad somos tan ingenuos para creer que formar parte de la sociedad del rendimiento nos dejará buenos frutos? Yahvé descansó porque, contrario a nosotros, supo decir ‘no’ al mundo y es que si un dios descansado, es ya imperfecto, ¿qué podríamos esperar de un dios cansado? La sociedad del rendimiento es terriblemente positivista, pues le dice ‘sí’ a todo y por ello no se permite descansar, pues antes que el bien propio está el de los demás, aún cuando este dar y recibir no sea recíproco. El filósofo Byun Chul Han, en “La sociedad del cansancio”, dice lo siguiente:

«La tendencia es que el ser humano se convierta en una máquina de rendimiento. Se busca el funcionamiento sin alteraciones y la maximización del rendimiento. La vitalidad se reduce a la mera función y al rendimiento. La sociedad de rendimiento produce un cansancio excesivo. El exceso de rendimiento provoca el infarto del alma. El cansancio aísla y divide. El cansancio nos lleva a la incapacidad de mirar y de hablar. El cansancio es violencia porque destruye la comunidad. Es un cansancio sin habla, sin mirada y que separa. El cansancio nos lleva a la soledad. El cansancio despierto permite al hombre un sosiego especial, un no–hacer sosegado. El cansancio dormido, incapacita, es un no–hacer perturbado.»

En la sociedad del rendimiento es irónico que el rendimiento es en realidad un no–rendimiento y esto lo observamos en el hecho de que podemos gastar todo el día en labores inútiles que lejos de aminorar los pendientes, los agravan. Las veinticuatro horas del día son insuficientes para ejecutar nuestro trabajo debido a que por un lado malgastamos el tiempo en placeres vanos y, por otro, somos incapaces de decir ‘no’ a quienes únicamente buscan abusar de nuestros talentos, destrezas e integridad. Dar y recibir, recibir y dar, evitando quedarnos vacíos, pues ¿en qué nos beneficia rendir para llenar la casa ajena cuando la propia se cae a pedazos? Y es que una de las características de la sociedad del rendimiento es su creciente egoísmo. El cansancio nos ha llevado a un sentimiento de soledad tal que hemos dejado de lado el cuidado propio, hemos caído en un abandono que indudablemente repercutirá no sólo en nuestra salud física, sino aún en la espiritual, y que no le interesará a quienes han abusado de nuestro rendimiento. Vivir en una fuga de energía constante es un llamado anticipado de la muerte.

Es inevitable que no nos sintamos cansados física, emocional y/o espiritualmente, pero hay una diferencia entre un cansancio despierto o uno dormido. El primer tipo de cansancio es propio de quienes han aprendido a decirle ‘no’ a los abusivos; el cansancio despierto lo vive quien, sin ser egoísta, procura antes abastecer la casa propia (su ser), que la ajena; el cansancio despierto se lo han ganado quienes han renunciado a la ilusión del rendimiento y han encontrado el espacio perfecto para vivir una vez al día, una vez a la semana, el necesario ‘shabat’. Por otro lado, el cansancio dormido, origen de la violencia social, le corresponde a quienes dicen ‘sí’ a todo, principalmente a lo que fomenta las simpatías y la llegada no ya del dinero, sino de apenas un par de centavos que ni para pagarle al barquero de la muerte alcanzan. La idolatría del rendimiento, el no atreverse a decir ‘no’, es propio de los cansados, de los dormidos y de quienes invocan temprana y secretamente el infarto del alma.

Estamos cansados, agotados y sin deseos de seguir de la misma manera, sin embargo, nos mantenemos iguales porque somos incapaces de decir ‘no’. Hacer el bien al otro es hacerse un bien a uno mismo, pero en esa entrega que hacemos de nosotros, por muy honrosa que nos parezca, deben de haber límites claros, de lo contrario desapareceremos. Darnos a los demás sin medida es equivalente a decir que mientras ocurre la gloria ajena, sucede la ruina propia. Dar y recibir, recibir y dar, nunca de otra manera, pues quien da y nunca recibe, o sencillamente no se permite a sí mismo recibir, termina cansándose, agotándose y enfermándose.

Nuestra sociedad contemporánea, cuyas características son la urbanización de sus espacios y la industrialización de sus procedimientos, idolatra al rendimiento. Todos los días las personas buscan hacer y hacer, más y más, aunque ya no quede tiempo para hacer nada, muchas veces ni siquiera para uno mismo. El rendimiento es hoy una ideología que le hace creer a los individuos que uno vale en tanto puede producir algo que sea económicamente rentable y que, además, todos estamos obligados a competir mutuamente para demostrar quién es mejor y quién, peor. La sociedad del rendimiento crece y se fortalece todos los días, a pesar de ser en sí misma absurda y por ello las personas se cansan, por eso se agotan, porque son incapaces de decir “no” y están convencidas (las han obligado a creerlo) de que decir siempre ‘sí’ y que ‘hacer el bien sin mirar a quién’ (dejándose en última instancia uno mismo) es lo mejor y lo que las hace buenas, pero esto es falso.

La sociedad del rendimiento no es más que una esclavitud disfrazada de libertad, es una sociedad que cree que todos tienen las mismas oportunidades y que lo único necesario para ‘progresar’ (nadie puede definir esto claramente) es trabajar en demasía. La sociedad del rendimiento trabaja tanto que se ha hecho inconsciente de su cansancio, de su agotamiento. El cansancio de la sociedad del rendimiento es un cansancio dormido y producto de la incapacidad de decir ‘no’. La positividad, el decir ‘sí’ a todo, nos está aniquilando, pues nos cansa físicamente, pero también, emocionalmente. La sociedad del rendimiento vive estresada debido a que no puede descansar. El cansancio es una forma de violencia que pocos reconocen.

Estar cansados es frecuente, pero no es normal. El cansancio es un síntoma del desequilibrio, del desorden y del caos. Desde una perspectiva ultraterrena advertimos que incluso Yahvé mismo descansó al séptimo día, en sábado, que viene del hebreo ‘shabat’ que significa ‘descanso’. ¿Por qué si incluso el dios hebreo descansó nosotros no nos lo permitimos?, ¿en verdad somos tan ingenuos para creer que formar parte de la sociedad del rendimiento nos dejará buenos frutos? Yahvé descansó porque, contrario a nosotros, supo decir ‘no’ al mundo y es que si un dios descansado, es ya imperfecto, ¿qué podríamos esperar de un dios cansado? La sociedad del rendimiento es terriblemente positivista, pues le dice ‘sí’ a todo y por ello no se permite descansar, pues antes que el bien propio está el de los demás, aún cuando este dar y recibir no sea recíproco. El filósofo Byun Chul Han, en “La sociedad del cansancio”, dice lo siguiente:

«La tendencia es que el ser humano se convierta en una máquina de rendimiento. Se busca el funcionamiento sin alteraciones y la maximización del rendimiento. La vitalidad se reduce a la mera función y al rendimiento. La sociedad de rendimiento produce un cansancio excesivo. El exceso de rendimiento provoca el infarto del alma. El cansancio aísla y divide. El cansancio nos lleva a la incapacidad de mirar y de hablar. El cansancio es violencia porque destruye la comunidad. Es un cansancio sin habla, sin mirada y que separa. El cansancio nos lleva a la soledad. El cansancio despierto permite al hombre un sosiego especial, un no–hacer sosegado. El cansancio dormido, incapacita, es un no–hacer perturbado.»

En la sociedad del rendimiento es irónico que el rendimiento es en realidad un no–rendimiento y esto lo observamos en el hecho de que podemos gastar todo el día en labores inútiles que lejos de aminorar los pendientes, los agravan. Las veinticuatro horas del día son insuficientes para ejecutar nuestro trabajo debido a que por un lado malgastamos el tiempo en placeres vanos y, por otro, somos incapaces de decir ‘no’ a quienes únicamente buscan abusar de nuestros talentos, destrezas e integridad. Dar y recibir, recibir y dar, evitando quedarnos vacíos, pues ¿en qué nos beneficia rendir para llenar la casa ajena cuando la propia se cae a pedazos? Y es que una de las características de la sociedad del rendimiento es su creciente egoísmo. El cansancio nos ha llevado a un sentimiento de soledad tal que hemos dejado de lado el cuidado propio, hemos caído en un abandono que indudablemente repercutirá no sólo en nuestra salud física, sino aún en la espiritual, y que no le interesará a quienes han abusado de nuestro rendimiento. Vivir en una fuga de energía constante es un llamado anticipado de la muerte.

Es inevitable que no nos sintamos cansados física, emocional y/o espiritualmente, pero hay una diferencia entre un cansancio despierto o uno dormido. El primer tipo de cansancio es propio de quienes han aprendido a decirle ‘no’ a los abusivos; el cansancio despierto lo vive quien, sin ser egoísta, procura antes abastecer la casa propia (su ser), que la ajena; el cansancio despierto se lo han ganado quienes han renunciado a la ilusión del rendimiento y han encontrado el espacio perfecto para vivir una vez al día, una vez a la semana, el necesario ‘shabat’. Por otro lado, el cansancio dormido, origen de la violencia social, le corresponde a quienes dicen ‘sí’ a todo, principalmente a lo que fomenta las simpatías y la llegada no ya del dinero, sino de apenas un par de centavos que ni para pagarle al barquero de la muerte alcanzan. La idolatría del rendimiento, el no atreverse a decir ‘no’, es propio de los cansados, de los dormidos y de quienes invocan temprana y secretamente el infarto del alma.