/ domingo 3 de diciembre de 2023

El mundo iluminado | Lo infinito en lo finito

elmundoiluminado.com

Si pudiéramos elegir una edad para morir ¿cuál sería?, ¿ochenta años, noventa años, tal vez cien? La pregunta se acompaña de otros cuestionamientos más: ¿Por qué vivir más?, ¿para qué uno querría vivir más?, ¿cómo viviríamos esos años que se nos regalarían? Pero, además, y quizás lo más importante: ¿estamos viviendo actualmente de acuerdo a lo que alguna vez imaginamos?, ¿es nuestra vida una experiencia consciente o un acto más bien vegetativo? Si podemos decir sin titubeos que en verdad estamos viviendo nuestras vidas, entonces quizás sí valdría la pena prolongar nuestra existencia durante muchos años más, pero, si más bien nos encontramos en una situación de desconocimiento con respecto a quiénes somos y qué queremos hacer, entonces prolongar la existencia no tendría sentido alguno.

Vivir es algo más que despertar cada mañana, es más que alimentarse todos los días para mantener el corazón latiendo, vivir es mucho más que únicamente satisfacer necesidades animales. Vivir es tener opciones, opciones para ser, para pensar y para hacer; quien no tiene estas opciones no vive, sólo deambula, transita por ese mundo en una condición todavía más pasiva que la del cuerpo que durante la noche duerme.

Vivir, solemos pensar, es tener emociones fuertes y experiencias intensas; vivir, solemos creer, consiste en viajar por todo el mundo, en despilfarrar el dinero, en gastar más de lo que tenemos, en llevar el cuerpo al extremo e ingerir todo lo que nos sea posible, pues el tiempo “se agota”, y como sentimos que nuestra estancia en esta tierra se va marchitando junto con cada sol que se pone es que hacemos todo deprisa, sin embargo, ese “todo” que hacemos generalmente no vale la pena y ese tiempo “que se acaba” en realidad no transcurre, ni siquiera existe, pues no hay más que un presente perpetuo, pero por nuestra mentalidad adoctrinada carecemos de la capacidad de percatarnos de ello, así como también carecemos de toda capacidad de asombro, principalmente por aquello que algunos llaman “las pequeñas cosas”, las cuales de pequeñas no tienen nada, en todo caso lo único pequeño sería nuestra mente que no comprende el prodigio ante el que todos los días estamos: el mundo en sí mismo.

¿Cuántos años nos gustaría vivir? La mayoría de los niños darán una cifra alta, mientras que los adultos, sobre todo los que se han amargado, reducirán la grandeza del número. La amargura en nosotros ocurre cuando confundimos el disfraz por la esencia, es decir, cuando nos creemos aquello de que lo que vemos, escuchamos, olemos, sentimos y probamos es real. Lo que nuestros sentidos nos permiten percibir no son más que estímulos programados por el adoctrinamiento cultural. Los sentidos son necesarios, sí, pero no son de fiar y esto se sabe desde tiempos de los antiguos filósofos griegos e incluso desde antes, sin embargo, el hecho es difícil de aceptar, pues difícilmente damos crédito a que haya algo más que nosotros mismos.

Vivir muchos años, eso es lo que sueñan varios de los que deambulan entre nosotros, sin embargo, volvemos a la pregunta: ¿para qué vivir mucho si lo que ahora mismo vivimos no lo vivimos bien? La idea de vivir muchos años es abordada por la filosofía zen, la cual se desprende del budismo y concibe ideas como las siguientes: el zen es una actitud mental que nos permite ver, libre de toda pretensión, el mundo en su absoluta “simpleza”, admirarnos de la flor, la piedra, el paisaje, y el pájaro que diariamente despreciamos por estar ocupados con asuntos intrascendentes e inventados por nosotros mismos. El zen pone su atención en los más humildes acontecimientos de la vida, los cuales pueden alimentar nuestro espíritu cuando aprendemos a ponerle límites a los deseos, a la inteligencia, a los miedos y, principalmente, al ego, es decir, a lo que creemos que somos. Todo es zen porque todo conlleva un mensaje oculto, un mensaje de absoluto. El objetivo del zen es devolvernos al más puro estado de inocencia.

Un cuento zen llamado “Morir… ¿A qué edad?” trata precisamente el tema antes mencionado: ¿A qué edad nos gustaría morir? En el cuento, el cual es anónimo, pero que fue compilado por Henri Brune en Los más bellos cuentos zen, el sabio Ryokan es visitado por un monje que le pide que interceda por él con una ceremonia ante los dioses que le permita vivir mucho tiempo. Al principio, cuando Ryokan le pregunta al monje cuántos años quiere vivir, éste le responde que hasta los cien años, pero después la cifra va aumentando a ciento cincuenta, trescientos, mil y finalmente pide que lo haga eterno. Ryokan acepta, pero le pide al monje que primero realice con él unos ejercicios, los cuales tienen lugar en un espacio de un año. Durante ese tiempo, Ryokan y el monje cortaban juntos la madera, bebían agua del río, dormían en la tierra, rezaban, comían arroz y reían al contemplar el vuelo de los insectos. Cuando el año se cumplió, Ryokan dijo al monje que estaba listo para hacerlo eterno, sin embargo, el monje respondió: «la verdad es que no entiendo por qué deseaba tal cosa», a lo cual Ryokan respondió: «El hombre tiene el destino de la chispa. Este mundo no es otra cosa que flores de cerezo. Lo finito es lo infinito, y lo infinito es lo finito. El presente es la eternidad.»

El cuento es bello y pleno de sabiduría. Las “pequeñas cosas” de la vida de ninguna manera son tales. Una flor, un insecto, una gota golpeando contra la dura piedra y un insecto tornasolado son testimonios de la inteligencia suprema que reviste a la naturaleza. El tesoro que todos los días resplandece ante nuestros ciegos ojos es el mismo que brillaba ante los ojos de un monje con ansías de eternidad. Cuando Ryokan le preguntó cuántos años quieres vivir, el monje respondió que quería vivir para siempre, sin embargo, al cabo de un año de haber abierto sus ojos a la naturaleza que sin restricciones se nos ofrece, el monje estaba listo para morir, pues había comprendido que la muerte del cuerpo, no es más que un cambio de forma, una ilusión, y que la naturaleza jamás perecerá, pues es poseedora de lo infinito en lo finito.

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Si pudiéramos elegir una edad para morir ¿cuál sería?, ¿ochenta años, noventa años, tal vez cien? La pregunta se acompaña de otros cuestionamientos más: ¿Por qué vivir más?, ¿para qué uno querría vivir más?, ¿cómo viviríamos esos años que se nos regalarían? Pero, además, y quizás lo más importante: ¿estamos viviendo actualmente de acuerdo a lo que alguna vez imaginamos?, ¿es nuestra vida una experiencia consciente o un acto más bien vegetativo? Si podemos decir sin titubeos que en verdad estamos viviendo nuestras vidas, entonces quizás sí valdría la pena prolongar nuestra existencia durante muchos años más, pero, si más bien nos encontramos en una situación de desconocimiento con respecto a quiénes somos y qué queremos hacer, entonces prolongar la existencia no tendría sentido alguno.

Vivir es algo más que despertar cada mañana, es más que alimentarse todos los días para mantener el corazón latiendo, vivir es mucho más que únicamente satisfacer necesidades animales. Vivir es tener opciones, opciones para ser, para pensar y para hacer; quien no tiene estas opciones no vive, sólo deambula, transita por ese mundo en una condición todavía más pasiva que la del cuerpo que durante la noche duerme.

Vivir, solemos pensar, es tener emociones fuertes y experiencias intensas; vivir, solemos creer, consiste en viajar por todo el mundo, en despilfarrar el dinero, en gastar más de lo que tenemos, en llevar el cuerpo al extremo e ingerir todo lo que nos sea posible, pues el tiempo “se agota”, y como sentimos que nuestra estancia en esta tierra se va marchitando junto con cada sol que se pone es que hacemos todo deprisa, sin embargo, ese “todo” que hacemos generalmente no vale la pena y ese tiempo “que se acaba” en realidad no transcurre, ni siquiera existe, pues no hay más que un presente perpetuo, pero por nuestra mentalidad adoctrinada carecemos de la capacidad de percatarnos de ello, así como también carecemos de toda capacidad de asombro, principalmente por aquello que algunos llaman “las pequeñas cosas”, las cuales de pequeñas no tienen nada, en todo caso lo único pequeño sería nuestra mente que no comprende el prodigio ante el que todos los días estamos: el mundo en sí mismo.

¿Cuántos años nos gustaría vivir? La mayoría de los niños darán una cifra alta, mientras que los adultos, sobre todo los que se han amargado, reducirán la grandeza del número. La amargura en nosotros ocurre cuando confundimos el disfraz por la esencia, es decir, cuando nos creemos aquello de que lo que vemos, escuchamos, olemos, sentimos y probamos es real. Lo que nuestros sentidos nos permiten percibir no son más que estímulos programados por el adoctrinamiento cultural. Los sentidos son necesarios, sí, pero no son de fiar y esto se sabe desde tiempos de los antiguos filósofos griegos e incluso desde antes, sin embargo, el hecho es difícil de aceptar, pues difícilmente damos crédito a que haya algo más que nosotros mismos.

Vivir muchos años, eso es lo que sueñan varios de los que deambulan entre nosotros, sin embargo, volvemos a la pregunta: ¿para qué vivir mucho si lo que ahora mismo vivimos no lo vivimos bien? La idea de vivir muchos años es abordada por la filosofía zen, la cual se desprende del budismo y concibe ideas como las siguientes: el zen es una actitud mental que nos permite ver, libre de toda pretensión, el mundo en su absoluta “simpleza”, admirarnos de la flor, la piedra, el paisaje, y el pájaro que diariamente despreciamos por estar ocupados con asuntos intrascendentes e inventados por nosotros mismos. El zen pone su atención en los más humildes acontecimientos de la vida, los cuales pueden alimentar nuestro espíritu cuando aprendemos a ponerle límites a los deseos, a la inteligencia, a los miedos y, principalmente, al ego, es decir, a lo que creemos que somos. Todo es zen porque todo conlleva un mensaje oculto, un mensaje de absoluto. El objetivo del zen es devolvernos al más puro estado de inocencia.

Un cuento zen llamado “Morir… ¿A qué edad?” trata precisamente el tema antes mencionado: ¿A qué edad nos gustaría morir? En el cuento, el cual es anónimo, pero que fue compilado por Henri Brune en Los más bellos cuentos zen, el sabio Ryokan es visitado por un monje que le pide que interceda por él con una ceremonia ante los dioses que le permita vivir mucho tiempo. Al principio, cuando Ryokan le pregunta al monje cuántos años quiere vivir, éste le responde que hasta los cien años, pero después la cifra va aumentando a ciento cincuenta, trescientos, mil y finalmente pide que lo haga eterno. Ryokan acepta, pero le pide al monje que primero realice con él unos ejercicios, los cuales tienen lugar en un espacio de un año. Durante ese tiempo, Ryokan y el monje cortaban juntos la madera, bebían agua del río, dormían en la tierra, rezaban, comían arroz y reían al contemplar el vuelo de los insectos. Cuando el año se cumplió, Ryokan dijo al monje que estaba listo para hacerlo eterno, sin embargo, el monje respondió: «la verdad es que no entiendo por qué deseaba tal cosa», a lo cual Ryokan respondió: «El hombre tiene el destino de la chispa. Este mundo no es otra cosa que flores de cerezo. Lo finito es lo infinito, y lo infinito es lo finito. El presente es la eternidad.»

El cuento es bello y pleno de sabiduría. Las “pequeñas cosas” de la vida de ninguna manera son tales. Una flor, un insecto, una gota golpeando contra la dura piedra y un insecto tornasolado son testimonios de la inteligencia suprema que reviste a la naturaleza. El tesoro que todos los días resplandece ante nuestros ciegos ojos es el mismo que brillaba ante los ojos de un monje con ansías de eternidad. Cuando Ryokan le preguntó cuántos años quieres vivir, el monje respondió que quería vivir para siempre, sin embargo, al cabo de un año de haber abierto sus ojos a la naturaleza que sin restricciones se nos ofrece, el monje estaba listo para morir, pues había comprendido que la muerte del cuerpo, no es más que un cambio de forma, una ilusión, y que la naturaleza jamás perecerá, pues es poseedora de lo infinito en lo finito.