/ domingo 8 de septiembre de 2024

El mundo iluminado / Nos disolvemos en la oscuridad

elmundoiluminado.com

Se estima que al menos un tercio de nuestra vida lo pasamos durmiendo y podríamos suponer que las otras dos terceras partes las pasamos dormidos, lo cual quiere decir que la mayoría de nosotros vive sin vivir.

Dormir y estar dormidos, filosóficamente, son diferentes. Lo primero corresponde al estado de reposo en el que el cuerpo recupera su energía y restablece sus funciones, mientras que lo segundo es el estado de vigilia en el que nos desenvolvemos no por libre albedrío, sino por adoctrinamientos políticos, religiosos y morales.

Es imposible no dormir, de lo contrario enfermaríamos, primero, y moriríamos, después, pero lo que sí podemos evitar es dormir muy poco o dormir de más, pues todo exceso es nocivo. Quienes duermen poco o mucho, principalmente éstos últimos, son más proclives a caer en el vicio de la pereza, padeciendo las consecuencias que lo acompañan: desinterés, depresión, cansancio, entre otras. Mientras que quienes duermen muy poco podrían mostrar comportamientos ligados a la ansiedad, a las alucinaciones y al estrés. En uno u otro caso las consecuencias son graves, de ahí que lo ideal sea buscar la justa medianía.

Manteniéndonos en la cuestión de las posibilidades, lo que sí es posible es dejar de estar dormidos, es decir, adoctrinados; si no en un sentido pleno, al menos en uno parcial. Son muchas las personas que viven dormidas, pues siempre resulta más cómodo permitir que otro piense por uno mismo. Los dormidos son todos aquellos individuos que carecen de pensamiento crítico, de opiniones propias y de argumentos; los dormidos son todos aquellos que se limitan a repetir lo que escuchan en los medios de comunicación y a consumir desmedidamente el mundo material; los dormidos son, además, los que llevan en los ojos la venda de todas aquellas doctrinas e ideologías que únicamente favorecen el separatismo, la intolerancia y el miedo.

Dejar de estar dormido, es decir, despertar, no es sencillo, pero hay posibilidades de lograrlo. El primer paso, como en todo vicio, es reconocer que uno mismo tiene un vicio al que le hemos entregado, por fanatismo o comodidad, nuestra voluntad. Una vez que hemos reconocido que estamos dormidos, es decir, que hemos creído ciegamente en todo lo que desde la infancia se nos ha dicho y enseñado, es necesario tener un deseo genuino de superación personal, de cambio, de mejora, de evolución, sabiendo que este proceso será doloroso, pues implicará una renuncia absoluta a todo aquello que dábamos por cierto, incluídas algunas personas.

Saber que pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo y los otros dos tercios dormidos es una invitación a preguntarnos por qué nos encontramos en tal estado de imperfección. Cuestionarnos es el tercer escalón en la escalera que conduce al despertar de la consciencia, sin embargo, se debe de tener en cuenta que no se trata de preguntarnos algo por el simple hecho de preguntar, sino que aquello de lo que tenemos dudas tenga bases filosóficas, es decir, aspiraciones a la sabiduría, de lo contrario, las preguntas que nos hagamos serán estériles.

Resulta interesante cómo pasamos del estado de dormidos a durmientes, es decir, cuando llega la noche nos acostamos en nuestras camas dispuestos a dormir, a pesar de que hemos pasado dormidos todo el día. Esto es semejante a entregarse a un doble estado de desconocimiento o de inconsciencia con respecto a nosotros mismos. Cuando dormimos (en el sentido de descansar) nuestro cerebro genera imágenes que damos por ciertas debido a su semejanza con respecto a lo que vemos en la realidad cuando estamos despiertos, pero lo cierto es que la realidad no la conocemos, pues siempre dormimos, ya sea para descansar o deambular.

¿Qué hacer, entonces? Los místicos orientales practicantes del yoga postulan que la consciencia, el despertar, puede darse únicamente cuando mantenemos nuestra atención alerta en todo momento, aún cuando dormimos para descansar por las noches. El maestro de meditación Tenzin Wangyal Rínpoche, en su obra El yoga de los sueños, lo define así:

«Pasamos una tercera parte de nuestra vida durmiendo. No importa lo que hagamos, lo virtuoso o no de nuestras actividades, cada día termina de la misma forma: cerramos los ojos y nos disolvemos en la oscuridad. En la mañana despertamos y continuamos con nuestra “vida real”, pero en cierto modo estamos todavía durmiendo y soñando. Sabemos que la vida pasa rápidamente y que la muerte es un hecho innegable, pero aún así desperdiciamos nuestras vidas en ocupaciones inútiles. Si cultivamos nuestra consciencia, nos mantendremos conscientes tanto en el sueño como en la vigilia. Si no podemos permanecer conscientes durante el sueño, si nos perdemos cada noche, ¿qué probabilidad tenemos de estar conscientes cuando llegue la muerte? Observa tus experiencias en los sueños, si quieres saber qué suerte correrás cuando mueras. Observa tu experiencia del dormir si quieres saber si verdaderamente estás despierto o no.»

Prestar atención a los sueños es fundamental para despertar, tanto del descanso como del sopor adoctrinante. Para muchos, los sueños no son más que imágenes aleatorias carentes de sentido, sin embargo, la práctica de llevar un diario en el que escribamos nuestros sueños nos mostrará que en estas imágenes subyace un significado profundo con respecto a quiénes somos. Innegablemente, dormir puede resultar placentero, y vivir dormidos, cómodo, pues nos exime de toda responsabilidad, sin embargo, dormir en ambos sentidos (el físico y el filosófico) nunca nos conducirá a nada que nos sea realmente bueno. A la práctica de mantener nuestra consciencia alerta mientras dormimos se le conoce como “sueño lúcido”, es decir, “sueño de luz”, clave para terminar con la mala praxis de que al anochecer nos disolvemos en la oscuridad.

elmundoiluminado.com

Se estima que al menos un tercio de nuestra vida lo pasamos durmiendo y podríamos suponer que las otras dos terceras partes las pasamos dormidos, lo cual quiere decir que la mayoría de nosotros vive sin vivir.

Dormir y estar dormidos, filosóficamente, son diferentes. Lo primero corresponde al estado de reposo en el que el cuerpo recupera su energía y restablece sus funciones, mientras que lo segundo es el estado de vigilia en el que nos desenvolvemos no por libre albedrío, sino por adoctrinamientos políticos, religiosos y morales.

Es imposible no dormir, de lo contrario enfermaríamos, primero, y moriríamos, después, pero lo que sí podemos evitar es dormir muy poco o dormir de más, pues todo exceso es nocivo. Quienes duermen poco o mucho, principalmente éstos últimos, son más proclives a caer en el vicio de la pereza, padeciendo las consecuencias que lo acompañan: desinterés, depresión, cansancio, entre otras. Mientras que quienes duermen muy poco podrían mostrar comportamientos ligados a la ansiedad, a las alucinaciones y al estrés. En uno u otro caso las consecuencias son graves, de ahí que lo ideal sea buscar la justa medianía.

Manteniéndonos en la cuestión de las posibilidades, lo que sí es posible es dejar de estar dormidos, es decir, adoctrinados; si no en un sentido pleno, al menos en uno parcial. Son muchas las personas que viven dormidas, pues siempre resulta más cómodo permitir que otro piense por uno mismo. Los dormidos son todos aquellos individuos que carecen de pensamiento crítico, de opiniones propias y de argumentos; los dormidos son todos aquellos que se limitan a repetir lo que escuchan en los medios de comunicación y a consumir desmedidamente el mundo material; los dormidos son, además, los que llevan en los ojos la venda de todas aquellas doctrinas e ideologías que únicamente favorecen el separatismo, la intolerancia y el miedo.

Dejar de estar dormido, es decir, despertar, no es sencillo, pero hay posibilidades de lograrlo. El primer paso, como en todo vicio, es reconocer que uno mismo tiene un vicio al que le hemos entregado, por fanatismo o comodidad, nuestra voluntad. Una vez que hemos reconocido que estamos dormidos, es decir, que hemos creído ciegamente en todo lo que desde la infancia se nos ha dicho y enseñado, es necesario tener un deseo genuino de superación personal, de cambio, de mejora, de evolución, sabiendo que este proceso será doloroso, pues implicará una renuncia absoluta a todo aquello que dábamos por cierto, incluídas algunas personas.

Saber que pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo y los otros dos tercios dormidos es una invitación a preguntarnos por qué nos encontramos en tal estado de imperfección. Cuestionarnos es el tercer escalón en la escalera que conduce al despertar de la consciencia, sin embargo, se debe de tener en cuenta que no se trata de preguntarnos algo por el simple hecho de preguntar, sino que aquello de lo que tenemos dudas tenga bases filosóficas, es decir, aspiraciones a la sabiduría, de lo contrario, las preguntas que nos hagamos serán estériles.

Resulta interesante cómo pasamos del estado de dormidos a durmientes, es decir, cuando llega la noche nos acostamos en nuestras camas dispuestos a dormir, a pesar de que hemos pasado dormidos todo el día. Esto es semejante a entregarse a un doble estado de desconocimiento o de inconsciencia con respecto a nosotros mismos. Cuando dormimos (en el sentido de descansar) nuestro cerebro genera imágenes que damos por ciertas debido a su semejanza con respecto a lo que vemos en la realidad cuando estamos despiertos, pero lo cierto es que la realidad no la conocemos, pues siempre dormimos, ya sea para descansar o deambular.

¿Qué hacer, entonces? Los místicos orientales practicantes del yoga postulan que la consciencia, el despertar, puede darse únicamente cuando mantenemos nuestra atención alerta en todo momento, aún cuando dormimos para descansar por las noches. El maestro de meditación Tenzin Wangyal Rínpoche, en su obra El yoga de los sueños, lo define así:

«Pasamos una tercera parte de nuestra vida durmiendo. No importa lo que hagamos, lo virtuoso o no de nuestras actividades, cada día termina de la misma forma: cerramos los ojos y nos disolvemos en la oscuridad. En la mañana despertamos y continuamos con nuestra “vida real”, pero en cierto modo estamos todavía durmiendo y soñando. Sabemos que la vida pasa rápidamente y que la muerte es un hecho innegable, pero aún así desperdiciamos nuestras vidas en ocupaciones inútiles. Si cultivamos nuestra consciencia, nos mantendremos conscientes tanto en el sueño como en la vigilia. Si no podemos permanecer conscientes durante el sueño, si nos perdemos cada noche, ¿qué probabilidad tenemos de estar conscientes cuando llegue la muerte? Observa tus experiencias en los sueños, si quieres saber qué suerte correrás cuando mueras. Observa tu experiencia del dormir si quieres saber si verdaderamente estás despierto o no.»

Prestar atención a los sueños es fundamental para despertar, tanto del descanso como del sopor adoctrinante. Para muchos, los sueños no son más que imágenes aleatorias carentes de sentido, sin embargo, la práctica de llevar un diario en el que escribamos nuestros sueños nos mostrará que en estas imágenes subyace un significado profundo con respecto a quiénes somos. Innegablemente, dormir puede resultar placentero, y vivir dormidos, cómodo, pues nos exime de toda responsabilidad, sin embargo, dormir en ambos sentidos (el físico y el filosófico) nunca nos conducirá a nada que nos sea realmente bueno. A la práctica de mantener nuestra consciencia alerta mientras dormimos se le conoce como “sueño lúcido”, es decir, “sueño de luz”, clave para terminar con la mala praxis de que al anochecer nos disolvemos en la oscuridad.