/ domingo 14 de octubre de 2018

El mundo los mira

"Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive".


Gabriel Marcel


Según la regla de urbanidad no se debe hablar de sí mismo porque -según- lo que se grita ser o tener es de lo que se adolece. No obstante, inicio homenajeando a mis progenitores por ser gente de bien, honorable, valiente, porque aún los apuros se mantuvieron en la rectitud.

Nunca fuimos una familia adinera si bien sí ricos. Aunque tuvimos carencias, nunca nos faltó lo esencial; teníamos casa, comida y sustento. Pero, nuestra mayor abundancia era (es) tenernos a nosotros mismos. Una familia plena, unida, amorosa, solidaria. Mi padre fue panadero y obrero, mi madre una honoraria e íntegra ama de casa. Ellos nos enseñaron (a los cinco hermanos) a ser personas de bien, a tener valores, a tener principios, a ser creyentes, a ser consistentes. Así es, pese a nuestras penurias materiales teníamos (tenemos) eso, consistencia, coherencia.

Quizás por eso muchas veces me siento como salmón nadando contra la corriente. No es fácil sostenerse en el camino de la rectitud donde hay tantas tentaciones y necesidades. Sería fácil tender la mano y ya. Mucho más fácil sería cerrar los ojos, hacerse el sordo, cerrar la boca a cambio de asfixiar los principios; pero no. Seguimos en la tesitura (o será terquedad) de seguir en el camino de hacer. ¡Qué difícil es esto!

Por fortuna aún hay muchas familias nobles. Con toda seguridad aún existen muchas familias que creen en que tener valores, principios, ética y moral permite andar con la frente en alto. Prefieren vivir de conquistar esperanzas una y otra vez, aunque algunas sean utópicas (inalcanzables). Como el creer en los discursos de muchos políticos, esos que hablan de ser mejores pero, pero…

Por otro lado, si bien tener carencias materiales no es infernal, tampoco lo es tener fortuna. Y ambos pueden tener bienestar. Una cosa -en sí misma- no es mejor ni peor que la otra. Ambas son parte de las conductas y actitudes humanas y por ahí es donde pretendo abordar el tema de esta ocasión: la conciencia y la coherencia.

El primer término nos plantea el conocimiento que se tiene de una situación que a partir del discernimiento se sabe qué hacer, cómo vivirla, cómo responder. La conciencia permite considerar hacer bien las cosas haciéndose responsable de forma juiciosa de aquella situación. Por ejemplo, una persona opulenta que tenga conciencia de las necesidades de otros no sería capaz, por respeto y delicadeza, de tallarle su fortuna a quienes nada o poco tienen.

Entre más de 80 versículos bíblicos que hablan de la inconsciencia humana está el Proverbios 14:31 que dice: “El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero el que se apiada del necesitado le honra”. Por lo mismo, también en Lucas 1, 53 y 53 dice: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”. Refiriéndose al poco importa que unos tienen sobre otros.

El otro concepto es la coherencia se refiere a la conexión que hay entre pensamiento, dichos y hechos. Es el vínculo indisoluble que debe haber en estas tres acciones que humanas en su proceder. Lo contrario es la incoherencia. Se refiere a la discordancia que existe entre estas tres acciones. Lo cual es un desatino, un disparate si se hace de manera inconsciente, peor aún se si es incoherente de manera consciente. Por ejemplo, un político que prometa que todo va a ser diferente, que todo va a ser mejor, que ya no va haber injusticias, que ha llegado el momento en que las esperanzas de los más necesitados se van a cumplir, que bla, bla, bla…

Y luego al calor de las emociones pasajeras resulta que ser que no importa ser, producto de la inconsciencia y incoherente. Entonces, ¿cómo poder creerle a los inconscientes e incoherentes? Y, sin embargo, sí hay, por supuesto que sí, gente que sí les cree. Pero en esto el tiempo es implacable y todos estamos expuestos a esos deslices. Por ejemplo, la boda de César Yáñez y lo que falta por ver.


*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; twiter: @jdelrsf

"Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive".


Gabriel Marcel


Según la regla de urbanidad no se debe hablar de sí mismo porque -según- lo que se grita ser o tener es de lo que se adolece. No obstante, inicio homenajeando a mis progenitores por ser gente de bien, honorable, valiente, porque aún los apuros se mantuvieron en la rectitud.

Nunca fuimos una familia adinera si bien sí ricos. Aunque tuvimos carencias, nunca nos faltó lo esencial; teníamos casa, comida y sustento. Pero, nuestra mayor abundancia era (es) tenernos a nosotros mismos. Una familia plena, unida, amorosa, solidaria. Mi padre fue panadero y obrero, mi madre una honoraria e íntegra ama de casa. Ellos nos enseñaron (a los cinco hermanos) a ser personas de bien, a tener valores, a tener principios, a ser creyentes, a ser consistentes. Así es, pese a nuestras penurias materiales teníamos (tenemos) eso, consistencia, coherencia.

Quizás por eso muchas veces me siento como salmón nadando contra la corriente. No es fácil sostenerse en el camino de la rectitud donde hay tantas tentaciones y necesidades. Sería fácil tender la mano y ya. Mucho más fácil sería cerrar los ojos, hacerse el sordo, cerrar la boca a cambio de asfixiar los principios; pero no. Seguimos en la tesitura (o será terquedad) de seguir en el camino de hacer. ¡Qué difícil es esto!

Por fortuna aún hay muchas familias nobles. Con toda seguridad aún existen muchas familias que creen en que tener valores, principios, ética y moral permite andar con la frente en alto. Prefieren vivir de conquistar esperanzas una y otra vez, aunque algunas sean utópicas (inalcanzables). Como el creer en los discursos de muchos políticos, esos que hablan de ser mejores pero, pero…

Por otro lado, si bien tener carencias materiales no es infernal, tampoco lo es tener fortuna. Y ambos pueden tener bienestar. Una cosa -en sí misma- no es mejor ni peor que la otra. Ambas son parte de las conductas y actitudes humanas y por ahí es donde pretendo abordar el tema de esta ocasión: la conciencia y la coherencia.

El primer término nos plantea el conocimiento que se tiene de una situación que a partir del discernimiento se sabe qué hacer, cómo vivirla, cómo responder. La conciencia permite considerar hacer bien las cosas haciéndose responsable de forma juiciosa de aquella situación. Por ejemplo, una persona opulenta que tenga conciencia de las necesidades de otros no sería capaz, por respeto y delicadeza, de tallarle su fortuna a quienes nada o poco tienen.

Entre más de 80 versículos bíblicos que hablan de la inconsciencia humana está el Proverbios 14:31 que dice: “El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero el que se apiada del necesitado le honra”. Por lo mismo, también en Lucas 1, 53 y 53 dice: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”. Refiriéndose al poco importa que unos tienen sobre otros.

El otro concepto es la coherencia se refiere a la conexión que hay entre pensamiento, dichos y hechos. Es el vínculo indisoluble que debe haber en estas tres acciones que humanas en su proceder. Lo contrario es la incoherencia. Se refiere a la discordancia que existe entre estas tres acciones. Lo cual es un desatino, un disparate si se hace de manera inconsciente, peor aún se si es incoherente de manera consciente. Por ejemplo, un político que prometa que todo va a ser diferente, que todo va a ser mejor, que ya no va haber injusticias, que ha llegado el momento en que las esperanzas de los más necesitados se van a cumplir, que bla, bla, bla…

Y luego al calor de las emociones pasajeras resulta que ser que no importa ser, producto de la inconsciencia y incoherente. Entonces, ¿cómo poder creerle a los inconscientes e incoherentes? Y, sin embargo, sí hay, por supuesto que sí, gente que sí les cree. Pero en esto el tiempo es implacable y todos estamos expuestos a esos deslices. Por ejemplo, la boda de César Yáñez y lo que falta por ver.


*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; twiter: @jdelrsf