/ viernes 22 de junio de 2018

El papel del joven

Cada ser humano ha nacido para cumplir un cometido en su existencia: perfeccionar su propio mundo y el que le rodea a través de la acción creativa y constante hasta lograr un mejor desenvolvimiento social y cultural.

Los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren; solo el hombre posee algo que va más allá del simple y común trayecto por los ineludibles estadios biológicos: la creatividad.

En ella se cifra la más notable diferencia entre el hombre y los animales; en ella, con inteligencia y sensibilidad, se fundamenta la superioridad humana y su grandeza.

La juventud, vigoroza y arrebatadora, en ocasiones no percibe con claridad la misión edificante del ser humano sobre la tierra y divaga en sueños irrealizables, sin precisar los fines para los que ella misma ha sido destinada.

Por ello, si se requiere que todo joven obtenga los rasgos necesarios y característicos del ser humano, en el amplio sentido del vocablo, como el ser consciente, creativo, solidario, responsable, libre y deseoso de conocimiento por voluntad propia, es indispensable que, desde el instante en que toma conocimiento de su importancia como integrante de un conglomerado social, sepa cuáles son sus funciones dentro del mismo.

Así pues, surgirá a la vida con la convicción de que solo mediante la superación y el perfeccionamiento de nuestra personalidad ha de obtener los frutos regios de la felicidad, tanto individual como colectiva.

En una época difícil, como la que nos ha tocado vivir, en una etapa de lucha entre las ideas que sucumben y las que emergen, en un momento de cruce, donde los sistemas socioeconómicos se estremecen acosados por la vehemencia de destruir los privilegios y las desigualdades, aun no desterrados a pesar de los siglos y las contiendas, la juventud tiene que alistarse en la definición precisa del destino que le aguanta para cimentar las bases firmes sobre las que se levanten, infatigables y lumínicas, las generaciones venideras del siglo XXI.

Esto es, tomar conciencia de su responsabilidad como ser humano del futuro; aunque con frecuencia se piensa que un joven no puede opinar sobre los problemas fundamentales y trascendentes de la sociedad y se le niega la oportunidad de expresar sus ideas renovantes, quizá sin experiencia, es cierto, pero que constituyen notables fracciones del entusiasmo juvenil.

La juventud no debe cesar en su intento por tomar parte en la vida activa de los grupos sociales, ni rehuir a la obligación que tiene con lo humano, ya que debe encauzar cada una de sus inquietudes innovadoras tras la búsqueda positiva del bien común.

La juventud, símbolo de vigor, de belleza y de arrogancia, es donde germinan las nuevas concepciones de lo que cambiará la estructura de la sociedad. En ella deben fertilizarse las lozanías de los espíritus de quienes emergen apenas a la existencia-para que, con la claridad de la inteligencia juvenil y su potencia dinámica, con el optimismo moral, cristalino e intenso, sin mancha alguna, pueda fructificar en los logros de un mundo nuevo, diferente al conocido.

Un mundo en cuyas superficies se levanten soberanas, no como simples estatuas, sino en la objetivación de los hechos, la verdad, la razón, la justicia, la comprensión y los valores eternos del hombre: bondad, lealtad, amor, creación, voluntad, solidaridad.

Para ello la juventud es la indicada, porque lleva implícito el deseo de renovación, de transmutación de lo arcaico deleznable a lo futuro esplendente.

La juventud, energía, ansia viva, entrega sin límites hacia una idea, hacia una acción, debe continuar propulsando los afanes cuyos destellos han sido el impulso de tantos hombres y mujeres.

Si la juventud, floresta de la humedad, la más cultivable, porque es fecunda, se propone darle vigorosidad y cultivar su praxis, que desde muchos años ha sido manifestada por el pensamiento humano y deposita en la vida cotidiana la intensidad de sus sueños, es porque el ser humano es la fuerza de la energía creadora y el joven deben forjar su calidad humana bajo esa inspiración. Ser humano de verdad es estar consciente de la realidad.

Una sociedad en la que solo triunfe el deseo ferviente de ser útil a los demás porque está integrada por nada menos que seres humanos. Y el joven tiene el potencial para serlo, por su conciencia, creatividad, voluntad y solidaridad.


*Doctor en Educación.

Cada ser humano ha nacido para cumplir un cometido en su existencia: perfeccionar su propio mundo y el que le rodea a través de la acción creativa y constante hasta lograr un mejor desenvolvimiento social y cultural.

Los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren; solo el hombre posee algo que va más allá del simple y común trayecto por los ineludibles estadios biológicos: la creatividad.

En ella se cifra la más notable diferencia entre el hombre y los animales; en ella, con inteligencia y sensibilidad, se fundamenta la superioridad humana y su grandeza.

La juventud, vigoroza y arrebatadora, en ocasiones no percibe con claridad la misión edificante del ser humano sobre la tierra y divaga en sueños irrealizables, sin precisar los fines para los que ella misma ha sido destinada.

Por ello, si se requiere que todo joven obtenga los rasgos necesarios y característicos del ser humano, en el amplio sentido del vocablo, como el ser consciente, creativo, solidario, responsable, libre y deseoso de conocimiento por voluntad propia, es indispensable que, desde el instante en que toma conocimiento de su importancia como integrante de un conglomerado social, sepa cuáles son sus funciones dentro del mismo.

Así pues, surgirá a la vida con la convicción de que solo mediante la superación y el perfeccionamiento de nuestra personalidad ha de obtener los frutos regios de la felicidad, tanto individual como colectiva.

En una época difícil, como la que nos ha tocado vivir, en una etapa de lucha entre las ideas que sucumben y las que emergen, en un momento de cruce, donde los sistemas socioeconómicos se estremecen acosados por la vehemencia de destruir los privilegios y las desigualdades, aun no desterrados a pesar de los siglos y las contiendas, la juventud tiene que alistarse en la definición precisa del destino que le aguanta para cimentar las bases firmes sobre las que se levanten, infatigables y lumínicas, las generaciones venideras del siglo XXI.

Esto es, tomar conciencia de su responsabilidad como ser humano del futuro; aunque con frecuencia se piensa que un joven no puede opinar sobre los problemas fundamentales y trascendentes de la sociedad y se le niega la oportunidad de expresar sus ideas renovantes, quizá sin experiencia, es cierto, pero que constituyen notables fracciones del entusiasmo juvenil.

La juventud no debe cesar en su intento por tomar parte en la vida activa de los grupos sociales, ni rehuir a la obligación que tiene con lo humano, ya que debe encauzar cada una de sus inquietudes innovadoras tras la búsqueda positiva del bien común.

La juventud, símbolo de vigor, de belleza y de arrogancia, es donde germinan las nuevas concepciones de lo que cambiará la estructura de la sociedad. En ella deben fertilizarse las lozanías de los espíritus de quienes emergen apenas a la existencia-para que, con la claridad de la inteligencia juvenil y su potencia dinámica, con el optimismo moral, cristalino e intenso, sin mancha alguna, pueda fructificar en los logros de un mundo nuevo, diferente al conocido.

Un mundo en cuyas superficies se levanten soberanas, no como simples estatuas, sino en la objetivación de los hechos, la verdad, la razón, la justicia, la comprensión y los valores eternos del hombre: bondad, lealtad, amor, creación, voluntad, solidaridad.

Para ello la juventud es la indicada, porque lleva implícito el deseo de renovación, de transmutación de lo arcaico deleznable a lo futuro esplendente.

La juventud, energía, ansia viva, entrega sin límites hacia una idea, hacia una acción, debe continuar propulsando los afanes cuyos destellos han sido el impulso de tantos hombres y mujeres.

Si la juventud, floresta de la humedad, la más cultivable, porque es fecunda, se propone darle vigorosidad y cultivar su praxis, que desde muchos años ha sido manifestada por el pensamiento humano y deposita en la vida cotidiana la intensidad de sus sueños, es porque el ser humano es la fuerza de la energía creadora y el joven deben forjar su calidad humana bajo esa inspiración. Ser humano de verdad es estar consciente de la realidad.

Una sociedad en la que solo triunfe el deseo ferviente de ser útil a los demás porque está integrada por nada menos que seres humanos. Y el joven tiene el potencial para serlo, por su conciencia, creatividad, voluntad y solidaridad.


*Doctor en Educación.