/ domingo 14 de octubre de 2018

¿Están terminando las democracias representativas?

A propósito de la segunda vuelta electoral que se llevará a cabo en Brasil después del 46% de votos que obtuviera el candidato Jair Bolsonaro, hecho que prácticamente lo perfila para ganar la presidencia de su país el próximo 28 de octubre, se hicieron análisis y acciones que ponen a cualquiera a pensar en lo que sigue, porque solo le falta el 4% más 1 de votantes, en realidad muy poco.

Resulta que el político en cuestión es un personaje identificado con una corriente de la derecha más obtusa que podamos recordar, en palabras de Manuel Castells -sociólogo y economista por demás reconocido “fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo”, nada más.

¿Por qué el pueblo brasileño está optando por un régimen que no se acerca para nada a la democracia liberal? Entre otras cosas seguramente, lo que se refiere es que la izquierda encabezada por Lula Da Silva tiene un sello casi indeleble de corrupción, de crisis económica y de crisis de partidos; Dilma Russeff fue presa de estos embates después de haber sido sometida a un proceso de destitución en 2016 por el Senado brasileño, por lo que fue suspendida de sus funciones de gobierno, al final se le declaró culpable de maquillar cuentas fiscales y firmar decretos económicos sin la aprobación del Congreso, aunque al final fue absuelta.

La opinión pública no tiene lógica: Lula se candidateó y estaba en el puntero antes de que lo encarcelaran -aunque se declara limpio, finalmente no pudo registrarse para contender. Así pasa en las democracias, un día las preferencias dictan mayoría para un partido o candidato, y a unas cuantas horas puede cambiar todo el panorama. Exactamente como pasó en México con la elección de Peña Nieto, un día amado y después del 26 de septiembre de 2014, rechazado hasta la ignominia.

Pero lo crítico de este asunto es que parece que la población en un sistema democrático tiene el poder de elegir una propuesta que no lo es. En este caso, Bolsonaro ha mostrado total identificación con las propuestas migratorias de Trump y una abierta defensa a la dictadura militar. Las alternativas se cierran ante el votante medio que no guarda memoria histórica ¿quién va a pensar en el gobierno fascista de Hitler o Mussolini de los años 40`s? Han pasado 33 años de la dictadura militar de Goulart (1964 a 1967) y los gobiernos militares con el Plan Cóndor (recibiendo apoyo económico y logístico de Estados Unidos) con violación a los derechos humanos hasta los años 80´s.

Es por eso pertinente el libro de David Runciman “Cómo la democracia termina”, en el que señala que “la democracia muere en la oscuridad” como se constató con el triunfo de Donald Trump y con ello se dejaba claro que la transición de los regímenes autoritarios a los democráticos se había relentizado con el riesgo de “estar volviendo a la década de 1930”. Es cierto, a la democracia representativa n le está yendo bien y el fascismo se reposiciona.

En la misma obra se refieren a los partidos que tienen éxito en las democracias son los que se mimetizan en movimientos sociales, exactamente como lo hizo Hitler. Entonces, las democracias están en un caos; ya que, dados los niveles de violencia, de corrupción y avance de la pobreza, los ciudadanos quieren que llegue un gobierno fuerte, tan fuerte que elimine de una vez por todas estos excesos que da la libertad. Hay frustración y la paciencia social se agota, sumando además que para la sociedad es “cada vez más difícil distinguir entre el miedo y la realidad” (Runciman), y se pierde la credibilidad en las alternativas que se ofrecen. Veremos qué pasa en Brasil y en México habrá que poner a remojar las barbas.


*Politóloga. Doctora en Gobierno, Gestión y Democracia. Miembro Fundadora de la AMECIP.

A propósito de la segunda vuelta electoral que se llevará a cabo en Brasil después del 46% de votos que obtuviera el candidato Jair Bolsonaro, hecho que prácticamente lo perfila para ganar la presidencia de su país el próximo 28 de octubre, se hicieron análisis y acciones que ponen a cualquiera a pensar en lo que sigue, porque solo le falta el 4% más 1 de votantes, en realidad muy poco.

Resulta que el político en cuestión es un personaje identificado con una corriente de la derecha más obtusa que podamos recordar, en palabras de Manuel Castells -sociólogo y economista por demás reconocido “fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo”, nada más.

¿Por qué el pueblo brasileño está optando por un régimen que no se acerca para nada a la democracia liberal? Entre otras cosas seguramente, lo que se refiere es que la izquierda encabezada por Lula Da Silva tiene un sello casi indeleble de corrupción, de crisis económica y de crisis de partidos; Dilma Russeff fue presa de estos embates después de haber sido sometida a un proceso de destitución en 2016 por el Senado brasileño, por lo que fue suspendida de sus funciones de gobierno, al final se le declaró culpable de maquillar cuentas fiscales y firmar decretos económicos sin la aprobación del Congreso, aunque al final fue absuelta.

La opinión pública no tiene lógica: Lula se candidateó y estaba en el puntero antes de que lo encarcelaran -aunque se declara limpio, finalmente no pudo registrarse para contender. Así pasa en las democracias, un día las preferencias dictan mayoría para un partido o candidato, y a unas cuantas horas puede cambiar todo el panorama. Exactamente como pasó en México con la elección de Peña Nieto, un día amado y después del 26 de septiembre de 2014, rechazado hasta la ignominia.

Pero lo crítico de este asunto es que parece que la población en un sistema democrático tiene el poder de elegir una propuesta que no lo es. En este caso, Bolsonaro ha mostrado total identificación con las propuestas migratorias de Trump y una abierta defensa a la dictadura militar. Las alternativas se cierran ante el votante medio que no guarda memoria histórica ¿quién va a pensar en el gobierno fascista de Hitler o Mussolini de los años 40`s? Han pasado 33 años de la dictadura militar de Goulart (1964 a 1967) y los gobiernos militares con el Plan Cóndor (recibiendo apoyo económico y logístico de Estados Unidos) con violación a los derechos humanos hasta los años 80´s.

Es por eso pertinente el libro de David Runciman “Cómo la democracia termina”, en el que señala que “la democracia muere en la oscuridad” como se constató con el triunfo de Donald Trump y con ello se dejaba claro que la transición de los regímenes autoritarios a los democráticos se había relentizado con el riesgo de “estar volviendo a la década de 1930”. Es cierto, a la democracia representativa n le está yendo bien y el fascismo se reposiciona.

En la misma obra se refieren a los partidos que tienen éxito en las democracias son los que se mimetizan en movimientos sociales, exactamente como lo hizo Hitler. Entonces, las democracias están en un caos; ya que, dados los niveles de violencia, de corrupción y avance de la pobreza, los ciudadanos quieren que llegue un gobierno fuerte, tan fuerte que elimine de una vez por todas estos excesos que da la libertad. Hay frustración y la paciencia social se agota, sumando además que para la sociedad es “cada vez más difícil distinguir entre el miedo y la realidad” (Runciman), y se pierde la credibilidad en las alternativas que se ofrecen. Veremos qué pasa en Brasil y en México habrá que poner a remojar las barbas.


*Politóloga. Doctora en Gobierno, Gestión y Democracia. Miembro Fundadora de la AMECIP.