/ domingo 5 de enero de 2020

Exclusión -VS- inclusión en el lenguaje

Me llevó mucho tiempo no juzgarme a través de los ojos de los demás

Sally Fiel

Cierto es que cuando no somos aceptado por alguna razón se produce una situación difícil y frustrante. En parte, por ello se ha desprendido el lenguaje inclusivo.

Con la posibilidad de equivocarme, me parece que todos alguna vez hemos atravesado el sinsabor de la exclusión.

Esto suele suceder más por la forma de pensar, las creencias, el pensamiento político, nivel cultural, preparación académica, la raza, el sexo, la edad, las características físicas.

La aceptación es una forma de inclusión y la exclusión una forma de marginación. La discriminación ha sido una actitud social negativa histórica. Tiene que ver con las limitaciones físicas o académicas, racionales y emocionales que incitan a la baja autoestima.

En la medida en que se incluya a todos en lo cotidiano, la autoestima se eleva y crea una especie de motor mental para lograr grandes resultados en materia del desarrollo personal. Una definición simple de autoestima indica que es un sentimiento valorativo de nuestro conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que forman la personalidad.

La buena autoestima genera una mejor salud, relaciones sociales firmes; invita a producir más y mejor. Cuando un país cuenta con personas con alta autoestima alcanza mayor crecimiento, desarrollo y progreso.

De ello dan fe los psicólogos, los sociólogos y los antropólogos quienes estudian las conductas, actitudes y comportamientos humanos con sus motivaciones, relaciones sociales y sus manifestaciones culturales.

Pero, en el caso de inclusión por el lenguaje me llama la atención el discurso inclusionista (que no incluyente) aunque así lo dejen ver quienes tiene una postura ideológica para validarse en el supuesto de generar una mejor estima individual y social.

La dialéctica, o sea, el dialogo y discutir para descubrir la verdad mediante la exposición y confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí, debiera servir para mejorar las sociedades, no para perjudicarlas.

Existe un discurso de demostración de poder por lo que se incita a las personas a defender su parte de la verdad (el género) como la verdad única bajo el escudo de la inclusión.

Así está el “lenguaje incluyente” -sólo para el idioma español- recurriendo a más palabras de las necesarias en la pretendida elevación de la estima, que es más una visión ideológica, que -en la práctica- afecta la evolución de las familias y el desarrollo de las sociedades al quedar en una discusión de validación de género.

Crear un conflicto social por “todas y todos” “las y los”, me indica que hay una bajo autoestima en quienes requieren que se les reconozca sus capacidades por el uso de las palabras y no por los resultados.

La exclusión por la raza, sexo, edad, capacidades, etc., no sólo es en España y en los países latinoamericanos; es una triste realidad de muchos países, pero no tienen nada que ver con el lenguaje.

Por ejemplo, en inglés para decir todos o todas es “all”; en alemán es “alle”; en italiano “tutto”; en japonés “subete no”; en chino “quánbù”. Y así sigue en todos los idiomas que revisé, por lo tanto, es una postura que se limita al español. Es entonces, la inclusión reducida al lenguaje una postura de interés para validarse.

Si no, que alguien me diga cuánto se ha evolucionado, cuánta motivación existe más, cuánta mayor paz, cuánta mayor autoestima, cuánto mayor progreso hay en el mundo a partir del “lenguaje incluyente”.

Sin embargo, sí se puede medir cuánto mayor descalabro, discusiones estériles, discursos más demagogos, etcétera hay en las sociedades a partir de tal. ¿Le suena?

Me llevó mucho tiempo no juzgarme a través de los ojos de los demás

Sally Fiel

Cierto es que cuando no somos aceptado por alguna razón se produce una situación difícil y frustrante. En parte, por ello se ha desprendido el lenguaje inclusivo.

Con la posibilidad de equivocarme, me parece que todos alguna vez hemos atravesado el sinsabor de la exclusión.

Esto suele suceder más por la forma de pensar, las creencias, el pensamiento político, nivel cultural, preparación académica, la raza, el sexo, la edad, las características físicas.

La aceptación es una forma de inclusión y la exclusión una forma de marginación. La discriminación ha sido una actitud social negativa histórica. Tiene que ver con las limitaciones físicas o académicas, racionales y emocionales que incitan a la baja autoestima.

En la medida en que se incluya a todos en lo cotidiano, la autoestima se eleva y crea una especie de motor mental para lograr grandes resultados en materia del desarrollo personal. Una definición simple de autoestima indica que es un sentimiento valorativo de nuestro conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que forman la personalidad.

La buena autoestima genera una mejor salud, relaciones sociales firmes; invita a producir más y mejor. Cuando un país cuenta con personas con alta autoestima alcanza mayor crecimiento, desarrollo y progreso.

De ello dan fe los psicólogos, los sociólogos y los antropólogos quienes estudian las conductas, actitudes y comportamientos humanos con sus motivaciones, relaciones sociales y sus manifestaciones culturales.

Pero, en el caso de inclusión por el lenguaje me llama la atención el discurso inclusionista (que no incluyente) aunque así lo dejen ver quienes tiene una postura ideológica para validarse en el supuesto de generar una mejor estima individual y social.

La dialéctica, o sea, el dialogo y discutir para descubrir la verdad mediante la exposición y confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí, debiera servir para mejorar las sociedades, no para perjudicarlas.

Existe un discurso de demostración de poder por lo que se incita a las personas a defender su parte de la verdad (el género) como la verdad única bajo el escudo de la inclusión.

Así está el “lenguaje incluyente” -sólo para el idioma español- recurriendo a más palabras de las necesarias en la pretendida elevación de la estima, que es más una visión ideológica, que -en la práctica- afecta la evolución de las familias y el desarrollo de las sociedades al quedar en una discusión de validación de género.

Crear un conflicto social por “todas y todos” “las y los”, me indica que hay una bajo autoestima en quienes requieren que se les reconozca sus capacidades por el uso de las palabras y no por los resultados.

La exclusión por la raza, sexo, edad, capacidades, etc., no sólo es en España y en los países latinoamericanos; es una triste realidad de muchos países, pero no tienen nada que ver con el lenguaje.

Por ejemplo, en inglés para decir todos o todas es “all”; en alemán es “alle”; en italiano “tutto”; en japonés “subete no”; en chino “quánbù”. Y así sigue en todos los idiomas que revisé, por lo tanto, es una postura que se limita al español. Es entonces, la inclusión reducida al lenguaje una postura de interés para validarse.

Si no, que alguien me diga cuánto se ha evolucionado, cuánta motivación existe más, cuánta mayor paz, cuánta mayor autoestima, cuánto mayor progreso hay en el mundo a partir del “lenguaje incluyente”.

Sin embargo, sí se puede medir cuánto mayor descalabro, discusiones estériles, discursos más demagogos, etcétera hay en las sociedades a partir de tal. ¿Le suena?