/ miércoles 20 de junio de 2018

¿Extinción o supervivencia? (Lo que le espera al PRI el 2 de julio)

Si la elección local de 2010 no provocó el entierro definitivo del PRI, con todo y que perdió la contienda por la gubernatura, más de la mitad de los ayuntamientos que gobernaba y la mayoría en el Congreso del Estado, es muy posible que los resultados del domingo primero de julio sí deriven en ello.

Esos tricolores que juegan a simular que compiten en los actuales comicios y tienen la expectativa de apropiarse de los despojos del partido una vez que pase la tormenta electoral, para así convertirse en negociadores y beneficiarios del nuevo grupo en el poder, ya sea encabezado por Martha Erika Alonso o Luis Miguel Barbosa, van a quedarse con las ganas.

El priismo del próximo sexenio no será el mismo que cohabitó con Rafael Moreno Valle y José Antonio Gali Fayad en los últimos ocho años.

Aun endulzados, infiltrados y cooptados por Moreno Valle, los tricolores sobrevivieron para encarar de manera más o menos competitiva los siguientes procesos electorales, tanto a nivel local como federal.

Tras la derrota de 2010 el PRI pudo sostenerse gracias a ese añejo sistema bipartidista que obligó al nuevo gobernador a tomarlo en cuenta para la consecución de sus fines.

Incluso debajo del PAN, que invirtió la correlación de fuerzas por los resultados electores de aquella contienda, el partido tricolor se mantuvo con vida.

Dos años después de esa tragedia política el triunfo de Enrique Peña Nieto en la contienda federal y el regreso del PRI a Los Pinos volvieron a inyectarle vitalidad al priismo del estado.

La amplia cartera de delegaciones federales, que servirían para dar chamba a las “vacas sagradas” que se habían quedado fuera del presupuesto, y el retorno del Comité Ejecutivo Nacional como centro de poder partidista, condujeron a un entusiasmo que, llevado al extremo, hizo creer a muchos ingenuos que el tricolor recuperaría todo lo perdido… incluida Casa Puebla.

Quizá podría haberlo hecho, en un hipotético escenario, si sus “liderazgos” no hubiesen claudicado a los intereses colectivos por priorizar los personales y si Peña Nieto no hubiese sido aliado y cómplice del morenovallismo.

Por conveniencia o por miedo, las traiciones al PRI fueron noticia cotidiana en los últimos ocho años.

La incursión de Andrés Manuel López Obrador y Morena en las elecciones que están a punto de terminar le quitará a los priistas la posibilidad de administrar las sobras para negociar con los vencedores.

Las mediciones de intención de voto advierten que PAN y Morena lanzarán al PRI a un lejano tercer lugar, más cerca del sótano, donde estará el resto de los partidos aliados del blanquiazul, que del nivel superior, donde solo cabrán dos institutos políticos.

El problema se vuelve mayúsculo para el PRI, si se mira la elección presidencial.

A menos que el día de las votaciones se practique una operación monumental, nunca antes vista en los tiempos modernos, José Antonio Meade va directo al precipicio, sin posibilidad alguna de ser blanco de un milagro que lo conduzca de última hora a Los Pinos.

Esa nueva derrota profundizará la crisis tricolor.

Sin gobierno de la república y sin gobierno del estado, con menos diputaciones locales y presidencias municipales que en la actualidad, sumido en el tercer lugar de las preferencias electorales y ahogado en las traiciones, el PRI ingresará en una irremediable agonía.

Con Moreno Valle muchos priistas cambiaron de barco.

Otros, aunque no lo hicieron, jugaron para la causa del exgobernador.

En meses recientes hubo una desbandada hacia las filas de Morena.

Frente a las malas expectativas en el PRI, los que pudieron, y pudieron muchos, se fueron al partido del “Peje”.

Así las cosas, hoy parece imposible evitar la extinción.


Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx


Si la elección local de 2010 no provocó el entierro definitivo del PRI, con todo y que perdió la contienda por la gubernatura, más de la mitad de los ayuntamientos que gobernaba y la mayoría en el Congreso del Estado, es muy posible que los resultados del domingo primero de julio sí deriven en ello.

Esos tricolores que juegan a simular que compiten en los actuales comicios y tienen la expectativa de apropiarse de los despojos del partido una vez que pase la tormenta electoral, para así convertirse en negociadores y beneficiarios del nuevo grupo en el poder, ya sea encabezado por Martha Erika Alonso o Luis Miguel Barbosa, van a quedarse con las ganas.

El priismo del próximo sexenio no será el mismo que cohabitó con Rafael Moreno Valle y José Antonio Gali Fayad en los últimos ocho años.

Aun endulzados, infiltrados y cooptados por Moreno Valle, los tricolores sobrevivieron para encarar de manera más o menos competitiva los siguientes procesos electorales, tanto a nivel local como federal.

Tras la derrota de 2010 el PRI pudo sostenerse gracias a ese añejo sistema bipartidista que obligó al nuevo gobernador a tomarlo en cuenta para la consecución de sus fines.

Incluso debajo del PAN, que invirtió la correlación de fuerzas por los resultados electores de aquella contienda, el partido tricolor se mantuvo con vida.

Dos años después de esa tragedia política el triunfo de Enrique Peña Nieto en la contienda federal y el regreso del PRI a Los Pinos volvieron a inyectarle vitalidad al priismo del estado.

La amplia cartera de delegaciones federales, que servirían para dar chamba a las “vacas sagradas” que se habían quedado fuera del presupuesto, y el retorno del Comité Ejecutivo Nacional como centro de poder partidista, condujeron a un entusiasmo que, llevado al extremo, hizo creer a muchos ingenuos que el tricolor recuperaría todo lo perdido… incluida Casa Puebla.

Quizá podría haberlo hecho, en un hipotético escenario, si sus “liderazgos” no hubiesen claudicado a los intereses colectivos por priorizar los personales y si Peña Nieto no hubiese sido aliado y cómplice del morenovallismo.

Por conveniencia o por miedo, las traiciones al PRI fueron noticia cotidiana en los últimos ocho años.

La incursión de Andrés Manuel López Obrador y Morena en las elecciones que están a punto de terminar le quitará a los priistas la posibilidad de administrar las sobras para negociar con los vencedores.

Las mediciones de intención de voto advierten que PAN y Morena lanzarán al PRI a un lejano tercer lugar, más cerca del sótano, donde estará el resto de los partidos aliados del blanquiazul, que del nivel superior, donde solo cabrán dos institutos políticos.

El problema se vuelve mayúsculo para el PRI, si se mira la elección presidencial.

A menos que el día de las votaciones se practique una operación monumental, nunca antes vista en los tiempos modernos, José Antonio Meade va directo al precipicio, sin posibilidad alguna de ser blanco de un milagro que lo conduzca de última hora a Los Pinos.

Esa nueva derrota profundizará la crisis tricolor.

Sin gobierno de la república y sin gobierno del estado, con menos diputaciones locales y presidencias municipales que en la actualidad, sumido en el tercer lugar de las preferencias electorales y ahogado en las traiciones, el PRI ingresará en una irremediable agonía.

Con Moreno Valle muchos priistas cambiaron de barco.

Otros, aunque no lo hicieron, jugaron para la causa del exgobernador.

En meses recientes hubo una desbandada hacia las filas de Morena.

Frente a las malas expectativas en el PRI, los que pudieron, y pudieron muchos, se fueron al partido del “Peje”.

Así las cosas, hoy parece imposible evitar la extinción.


Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx