/ martes 27 de agosto de 2019

Feliz, feliz, feliz…

Quizá sin proponérselo, o tal vez intencionalmente, el presidente Andrés Manuel López Obrador suscitó un nuevo debate público, cuando en su conferencia de prensa mañanera aseveró la semana pasada que “el pueblo mexicano está feliz, feliz, feliz”.

Por lo pronto, un ciudadano ya le exigió, a través del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), que presentara el estudio con el que sustentó su afirmación.

El propio López Obrador ha dicho que ratifica su dicho y cumplirá con esa demanda de información, incluso ya adelantó que su fuente es un estudio reciente (enero de 2019) realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

En dicho estudio, ciertamente, al medir la satisfacción de la población a través de un instrumento denominado Indicador de Bienestar Autoreportado de la Población Urbana, el indicador se ubicó en 8.4, una cifra por encima de lo registrado en enero del año previo (8.2), y también "el más alto de toda la serie de observaciones con las que se cuentan".

Así que AMLO no tendrá problema alguno para acreditar científicamente que la población mexicana está feliz, feliz, feliz, incluso podría recurrir a otros estudios de talla internacional que arrojan resultados similares, como la Encuesta Mundial de Valores, en la que desde siempre nuestro país ocupa los primeros lugares.

Igual podría apelar al afamado sondeo Reporte de la Felicidad 2018, que elabora la Red para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, en el que los mexicanos se ubican en la posición 24 de 156 en un ranking que evalúa el nivel de felicidad de los países en función de su PIB per cápita, apoyo social, expectativa de vida, libertad de elección de los ciudadanos, generosidad y, aunque parezca contradictorio, la percepción de corrupción.

En ese listado que Finlandia lidera, México es el segundo país más feliz de América Latina, después de Costa Rica, que ocupa el sitio 13, mientras que la última posición de la región es para Venezuela (102), siendo el país africano Burundi el último lugar del planeta.

Ante tales evidencias resulta sumamente complejo interpretar cómo es que los mexicanos declaran alto grado de felicidad, aun cuando son evidentes los bajos niveles persistentes respecto a los principales satisfactores.

Es incuestionable que una medición objetiva requiere de indicadores consistentes, eso lo saben los expertos como el actual Secretario de Gobernación en Puebla, Fernando Manzanilla Prieto, cuyas aportaciones al tema a través de la organización civil Imagina México son fundamentales.

El propio Manzanilla sostiene que en el estudio de la felicidad se han definido 8 aspectos o dominios de vida en los que el ser humano se desenvuelve y mediante los cuales es posible medir la percepción de felicidad de cada individuo.

Mediante preguntas orientadas a cuantificar qué tan satisfechos están con ese aspecto es posible interpretar un balance como positivo o negativo. Dichos dominios son: la familia, la economía, la ocupación, el entorno, la amistad, el tiempo libre, la salud y la espiritualidad.

Manzanilla sugiere que para ser feliz en la vida “debes estar dispuesto a aceptarte, probar cosas nuevas. Viaja, ríe, conoce, aprende, estrecha lazos con la familia, los amigos y ante tu pareja. No pongas excusas, no postergues tu felicidad”.

Entre otros mecanismos de medición de felicidad, muchos coinciden que el más completo es el que se aplica de manera sistemática desde 1972 en el reino de Bután, donde se inventó el Índice Nacional de Felicidad.

Su métrica incluye nueve componentes, a saber: Salud, Educación, Diversidad ambiental, Nivel de vida, Gobernanza, Bienestar sicológico, Uso del tiempo, Vitalidad, y Cultura.

Lo que queda claro es la relevancia que tiene la felicidad en la convivencia humana, en función de los propósitos y las maneras cómo se valora. Algunos países, como Francia, observan estas premisas en sus políticas públicas.

En Finlandia, por ejemplo, que presume tener a los habitantes más felices del mundo, los ciudadanos han dicho reiteradamente estar muy complacidos con la seguridad, la calidad educativa, el acceso gratuito a la salud, la economía familiar, el acceso a la naturaleza y el cuidado infantil.

Cabría finalmente preguntarse si en nuestro caso, ¿seríamos igual de felices los mexicanos si nos midiéramos con esos mismos raseros?


Quizá sin proponérselo, o tal vez intencionalmente, el presidente Andrés Manuel López Obrador suscitó un nuevo debate público, cuando en su conferencia de prensa mañanera aseveró la semana pasada que “el pueblo mexicano está feliz, feliz, feliz”.

Por lo pronto, un ciudadano ya le exigió, a través del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), que presentara el estudio con el que sustentó su afirmación.

El propio López Obrador ha dicho que ratifica su dicho y cumplirá con esa demanda de información, incluso ya adelantó que su fuente es un estudio reciente (enero de 2019) realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

En dicho estudio, ciertamente, al medir la satisfacción de la población a través de un instrumento denominado Indicador de Bienestar Autoreportado de la Población Urbana, el indicador se ubicó en 8.4, una cifra por encima de lo registrado en enero del año previo (8.2), y también "el más alto de toda la serie de observaciones con las que se cuentan".

Así que AMLO no tendrá problema alguno para acreditar científicamente que la población mexicana está feliz, feliz, feliz, incluso podría recurrir a otros estudios de talla internacional que arrojan resultados similares, como la Encuesta Mundial de Valores, en la que desde siempre nuestro país ocupa los primeros lugares.

Igual podría apelar al afamado sondeo Reporte de la Felicidad 2018, que elabora la Red para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, en el que los mexicanos se ubican en la posición 24 de 156 en un ranking que evalúa el nivel de felicidad de los países en función de su PIB per cápita, apoyo social, expectativa de vida, libertad de elección de los ciudadanos, generosidad y, aunque parezca contradictorio, la percepción de corrupción.

En ese listado que Finlandia lidera, México es el segundo país más feliz de América Latina, después de Costa Rica, que ocupa el sitio 13, mientras que la última posición de la región es para Venezuela (102), siendo el país africano Burundi el último lugar del planeta.

Ante tales evidencias resulta sumamente complejo interpretar cómo es que los mexicanos declaran alto grado de felicidad, aun cuando son evidentes los bajos niveles persistentes respecto a los principales satisfactores.

Es incuestionable que una medición objetiva requiere de indicadores consistentes, eso lo saben los expertos como el actual Secretario de Gobernación en Puebla, Fernando Manzanilla Prieto, cuyas aportaciones al tema a través de la organización civil Imagina México son fundamentales.

El propio Manzanilla sostiene que en el estudio de la felicidad se han definido 8 aspectos o dominios de vida en los que el ser humano se desenvuelve y mediante los cuales es posible medir la percepción de felicidad de cada individuo.

Mediante preguntas orientadas a cuantificar qué tan satisfechos están con ese aspecto es posible interpretar un balance como positivo o negativo. Dichos dominios son: la familia, la economía, la ocupación, el entorno, la amistad, el tiempo libre, la salud y la espiritualidad.

Manzanilla sugiere que para ser feliz en la vida “debes estar dispuesto a aceptarte, probar cosas nuevas. Viaja, ríe, conoce, aprende, estrecha lazos con la familia, los amigos y ante tu pareja. No pongas excusas, no postergues tu felicidad”.

Entre otros mecanismos de medición de felicidad, muchos coinciden que el más completo es el que se aplica de manera sistemática desde 1972 en el reino de Bután, donde se inventó el Índice Nacional de Felicidad.

Su métrica incluye nueve componentes, a saber: Salud, Educación, Diversidad ambiental, Nivel de vida, Gobernanza, Bienestar sicológico, Uso del tiempo, Vitalidad, y Cultura.

Lo que queda claro es la relevancia que tiene la felicidad en la convivencia humana, en función de los propósitos y las maneras cómo se valora. Algunos países, como Francia, observan estas premisas en sus políticas públicas.

En Finlandia, por ejemplo, que presume tener a los habitantes más felices del mundo, los ciudadanos han dicho reiteradamente estar muy complacidos con la seguridad, la calidad educativa, el acceso gratuito a la salud, la economía familiar, el acceso a la naturaleza y el cuidado infantil.

Cabría finalmente preguntarse si en nuestro caso, ¿seríamos igual de felices los mexicanos si nos midiéramos con esos mismos raseros?