/ martes 26 de febrero de 2019

Guardia, aún no

La inminente aprobación definitiva de la reforma constitucional para crear la Guardia Nacional ha resultado como un bálsamo gratificante para la vida nacional, sobre todo porque le antecede una larga jornada, agudizada desde al menos un año atrás, de enconos y marcadas diferencias que nos habían conducido a una indeseable y riesgosa polarización social.

Pero además, el consenso legislativo y el asentamiento unánime de unos y otros se magnifica por tratarse del propósito y reclamo compartido, de hacer que retorne al país el añorado clima de paz y tranquilidad.

Si bien sobran razones para el beneplácito, no es tiempo aún de echar las campanas al vuelo. Sin pesimismos, hay que decir que lo difícil está por llegar porque no será sencillo el proceso de instrumentación, como tampoco el deseable acoplamiento de lo que será el nuevo cuerpo policiaco nacional con prevalencia militar, pero con mando civil bajo la adscripción de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

Se trata de una renovada visión de combatir el delito, sobre todo el de gran escala, pero sin generar como hasta ahora un estado de guerra, y de manera paralela impulsar políticas sociales para ir a la raíz del problema. Eso implica cambiar las formas y eso, además de complejo, lleva tiempo.

Otro reto fundamental a vencer será que en el ejercicio de sus funciones de seguridad pública, la Guardia Nacional logre una auténtica y eficaz coordinación con autoridades estatales y municipales, hasta ahora mayoritariamente displicentes en el mejor de los casos, y en otras incluso coludidas con el crimen organizado.

Pero además, la conformación y maduración de la Guardia con las fuerzas armadas como columna vertebral irá contra reloj, ya que su participación fue limitada a una temporalidad de cinco años, al final de la actual administración.

La reforma permitirá que las Fuerzas Armadas tengan una participación activa con un marco legal apropiado, bajo mando civil y con normas que garanticen el absoluto respeto a los derechos humanos.

La Guardia Nacional iniciará sus operaciones con 35 mil elementos de las policías naval, militar y federal, con la intención de que con nuevos elementos, alcance 50 mil efectivos durante los primeros tres años y por lo menos 100 mil al final de este sexenio.

Entre sus tareas destaca la salvaguarda de la vida, libertad, integridad y el patrimonio de las personas, así como la preservación de la paz pública, el orden, los bienes y los recursos de la nación.

La nueva institución estará sujeta a una disciplina homologada a la militar, por lo que tendrá un régimen paralelo al de las fuerzas armadas en materia de orden, estructura jerárquica, servicios, ascensos, prestaciones e ingreso, que estará a cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Lo cierto es que la sola aprobación de una Guardia Nacional constituye un hecho transcendente de nivel histórico, ya que alcanzar los consensos necesarios resultó una tarea verdaderamente complicada.

Cómo será el efecto de euforia, que hasta la oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, saludó los cambios positivos del acuerdo alcanzado en un tema tan sensible y relevante. "La voluntad de diálogo y la disposición de construir colectivamente y en pluralidad son métodos propios de toda sociedad madura, que aspira a procesar sus diferencias de forma reflexiva por la vía democrática", dijo el representante del organismo en México, Jan Jarab.

Se dice ahora, quizá con razón, que ganaron todos: el Presidente López Obrador al ver consumada su iniciativa, aún con los matices obligados; la mayoría de Morena en el Congreso que supo ceder en las turbulentas negociaciones legislativas; los partidos de oposición que se mantuvieron firmes en sus razonados cuestionamientos; las organizaciones civiles, ahora tan desdeñadas, que atinadamente también maniobraron, y finalmente la sociedad civil, que ve con rasgos de esperanza la posibilidad de que pronto se pueda vivir con tranquilidad.

Pues sí, al menos por ahora ganamos todos. Falta esperar que el proyecto sea viable y que los objetivos planteados se cumplan a cabalidad.

Y es que la paz social es, por mucho, nuestra mayor ambición.

La inminente aprobación definitiva de la reforma constitucional para crear la Guardia Nacional ha resultado como un bálsamo gratificante para la vida nacional, sobre todo porque le antecede una larga jornada, agudizada desde al menos un año atrás, de enconos y marcadas diferencias que nos habían conducido a una indeseable y riesgosa polarización social.

Pero además, el consenso legislativo y el asentamiento unánime de unos y otros se magnifica por tratarse del propósito y reclamo compartido, de hacer que retorne al país el añorado clima de paz y tranquilidad.

Si bien sobran razones para el beneplácito, no es tiempo aún de echar las campanas al vuelo. Sin pesimismos, hay que decir que lo difícil está por llegar porque no será sencillo el proceso de instrumentación, como tampoco el deseable acoplamiento de lo que será el nuevo cuerpo policiaco nacional con prevalencia militar, pero con mando civil bajo la adscripción de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

Se trata de una renovada visión de combatir el delito, sobre todo el de gran escala, pero sin generar como hasta ahora un estado de guerra, y de manera paralela impulsar políticas sociales para ir a la raíz del problema. Eso implica cambiar las formas y eso, además de complejo, lleva tiempo.

Otro reto fundamental a vencer será que en el ejercicio de sus funciones de seguridad pública, la Guardia Nacional logre una auténtica y eficaz coordinación con autoridades estatales y municipales, hasta ahora mayoritariamente displicentes en el mejor de los casos, y en otras incluso coludidas con el crimen organizado.

Pero además, la conformación y maduración de la Guardia con las fuerzas armadas como columna vertebral irá contra reloj, ya que su participación fue limitada a una temporalidad de cinco años, al final de la actual administración.

La reforma permitirá que las Fuerzas Armadas tengan una participación activa con un marco legal apropiado, bajo mando civil y con normas que garanticen el absoluto respeto a los derechos humanos.

La Guardia Nacional iniciará sus operaciones con 35 mil elementos de las policías naval, militar y federal, con la intención de que con nuevos elementos, alcance 50 mil efectivos durante los primeros tres años y por lo menos 100 mil al final de este sexenio.

Entre sus tareas destaca la salvaguarda de la vida, libertad, integridad y el patrimonio de las personas, así como la preservación de la paz pública, el orden, los bienes y los recursos de la nación.

La nueva institución estará sujeta a una disciplina homologada a la militar, por lo que tendrá un régimen paralelo al de las fuerzas armadas en materia de orden, estructura jerárquica, servicios, ascensos, prestaciones e ingreso, que estará a cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Lo cierto es que la sola aprobación de una Guardia Nacional constituye un hecho transcendente de nivel histórico, ya que alcanzar los consensos necesarios resultó una tarea verdaderamente complicada.

Cómo será el efecto de euforia, que hasta la oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, saludó los cambios positivos del acuerdo alcanzado en un tema tan sensible y relevante. "La voluntad de diálogo y la disposición de construir colectivamente y en pluralidad son métodos propios de toda sociedad madura, que aspira a procesar sus diferencias de forma reflexiva por la vía democrática", dijo el representante del organismo en México, Jan Jarab.

Se dice ahora, quizá con razón, que ganaron todos: el Presidente López Obrador al ver consumada su iniciativa, aún con los matices obligados; la mayoría de Morena en el Congreso que supo ceder en las turbulentas negociaciones legislativas; los partidos de oposición que se mantuvieron firmes en sus razonados cuestionamientos; las organizaciones civiles, ahora tan desdeñadas, que atinadamente también maniobraron, y finalmente la sociedad civil, que ve con rasgos de esperanza la posibilidad de que pronto se pueda vivir con tranquilidad.

Pues sí, al menos por ahora ganamos todos. Falta esperar que el proyecto sea viable y que los objetivos planteados se cumplan a cabalidad.

Y es que la paz social es, por mucho, nuestra mayor ambición.