/ jueves 2 de mayo de 2019

Hacia la educación artística

Tradicionalmente se ha entendido la educación artística como una refinación del gusto, como si al niño, en cualquier etapa de su desarrollo, se le pudiera obligar a la transformación de una idea o a la modificación de valores con la facilidad de quien lija un trozo de madera blanda. Históricamente se ha entendido la apreciación estética como producto de un bagaje cultural, determinado a su vez por una concepción de lo bello enmarcado en un valor de una minoría dominante.

Es reciente cuando en el terreno educativo se empieza a despertar la idea del respeto al desarrollo individual, tanto en la concepción como en la apreciación de una manifestación como parte de una expresión libre, y no como la repetición inútil de cánones estereotipados.

¿Qué hacer para conseguir un producto de la expresión libre? En primera instancia, olvidar que ese producto debe responder a la concepción estética de la minoría burguesa de todos los tiempos, y luego, olvidar también la genialidad infantil, partiendo de la base que los niños pintores, literatos o músicos pueden existir como resultado de una espontaneidad innata.

Busquemos en la educación artística la manera de motivar la expresión del niño en todos los lenguajes posibles (oral, gráfico y corporal) para encontrar su creatividad para que más tarde, con la asimilación de técnicas, conocimientos y manejo de materiales, podamos esperar una expresión de arte, cabal y redonda.

La Educación Artística debe dar atención al desarrollo de esa expresión, como proceso de comunicación de la autenticidad que se libere de las estructuras condicionantes antes mencionadas, y que refleje fielmente la experiencia de las motivaciones afectivo-emocionales.

Es decir, una educación que ofrezca múltiples posibilidades a la percepción, sobre todo infantil, para desarrollar su capacidad de expresión, respondiendo conforme a su naturaleza misma. Ya no es un enigma la importancia de la educación afectiva en el niño.

Hoy día hay un reconocimiento del error que representa el dirigir la educación escolarizada de algunos países en beneficio sólo de la educación intelectual. Es aceptado ya que esas primeras emociones y sentimientos en las etapas iniciales del desarrollo determinan la conducta interior.

Cierto es que el medio ambiente tiene un peso determinante, pero es en los primeros años en los que se prepara esa capacidad para enfrentar, esquivar y modificar ese ambiente. De hecho es en los primeros 5 años en los que se cimenta esa evolución de la sensibilidad; ésta, que es rigurosamente perceptiva en un principio, debe hacerse cada vez más rica y amplia y guardando paralelismo con el desarrollo intelectual, que va de lo subjetivo a lo objetivo.

Al final de la pubertad estos aspectos de la evolución alcanzan su maduración, pero no termina el proceso de percepción e interiorización para la expresión. Por tanto, la Educación debe considerar una pedagogía de la sensibilidad, con graduaciones progresivas en las diversas etapas del desarrollo.

Del desarrollo de la sensibilidad depende el desarrollo de la personalidad en todos sus rasgos conformantes, psicológico, físico, cognitivo y social; por eso es indispensable que tanto educadores en la escuela como padres de familia en casa sepan distinguir que, en cuanto aparecen barreras que bloqueen la expresión de los primeros sentimientos del niño, éstas van a marcar la diferencia o deformación de su expresión en su vida futura, y, por tanto, se corre el riesgo que por esa deficiencia en el desarrollo de la sensibilidad tenga cuando hombres, una disminuida autenticidad en su existencia.

En la escuela el maestro tiene que distinguir las diversas cualidades que tienen los niños para poderlos orientar sobre qué aspectos de la educación artística se puede guiar hacia un mejor desarrollo y aprovechar todo el potencial que se está formando en su personalidad.

Muchos niños y jóvenes no aprecian con facilidad sus cualidades artísticas, solo dibujan porque le gusta, tocan un instrumento porque les pareció fascinantes sus sonidos o bailan porque el ritmo y la música son algo interesante.

Son los maestros quienes valoran las diversas etapas artística que tienen los alumnos en su vida escolar y quienes los deben de dirigir hacia buscar un desarrollo más equilibrado a su edad y sus creación o participaciones en las artes.


Doctor en Educación.

Tradicionalmente se ha entendido la educación artística como una refinación del gusto, como si al niño, en cualquier etapa de su desarrollo, se le pudiera obligar a la transformación de una idea o a la modificación de valores con la facilidad de quien lija un trozo de madera blanda. Históricamente se ha entendido la apreciación estética como producto de un bagaje cultural, determinado a su vez por una concepción de lo bello enmarcado en un valor de una minoría dominante.

Es reciente cuando en el terreno educativo se empieza a despertar la idea del respeto al desarrollo individual, tanto en la concepción como en la apreciación de una manifestación como parte de una expresión libre, y no como la repetición inútil de cánones estereotipados.

¿Qué hacer para conseguir un producto de la expresión libre? En primera instancia, olvidar que ese producto debe responder a la concepción estética de la minoría burguesa de todos los tiempos, y luego, olvidar también la genialidad infantil, partiendo de la base que los niños pintores, literatos o músicos pueden existir como resultado de una espontaneidad innata.

Busquemos en la educación artística la manera de motivar la expresión del niño en todos los lenguajes posibles (oral, gráfico y corporal) para encontrar su creatividad para que más tarde, con la asimilación de técnicas, conocimientos y manejo de materiales, podamos esperar una expresión de arte, cabal y redonda.

La Educación Artística debe dar atención al desarrollo de esa expresión, como proceso de comunicación de la autenticidad que se libere de las estructuras condicionantes antes mencionadas, y que refleje fielmente la experiencia de las motivaciones afectivo-emocionales.

Es decir, una educación que ofrezca múltiples posibilidades a la percepción, sobre todo infantil, para desarrollar su capacidad de expresión, respondiendo conforme a su naturaleza misma. Ya no es un enigma la importancia de la educación afectiva en el niño.

Hoy día hay un reconocimiento del error que representa el dirigir la educación escolarizada de algunos países en beneficio sólo de la educación intelectual. Es aceptado ya que esas primeras emociones y sentimientos en las etapas iniciales del desarrollo determinan la conducta interior.

Cierto es que el medio ambiente tiene un peso determinante, pero es en los primeros años en los que se prepara esa capacidad para enfrentar, esquivar y modificar ese ambiente. De hecho es en los primeros 5 años en los que se cimenta esa evolución de la sensibilidad; ésta, que es rigurosamente perceptiva en un principio, debe hacerse cada vez más rica y amplia y guardando paralelismo con el desarrollo intelectual, que va de lo subjetivo a lo objetivo.

Al final de la pubertad estos aspectos de la evolución alcanzan su maduración, pero no termina el proceso de percepción e interiorización para la expresión. Por tanto, la Educación debe considerar una pedagogía de la sensibilidad, con graduaciones progresivas en las diversas etapas del desarrollo.

Del desarrollo de la sensibilidad depende el desarrollo de la personalidad en todos sus rasgos conformantes, psicológico, físico, cognitivo y social; por eso es indispensable que tanto educadores en la escuela como padres de familia en casa sepan distinguir que, en cuanto aparecen barreras que bloqueen la expresión de los primeros sentimientos del niño, éstas van a marcar la diferencia o deformación de su expresión en su vida futura, y, por tanto, se corre el riesgo que por esa deficiencia en el desarrollo de la sensibilidad tenga cuando hombres, una disminuida autenticidad en su existencia.

En la escuela el maestro tiene que distinguir las diversas cualidades que tienen los niños para poderlos orientar sobre qué aspectos de la educación artística se puede guiar hacia un mejor desarrollo y aprovechar todo el potencial que se está formando en su personalidad.

Muchos niños y jóvenes no aprecian con facilidad sus cualidades artísticas, solo dibujan porque le gusta, tocan un instrumento porque les pareció fascinantes sus sonidos o bailan porque el ritmo y la música son algo interesante.

Son los maestros quienes valoran las diversas etapas artística que tienen los alumnos en su vida escolar y quienes los deben de dirigir hacia buscar un desarrollo más equilibrado a su edad y sus creación o participaciones en las artes.


Doctor en Educación.