/ martes 3 de marzo de 2020

Jóvenes: derechos y libertades

Vivimos en tiempos cruciales, rompiendo paradigmas y esquemas. Así se recibe la marcha que los jóvenes decidieron que se hiciera el pasado jueves 27 de febrero, con las consignas que se dejaron escuchar:

¡¡¡Por qué, por qué, por qué nos asesinan, si somos el futuro de América Latina¡¡¡¡

¡¡¡No somos uno, no somos cien, pin#%¨*!#& gobierno ¡¡¡cuéntanos bien¡¡¡

¡¡¡¿En dónde está, en dónde está, este gobierno que nos iba a cuidar?¡¡¡

¿Qué queremos? Justicia¡¡¡¡¡¡ Qué queremos? seguridad¡¡¡

Demandas que traspasan los oídos de quienes ya no somos tan jóvenes, aunque no los hayamos escuchado en vivo, quedan a través de los videos que mi hijo me hizo llegar por redes. Hay tiempos que han pasado, pero los hijos repiten y es como si volviéramos a vivir. ¿Qué podemos decir? Muy poco.

Es un sufrimiento real, si una familia tiene hijos adolescentes, pensar en el regreso que emprenden a sus casas; corrijo, desde que salen hasta que vuelven. Esta es la angustia que viven los padres con hijos adolescentes, en prepa o universidad y que se trasladan solos. Ahora me refiero al quiebre que marcó el antes y después de la marcha de jóvenes contra la inseguridad que cobró la vida de 3 estudiantes y un conductor de uber el domingo 23 de febrero. Las marchas que Puebla registra como movimientos sociales datan de la década de los 80 cuando en Puebla el PAN organizaba marchas denunciando el “robo de elecciones” y las malas prácticas en general y con una ley electoral nada clara y dependiente del ejecutivo; después vino la de febrero del 2006 contra el entonces gobernador Marín, y en 2011 las encabezadas por Javier Sicilia contra la inseguridad, en septiembre 2014 contra el gobierno de Peña Nieto por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, y desde 2018 los movimientos feministas que replican marchas en contra de la cultura patriarcal y la desigualdad de garantías de seguridad y laborarles para las mujeres.

Las motivaciones evolucionaron, todas son justas y se entienden como parte de un sistema político en donde la manera de presionar para lograr algo (in put), tiene mecanismos como los paros o marchas (out put); además, los liderazgos han dejado de ser partidistas, ahora los movimientos sociales son más ciudadanos, que presionan a los gobiernos porque la inseguridad no cesa, por el contrario, sigue creciendo en espiral, como lo plantea la psicóloga norteamericana Lenore E. Walker cuando se refiere al círculo de violencia contra la mujer sobre todo en una relación de pareja. Es comprensible el enojo de los jóvenes que no pueden ir a una fiesta sin zozobra, o salir a cualquier hora de sus casas o de sus centros de estudio sin tensión e incertidumbre, aunque no lleven nada de valor por lo que pudieran ser presa de un robo. Es ya el temor por la vida misma. Sin embargo, trasladar ese enojo a las universidades para cerrarlas como ocurre en la Buap, no se justifica, y menos desvirtuar la motivación original ¿no era por la inseguridad en las calles? Porque pende una manta en un edificio de Derecho señalando de acoso a profesores, con nombres y apellidos ¿por qué desvirtuar la motivación original?

El mecanismo para castigar un delito como el acoso no es pedir auditoría a través de una manta, y en otra: “Contra la violencia machista, autodefensa feminista”. Considero que no abona en nada desenfocar la motivación de la marcha justa que demanda seguridad para los jóvenes, y menos cerrar la universidad (acto violento), primero porque difamar es “comunicar dolosamente a una o más personas, la imputación que se hace a otra persona física o moral, de un hecho cierto o falso, determinado o indeterminado, que pueda causarle deshonra o afecte su reputación” y más grave si es con calumnias “acusar a otro de haber cometido un delito a sabiendas de que tal acusación es falsa”. Si hubiera casos, que se denuncien por los conductos establecidos, pero caer en un juego así es vil, nada digno de un estudiante universitario. Está bien defender los derechos fundamentales pero no a costa de los de otros y menos con mecanismos tan despreciables, he ahí la confusión entre derechos y libertades.

Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com

Vivimos en tiempos cruciales, rompiendo paradigmas y esquemas. Así se recibe la marcha que los jóvenes decidieron que se hiciera el pasado jueves 27 de febrero, con las consignas que se dejaron escuchar:

¡¡¡Por qué, por qué, por qué nos asesinan, si somos el futuro de América Latina¡¡¡¡

¡¡¡No somos uno, no somos cien, pin#%¨*!#& gobierno ¡¡¡cuéntanos bien¡¡¡

¡¡¡¿En dónde está, en dónde está, este gobierno que nos iba a cuidar?¡¡¡

¿Qué queremos? Justicia¡¡¡¡¡¡ Qué queremos? seguridad¡¡¡

Demandas que traspasan los oídos de quienes ya no somos tan jóvenes, aunque no los hayamos escuchado en vivo, quedan a través de los videos que mi hijo me hizo llegar por redes. Hay tiempos que han pasado, pero los hijos repiten y es como si volviéramos a vivir. ¿Qué podemos decir? Muy poco.

Es un sufrimiento real, si una familia tiene hijos adolescentes, pensar en el regreso que emprenden a sus casas; corrijo, desde que salen hasta que vuelven. Esta es la angustia que viven los padres con hijos adolescentes, en prepa o universidad y que se trasladan solos. Ahora me refiero al quiebre que marcó el antes y después de la marcha de jóvenes contra la inseguridad que cobró la vida de 3 estudiantes y un conductor de uber el domingo 23 de febrero. Las marchas que Puebla registra como movimientos sociales datan de la década de los 80 cuando en Puebla el PAN organizaba marchas denunciando el “robo de elecciones” y las malas prácticas en general y con una ley electoral nada clara y dependiente del ejecutivo; después vino la de febrero del 2006 contra el entonces gobernador Marín, y en 2011 las encabezadas por Javier Sicilia contra la inseguridad, en septiembre 2014 contra el gobierno de Peña Nieto por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, y desde 2018 los movimientos feministas que replican marchas en contra de la cultura patriarcal y la desigualdad de garantías de seguridad y laborarles para las mujeres.

Las motivaciones evolucionaron, todas son justas y se entienden como parte de un sistema político en donde la manera de presionar para lograr algo (in put), tiene mecanismos como los paros o marchas (out put); además, los liderazgos han dejado de ser partidistas, ahora los movimientos sociales son más ciudadanos, que presionan a los gobiernos porque la inseguridad no cesa, por el contrario, sigue creciendo en espiral, como lo plantea la psicóloga norteamericana Lenore E. Walker cuando se refiere al círculo de violencia contra la mujer sobre todo en una relación de pareja. Es comprensible el enojo de los jóvenes que no pueden ir a una fiesta sin zozobra, o salir a cualquier hora de sus casas o de sus centros de estudio sin tensión e incertidumbre, aunque no lleven nada de valor por lo que pudieran ser presa de un robo. Es ya el temor por la vida misma. Sin embargo, trasladar ese enojo a las universidades para cerrarlas como ocurre en la Buap, no se justifica, y menos desvirtuar la motivación original ¿no era por la inseguridad en las calles? Porque pende una manta en un edificio de Derecho señalando de acoso a profesores, con nombres y apellidos ¿por qué desvirtuar la motivación original?

El mecanismo para castigar un delito como el acoso no es pedir auditoría a través de una manta, y en otra: “Contra la violencia machista, autodefensa feminista”. Considero que no abona en nada desenfocar la motivación de la marcha justa que demanda seguridad para los jóvenes, y menos cerrar la universidad (acto violento), primero porque difamar es “comunicar dolosamente a una o más personas, la imputación que se hace a otra persona física o moral, de un hecho cierto o falso, determinado o indeterminado, que pueda causarle deshonra o afecte su reputación” y más grave si es con calumnias “acusar a otro de haber cometido un delito a sabiendas de que tal acusación es falsa”. Si hubiera casos, que se denuncien por los conductos establecidos, pero caer en un juego así es vil, nada digno de un estudiante universitario. Está bien defender los derechos fundamentales pero no a costa de los de otros y menos con mecanismos tan despreciables, he ahí la confusión entre derechos y libertades.

Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com