/ domingo 9 de febrero de 2020

La ciencia del alma

La “narratología”es una gramática de la literatura que nace de la semiótica, es el análisis estructural del relato, el estudio de los elementos del texto narrativo, de sus relaciones que engendran significados. La “n” propone que existen estructuras universales que subyacen en los textos narrativos específicos. Por ejemplo diremos que Vladímir Propp en su “Morfología del cuento” propone siete “esferas de acción” y treinta y un elementos o “funciones”. Señoras y señores, esto es lo que George Steiner (e.p.d.) llamaba con ácido sarcasmo el “lado científico de la literatura” y del cual evidentemente no hablaremos ya que como saben abjuramos de la ciencia en las humanidades por ser vacua charla de pedantes.

No olvidamos que B. Russell (murió el Día de la Candelaria de 1970) propuso en su “Sobre la denotación” que debajo (es decir en los cimientos, en la obra negra) de la estructura del lenguaje común y ordinario existe una estructura profunda susceptible de codificación por medio del simbolismo de la lógica matemática; no lo olvidamos, decía, pero BR de ninguna manera podría ser considerado un “científico de la literatura”; si acaso, y retorciendo el sentido común, sería un irónico y desencantado “científico de la fe”. O del alma, ya que en su “Porqué no soy cristiano”, BR establece la como núcleo binario del Cristianismo la esfera conceptual fe/alma inmortal.

Desde esta perspectiva, consignemos aquí que William James en sus “Principios de psicología”, publicado en 1890, define a la psicología como la ciencia de la vida mental, tanto de sus fenómenos como de sus condiciones y explica que los fenómenos son cosas que llamamos sentimientos, deseos, cogniciones, razonamientos y decisiones. Además, que en 1902 aparece su obra “Las variedades de la experiencia religiosa. Un estudio sobre la naturaleza humana” en que realiza el estudio de los fenómenos de la religión, es decir de sus varias manifestaciones en la vida mental o anímica del hombre. En las primeras páginas WJ sentencia: “Cuando la investigación es de orden psicológico, el tema de la misma no puede ser la institución religiosa, sino más bien los sentimientos e impulsos religiosos; habré de ceñirme, pues, a aquellos fenómenos subjetivos más desarrollados que algunos hombres inteligentes y conscientes de sí mismos dejaron registrados en sus testimonios religiosos autobiográficos”.

Es así que, considerando lo anterior, podemos establecer que la psicología tiene por piedra basal un concepto a-científico: el “alma”, un concepto que además es fundamental en el pensamiento occidental, un concepto que desde el universo del mito migra hacia la filosofía, la religión y la poesía, transfigurándose al través del camino, de la vía, de la historia. En su origen homérico el mito del alma es un concepto que, antes de ser el principio de la inmortalidad, la áurea chispa de eternidad atrapada en la cárcel de barro del cuerpo mortal (noción que transitó del Orfismo, al Pitagorismo y al Cristianismo), carecía de precisión semántica. La posterior asociación del alma con el conocimiento producirá a una teoría aristocrática que establecerá que sólo alcanzarán la inmortalidad las almas que logren un conocimiento racional, que encontrará su nivel de exposición más sofisticado en Platón (Fedón) y en Aristóteles (apuntemos que en su Metafísica sostiene que el hombre, es decir solamente el ciudadano griego, posee una inclinación natural hacia el conocimiento). Convicción elitista que comparte WJ. Y nosotros también.

La “narratología”es una gramática de la literatura que nace de la semiótica, es el análisis estructural del relato, el estudio de los elementos del texto narrativo, de sus relaciones que engendran significados. La “n” propone que existen estructuras universales que subyacen en los textos narrativos específicos. Por ejemplo diremos que Vladímir Propp en su “Morfología del cuento” propone siete “esferas de acción” y treinta y un elementos o “funciones”. Señoras y señores, esto es lo que George Steiner (e.p.d.) llamaba con ácido sarcasmo el “lado científico de la literatura” y del cual evidentemente no hablaremos ya que como saben abjuramos de la ciencia en las humanidades por ser vacua charla de pedantes.

No olvidamos que B. Russell (murió el Día de la Candelaria de 1970) propuso en su “Sobre la denotación” que debajo (es decir en los cimientos, en la obra negra) de la estructura del lenguaje común y ordinario existe una estructura profunda susceptible de codificación por medio del simbolismo de la lógica matemática; no lo olvidamos, decía, pero BR de ninguna manera podría ser considerado un “científico de la literatura”; si acaso, y retorciendo el sentido común, sería un irónico y desencantado “científico de la fe”. O del alma, ya que en su “Porqué no soy cristiano”, BR establece la como núcleo binario del Cristianismo la esfera conceptual fe/alma inmortal.

Desde esta perspectiva, consignemos aquí que William James en sus “Principios de psicología”, publicado en 1890, define a la psicología como la ciencia de la vida mental, tanto de sus fenómenos como de sus condiciones y explica que los fenómenos son cosas que llamamos sentimientos, deseos, cogniciones, razonamientos y decisiones. Además, que en 1902 aparece su obra “Las variedades de la experiencia religiosa. Un estudio sobre la naturaleza humana” en que realiza el estudio de los fenómenos de la religión, es decir de sus varias manifestaciones en la vida mental o anímica del hombre. En las primeras páginas WJ sentencia: “Cuando la investigación es de orden psicológico, el tema de la misma no puede ser la institución religiosa, sino más bien los sentimientos e impulsos religiosos; habré de ceñirme, pues, a aquellos fenómenos subjetivos más desarrollados que algunos hombres inteligentes y conscientes de sí mismos dejaron registrados en sus testimonios religiosos autobiográficos”.

Es así que, considerando lo anterior, podemos establecer que la psicología tiene por piedra basal un concepto a-científico: el “alma”, un concepto que además es fundamental en el pensamiento occidental, un concepto que desde el universo del mito migra hacia la filosofía, la religión y la poesía, transfigurándose al través del camino, de la vía, de la historia. En su origen homérico el mito del alma es un concepto que, antes de ser el principio de la inmortalidad, la áurea chispa de eternidad atrapada en la cárcel de barro del cuerpo mortal (noción que transitó del Orfismo, al Pitagorismo y al Cristianismo), carecía de precisión semántica. La posterior asociación del alma con el conocimiento producirá a una teoría aristocrática que establecerá que sólo alcanzarán la inmortalidad las almas que logren un conocimiento racional, que encontrará su nivel de exposición más sofisticado en Platón (Fedón) y en Aristóteles (apuntemos que en su Metafísica sostiene que el hombre, es decir solamente el ciudadano griego, posee una inclinación natural hacia el conocimiento). Convicción elitista que comparte WJ. Y nosotros también.