/ jueves 13 de junio de 2019

La danza tradicional

El menosprecio o la simple inconsciencia con respecto a la danza popular urbana han dado lugar a que los organizadores de las actividades culturales en México y la preparación de este tipo de danza se concentra y se ubique en academias de baile, que surgen para cumplir una necesidad social de personas que desean aprender a bailar o para contratos específicos en cine, televisión y teatro.

Muchos bailarines que durante años adquirieron y asimilaron la técnica de la danza moderna o del ballet clásico por necesidades de tipo económico, han trabajado en estos grupos y compañías, adaptándose a las rutinas comerciales no sólo de los medios masivos sino también de centros nocturnos.

Al decaer el movimiento mexicano de danza moderna, por ejemplo, bailarines y coreógrafos que participaron en este trabajo, buscaron otra actividad. La enorme separación entre la cultura académica, intelectual u oficial y la cultura popular, se radicaliza precisamente en estas instancias de la danza.

Hasta el momento, resulta inconcebible o sencillamente inoperante pensar en la participación de bailarines de danza popular en espectáculos de la danza escénica culta; o bien a nadie se le ocurriría llamar a un reconocido conjunto de danza contemporánea para que participe en un amplio programa popular de la televisión.

Estos y muchos aspectos de nuestros conocimientos relativos a la danza popular urbana hasta la fecha se han visto impedidos de obtener carta de naturalización en las instancias de la enseñanza en la educación media superior y superior, y por tanto se han dejado de lado las enormes posibilidades de creación y ejecución que subyacen en estas prácticas.

En cambio, especial énfasis se ha puesto en popularización y difusión de la enseñanza de la danza folklórica. Este género también es híbrido. Resulta incuestionable su arraigo en el pueblo mexicano.

Sus espectáculos y prácticas atraen a un número sorprendente, tanto de espectadores como de ejecutantes.

Su enseñanza ha dejado prácticamente oficializada desde principios del siglo. También se ha vinculado estrechamente a los ámbitos comerciales y a este género pertenece la compañía profesional más grande y mejor organizada que ha existido en México: el Ballet Folklórico de México, que fue dirigido por Amalia Hernández, hoy por su nieto.

En realidad, la danza folklórica, tal como la conocemos y practicamos en México, constituye una rama de la danza tradicional. La mayor parte de sus técnicas, procedimientos, códigos, diseños, coreografías y actitudes, provienen de la danza autóctona.

Sería interesante establecer las líneas de desarrollo de la danza folklórica que provienen directamente de las más tradicionales vetas de las danzas criollas y mestizas.

Quedarían científica y cabalmente diferenciadas de las recreaciones híbridas que han dado lugar a los espectáculos y piezas que muestran constantemente los numerosos grupos de danza folklórica que trabajan en todo el territorio nacional.

Se hacen necesarios para proponer nuevos programas de enseñanza masiva que respondan a los requerimientos y a las aficiones del pueblo mexicano. Tales investigaciones, sin embargo, exigirían a su vez planes muy vastos y generales, razón por la cual habría que comenzar por inducir y propiciar estudios en torno a las danzas autóctonas que, están en peligro de extinción, alimentan los múltiples aspectos formales y especiales de las danzas tradicionales.

La tergiversación de los elementos originales de las danzas autóctonas para montar espectáculos folklóricos constituye un problema universal, es un error de muchos.

Prácticamente todos los países organizan sus compañías profesionales de danza folklórica para difundir en el extranjero algunos aspectos de su creatividad dancística popular, incluyendo muestras de los hábitos, inclinaciones y conductas de su idiosincrasia, conservando los rasgos más tradicionales de su cultura.

Doctor en Educación.

El menosprecio o la simple inconsciencia con respecto a la danza popular urbana han dado lugar a que los organizadores de las actividades culturales en México y la preparación de este tipo de danza se concentra y se ubique en academias de baile, que surgen para cumplir una necesidad social de personas que desean aprender a bailar o para contratos específicos en cine, televisión y teatro.

Muchos bailarines que durante años adquirieron y asimilaron la técnica de la danza moderna o del ballet clásico por necesidades de tipo económico, han trabajado en estos grupos y compañías, adaptándose a las rutinas comerciales no sólo de los medios masivos sino también de centros nocturnos.

Al decaer el movimiento mexicano de danza moderna, por ejemplo, bailarines y coreógrafos que participaron en este trabajo, buscaron otra actividad. La enorme separación entre la cultura académica, intelectual u oficial y la cultura popular, se radicaliza precisamente en estas instancias de la danza.

Hasta el momento, resulta inconcebible o sencillamente inoperante pensar en la participación de bailarines de danza popular en espectáculos de la danza escénica culta; o bien a nadie se le ocurriría llamar a un reconocido conjunto de danza contemporánea para que participe en un amplio programa popular de la televisión.

Estos y muchos aspectos de nuestros conocimientos relativos a la danza popular urbana hasta la fecha se han visto impedidos de obtener carta de naturalización en las instancias de la enseñanza en la educación media superior y superior, y por tanto se han dejado de lado las enormes posibilidades de creación y ejecución que subyacen en estas prácticas.

En cambio, especial énfasis se ha puesto en popularización y difusión de la enseñanza de la danza folklórica. Este género también es híbrido. Resulta incuestionable su arraigo en el pueblo mexicano.

Sus espectáculos y prácticas atraen a un número sorprendente, tanto de espectadores como de ejecutantes.

Su enseñanza ha dejado prácticamente oficializada desde principios del siglo. También se ha vinculado estrechamente a los ámbitos comerciales y a este género pertenece la compañía profesional más grande y mejor organizada que ha existido en México: el Ballet Folklórico de México, que fue dirigido por Amalia Hernández, hoy por su nieto.

En realidad, la danza folklórica, tal como la conocemos y practicamos en México, constituye una rama de la danza tradicional. La mayor parte de sus técnicas, procedimientos, códigos, diseños, coreografías y actitudes, provienen de la danza autóctona.

Sería interesante establecer las líneas de desarrollo de la danza folklórica que provienen directamente de las más tradicionales vetas de las danzas criollas y mestizas.

Quedarían científica y cabalmente diferenciadas de las recreaciones híbridas que han dado lugar a los espectáculos y piezas que muestran constantemente los numerosos grupos de danza folklórica que trabajan en todo el territorio nacional.

Se hacen necesarios para proponer nuevos programas de enseñanza masiva que respondan a los requerimientos y a las aficiones del pueblo mexicano. Tales investigaciones, sin embargo, exigirían a su vez planes muy vastos y generales, razón por la cual habría que comenzar por inducir y propiciar estudios en torno a las danzas autóctonas que, están en peligro de extinción, alimentan los múltiples aspectos formales y especiales de las danzas tradicionales.

La tergiversación de los elementos originales de las danzas autóctonas para montar espectáculos folklóricos constituye un problema universal, es un error de muchos.

Prácticamente todos los países organizan sus compañías profesionales de danza folklórica para difundir en el extranjero algunos aspectos de su creatividad dancística popular, incluyendo muestras de los hábitos, inclinaciones y conductas de su idiosincrasia, conservando los rasgos más tradicionales de su cultura.

Doctor en Educación.