/ viernes 15 de mayo de 2020

La encarnación de la compasión

Hace más de veinte mil años, en un tempestuoso atardecer, el hechicero cromañón regresaba de un retiro de tres días en el bosque en donde había recolectado yerbas para sus curaciones cuando le informaron que uno de los hombres del clan había llegado enfermo de una larga temporada de cacería. Seguro de su poder curativo –la ignorancia hace audaces a los médicos- se recubrió con su vestimenta de venado y se dispuso a ver a aquel hombre, alumbró la entrada de la caverna con su antorcha e iluminó al enfermo. De inmediato retrocedió espantado y ordenó al jefe tribal que levantara el campamento y huyeran hacia un incierto fin en medio de la noche. En la pustulosa cara del enfermo había reconocido por primera vez a la viruela y sabía que la muerte era inevitable.

Esta ha sido siempre la primera reacción humana a las plagas y enfermedades graves: pánico. Un miedo súbito y extraordinario que oscurece la razón. Al pánico sigue la huida, como consecuencia inevitable. En medio del pánico, sin embargo, siempre han existido hombres curiosos que han antepuesto la observación a su propio temor. A ellos, oscuros o famosos, debemos los avances experimentados. Pero en todas las pandemias, este terror irracional ha hecho retroceder momentáneamente en algún punto a la medicina y a la humanidad, por detrás de logros y de conocimientos ya establecidos. La segunda reacción, ya en medio de la catástrofe, es la búsqueda de una causalidad. Para el hombre primitivo -y aún para el postmoderno- hay simultáneamente una culpabilidad, de tal manera que es siempre asociada a un castigo divino o de la propia naturaleza.

Desde la plaga de Atenas en el año 430 A.C. hasta el Covid 19 del siglo XXI, más de 20 pandemias han puesto en riesgo la supervivencia humana. Cuatro de las más mortíferas han sido la peste negra, la viruela, la gripe española y el VIH/sida. La peste negra cobró la vida de 200 millones de personas en la Edad Media entre 1347 y 1351. La viruela, aunque antigua, tuvo uno de sus peores brotes en la conquista de América a partir de 1520, matando a 56 millones de nativos. La gripe española en 1918 fue devastadora y mató entre 40 y 50 millones de personas. En el siglo XX, en 1981, se descubre en los Estados Unidos el VIH/Sida, que ha matado entre 25 y 35 millones de personas en el mundo. En el siglo actual, el SARS en el sudeste asiático, el ébola en África, el MERS en Medio Oriente y la gripe H1N1 en todo el mundo, han sido epidemias y pandemias que han puesto en jaque a la comunidad científica internacional. Ahora mismo el Covid19 ha matado cerca de 300 mil personas en el mundo en menos de seis meses.

Aunque si bien ya se habla de una vacuna en los Estados Unidos, aún es incierto el panorama para los científicos y para las autoridades, a veces parece como si dieran únicamente palos de ciego, y por lo menos en México, las estadísticas no concuerdan con la realidad imperante y trágica. Por una parte la voz presidencial habla de tener todo controlado y sin problemas, y por otro, las noticias y las redes destacan la insuficiencia de equipo médico, hospitalario y la saturación de hospitales… caminamos en la incertidumbre. Aquí en Puebla, Volkswagen y Audi regresarán a laborar en breve, con toda su cadena de proveedores, pero el Gobernador anuncia que será hasta la tercera semana de junio cuando pase la crisis sanitaria. Las pandemias han servido en la historia como un “viaje iniciático” para despertar la conciencia y salir adelante en nuestra condición humana, o bien, para dar un paso hacia atrás y desatar el retorno de lo más primitivo y perverso del hombre.

Ante la crisis, está llegando el momento en México y en Puebla concretamente de que la población rebase a las autoridades pese a sus medidas de excepción, y al mismo tiempo que relaje el confinamiento y oponga un muro de contención solidaria, en donde los médicos, las enfermeras y el personal de salud ocupen un papel fundamental en lo que llamaría “la encarnación de la compasión”.

Gracias Puebla.

Hace más de veinte mil años, en un tempestuoso atardecer, el hechicero cromañón regresaba de un retiro de tres días en el bosque en donde había recolectado yerbas para sus curaciones cuando le informaron que uno de los hombres del clan había llegado enfermo de una larga temporada de cacería. Seguro de su poder curativo –la ignorancia hace audaces a los médicos- se recubrió con su vestimenta de venado y se dispuso a ver a aquel hombre, alumbró la entrada de la caverna con su antorcha e iluminó al enfermo. De inmediato retrocedió espantado y ordenó al jefe tribal que levantara el campamento y huyeran hacia un incierto fin en medio de la noche. En la pustulosa cara del enfermo había reconocido por primera vez a la viruela y sabía que la muerte era inevitable.

Esta ha sido siempre la primera reacción humana a las plagas y enfermedades graves: pánico. Un miedo súbito y extraordinario que oscurece la razón. Al pánico sigue la huida, como consecuencia inevitable. En medio del pánico, sin embargo, siempre han existido hombres curiosos que han antepuesto la observación a su propio temor. A ellos, oscuros o famosos, debemos los avances experimentados. Pero en todas las pandemias, este terror irracional ha hecho retroceder momentáneamente en algún punto a la medicina y a la humanidad, por detrás de logros y de conocimientos ya establecidos. La segunda reacción, ya en medio de la catástrofe, es la búsqueda de una causalidad. Para el hombre primitivo -y aún para el postmoderno- hay simultáneamente una culpabilidad, de tal manera que es siempre asociada a un castigo divino o de la propia naturaleza.

Desde la plaga de Atenas en el año 430 A.C. hasta el Covid 19 del siglo XXI, más de 20 pandemias han puesto en riesgo la supervivencia humana. Cuatro de las más mortíferas han sido la peste negra, la viruela, la gripe española y el VIH/sida. La peste negra cobró la vida de 200 millones de personas en la Edad Media entre 1347 y 1351. La viruela, aunque antigua, tuvo uno de sus peores brotes en la conquista de América a partir de 1520, matando a 56 millones de nativos. La gripe española en 1918 fue devastadora y mató entre 40 y 50 millones de personas. En el siglo XX, en 1981, se descubre en los Estados Unidos el VIH/Sida, que ha matado entre 25 y 35 millones de personas en el mundo. En el siglo actual, el SARS en el sudeste asiático, el ébola en África, el MERS en Medio Oriente y la gripe H1N1 en todo el mundo, han sido epidemias y pandemias que han puesto en jaque a la comunidad científica internacional. Ahora mismo el Covid19 ha matado cerca de 300 mil personas en el mundo en menos de seis meses.

Aunque si bien ya se habla de una vacuna en los Estados Unidos, aún es incierto el panorama para los científicos y para las autoridades, a veces parece como si dieran únicamente palos de ciego, y por lo menos en México, las estadísticas no concuerdan con la realidad imperante y trágica. Por una parte la voz presidencial habla de tener todo controlado y sin problemas, y por otro, las noticias y las redes destacan la insuficiencia de equipo médico, hospitalario y la saturación de hospitales… caminamos en la incertidumbre. Aquí en Puebla, Volkswagen y Audi regresarán a laborar en breve, con toda su cadena de proveedores, pero el Gobernador anuncia que será hasta la tercera semana de junio cuando pase la crisis sanitaria. Las pandemias han servido en la historia como un “viaje iniciático” para despertar la conciencia y salir adelante en nuestra condición humana, o bien, para dar un paso hacia atrás y desatar el retorno de lo más primitivo y perverso del hombre.

Ante la crisis, está llegando el momento en México y en Puebla concretamente de que la población rebase a las autoridades pese a sus medidas de excepción, y al mismo tiempo que relaje el confinamiento y oponga un muro de contención solidaria, en donde los médicos, las enfermeras y el personal de salud ocupen un papel fundamental en lo que llamaría “la encarnación de la compasión”.

Gracias Puebla.