/ martes 10 de abril de 2018

La nación a debate

El primer debate presidencial se llevará a cabo el próximo domingo 22 de abril, en el Palacio de Minería de la Ciudad de México, a las 20:00 horas, y será moderado por Denise Maerker de Televisa, Azucena Uresti de Milenio y Sergio Sarmiento de Tv Azteca, los tres con amplia experiencia en televisión en vivo, pero claramente adversos al candidato puntero. El tema central será 'Política y Gobierno' y constará de tres subtemas: combate a la corrupción e impunidad; seguridad y violencia, y democracia y pluralismo.

Desde el debate televisado el 26 de septiembre de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, la política cambió para siempre, dando mayor peso a la apariencia y la imagen, que a los discursos y los planteamientos. El mensaje no es sólo ideas y retórica, es también presencia, seguridad y apostura. Lo saben los asesores, pero muchas veces sus asesorados no tienen el éxito esperado.

Cómo olvidar el impacto de los debate en México. El primero hace veinte años precisamente, entre Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas (a pesar de que había otros cinco candidatos), moderado por Mayté Noriega y visto por más de 34 millones de mexicanos. Un debate que fue ganado ampliamente por el panista, quien incluso aceptó recortarse su tupida barba para no verse sucio ni evocar a Maximiliano de Habsburgo, y que por poco le cuesta al PRI perder la presidencia. En ese entonces sorprendieron la irreverencia, los desplantes teatrales y las agresivas puyas del llamado Jefe Diego, frente al acartonamiento y la docilidad de Cárdenas, lo que llevó al primero a pasar del 9% de las preferencias antes del debate, al 26% pocos días después.

Seis años después tuvieron lugar dos debates, el primero el 25 de abril con Vicente Fox, Francisco Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho Solís y Gilberto Rincón Gallardo, y el segundo el 26 de mayo sólo con los tres punteros y que fue el primero transmitido en internet. El intercambio más recordado: “Me llamó mariquita; me llamó La-vestida” y la respuesta de Fox: “A mí se me podrá quitar lo majadero, pero a ustedes (los del PRI), lo malo para gobernar y lo corruptos, nunca”. Eso bastó al atrabancado panista ahora priista senil, para darle la vuelta a la tortilla y sacar al PRI de Los Pinos por primera vez en más de 70 años.

En 2006, conocedor de sus debilidades escénicas y de que quienes puntean previamente en las encuestas poco o nada tienen que ganar en los debates, López Obrador cometió un error histórico al negarse a acudir al primer debate con los otros cuatro candidatos: Felipe Calderón, Roberto Madrazo, Patricia Mercado y Roberto Campa. Finalmente el de Macuspana perdió más puntos con esta decisión de los que hubiera podido perder en caso de asistir y le abrió la puerta al fraude calderonista.

El 2012 nos presentó un López Obrador que había aprendido de la experiencia previa y corregido gran parte de sus debilidades escénicas. Sin embargo del otro lado estaba Peña Nieta, el candidato de Televisa, con 6 años de capacitación continua para lucir en televisión. Eso y la distractora presencia de Julia Orayen, con un escote impactante que finalmente ganó el debate y puso a Andrés Manuel de cabeza (literal: mostró unas láminas de cabeza y no se percató de ello), impidieron que el tabasqueño rebasara al mexiquense, aunque todos los analistas coinciden en que otra cosa habría sido si la campaña hubiera durado un mes más.

Estos son los antecedentes principales que están analizando en los respectivos cuartos de guerra, donde desde ya confeccionan las estrategias a seguir por la y los candidatos. Desde la indumentaria, el corte de pelo y el parado, hasta el tono, los ademanes y las respuestas agudas. De los cuatro, López Obrador es el de mayor experiencia y ello tendría que verse reflejado con una imagen serena, segura y convincente. Él irá al debate no a hacer promesas y pedir el voto de los mexicanos, que ya lo tiene, sino a mostrarse como su presidente, a convencerlos de que puede ser un buen gobernante y decirles cómo puede mejorar las cosas. Igual que hizo cuando debatió hace unos días en Milenio TV con Héctor Aguilar Camín, Carlos Puig, Carlos Marín, Jesús Silva Herzog y la misma Azucena Uresti.

Margarita Zavala se ha mostrado como una persona a la que le cuesta mucha hilar sus ideas y construir un discurso coherente, alejado de la influencia de su cónyuge dipsómano. Su punto fuerte será su condición de mujer y candidata independiente, pero se derrumbará cuando le recuerden los miles de firmas ilegales que presentó al INE para obtener un lugar en la boleta, su aval a la guerra contra el narco que ha causado la muerte a más de 200 mil mexicanos y su oposición a políticas a favor de la mujer como la interrupción del embarazo o el matrimonio igualitario.

José Antonio Meade, como candidato, se ha mostrado como un hombre gris, anticlimático, acartonado, sin mensaje, con una pobreza gestual que contrasta abismalmente con la de su pareja y que insiste en reír cuando no debería hacerlo. En el debate podrá ganar en la exposición de ideas, como Nixon lo hizo hace 58 años, pero no se ve cómo pueda imponerse a Anaya y López Obrador en el imaginario colectivo, a quienes les bastará con recordarle que es el candidato del PRI y de Peña Nieto, que vio pasar los miles de millones de la estafa maestra sin decir nada y que defiende unas reformas estructurales que sólo han dañado la economía de los mexicanos y no han servido de nada.

Finalmente, Ricardo Anaya seguro tratará de explotar sus cualidades como polemista y parecerse a Diego Fernández para intentar el milagro de desbancar a López Obrador. Ese será su mayor error. Hoy son otros los tiempos y la agresividad no tiene el mismo impacto y menos en los milennials. Para muestra basta el botón del ordinario de Javier Lozano, quien aún refunfuña por haber sido descubierto por la brillante Tatiana Clouthier como el analfabeta funcional que es. A Andrés Manuel le bastará con recordarle una sola vez a la gente que Anaya puede ser un chico maravilla que domina varios idiomas y obtuvo altas calificaciones, pero que en honestidad simplemente no aprueba.

Este primer debate habrá de ser crucial entonces para el destino del país. Sin duda el candidato de MORENA será el blanco principal de los ataques, más allá de algunas esperables escaramuzas entre Meade y Anaya para quedarse con el segundo lugar antes de que Zavala los rebase. El problema es que los candidatos que van detrás sólo se han concentrado en tratar de destruir al puntero, olvidando construir sus propias candidaturas. Por eso van atrás, siguiéndolo, rebatiendo sus ideas y hasta copiándolas, en lugar de fijar una agenda propia que atraiga al electorado. Por su parte, AMLO ya pasó de las palabras a las acciones. Ahora sólo tiene que seguir el consejo de sus miles de asesores en todos los lugares que ha visitado y no enojarse ni salirse de sus casillas, para mostrarse como los mexicanos esperamos que se comporte: como un estadista a la altura del histórico reto.

mezavcm.abogados@gmail.com

El primer debate presidencial se llevará a cabo el próximo domingo 22 de abril, en el Palacio de Minería de la Ciudad de México, a las 20:00 horas, y será moderado por Denise Maerker de Televisa, Azucena Uresti de Milenio y Sergio Sarmiento de Tv Azteca, los tres con amplia experiencia en televisión en vivo, pero claramente adversos al candidato puntero. El tema central será 'Política y Gobierno' y constará de tres subtemas: combate a la corrupción e impunidad; seguridad y violencia, y democracia y pluralismo.

Desde el debate televisado el 26 de septiembre de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, la política cambió para siempre, dando mayor peso a la apariencia y la imagen, que a los discursos y los planteamientos. El mensaje no es sólo ideas y retórica, es también presencia, seguridad y apostura. Lo saben los asesores, pero muchas veces sus asesorados no tienen el éxito esperado.

Cómo olvidar el impacto de los debate en México. El primero hace veinte años precisamente, entre Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas (a pesar de que había otros cinco candidatos), moderado por Mayté Noriega y visto por más de 34 millones de mexicanos. Un debate que fue ganado ampliamente por el panista, quien incluso aceptó recortarse su tupida barba para no verse sucio ni evocar a Maximiliano de Habsburgo, y que por poco le cuesta al PRI perder la presidencia. En ese entonces sorprendieron la irreverencia, los desplantes teatrales y las agresivas puyas del llamado Jefe Diego, frente al acartonamiento y la docilidad de Cárdenas, lo que llevó al primero a pasar del 9% de las preferencias antes del debate, al 26% pocos días después.

Seis años después tuvieron lugar dos debates, el primero el 25 de abril con Vicente Fox, Francisco Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho Solís y Gilberto Rincón Gallardo, y el segundo el 26 de mayo sólo con los tres punteros y que fue el primero transmitido en internet. El intercambio más recordado: “Me llamó mariquita; me llamó La-vestida” y la respuesta de Fox: “A mí se me podrá quitar lo majadero, pero a ustedes (los del PRI), lo malo para gobernar y lo corruptos, nunca”. Eso bastó al atrabancado panista ahora priista senil, para darle la vuelta a la tortilla y sacar al PRI de Los Pinos por primera vez en más de 70 años.

En 2006, conocedor de sus debilidades escénicas y de que quienes puntean previamente en las encuestas poco o nada tienen que ganar en los debates, López Obrador cometió un error histórico al negarse a acudir al primer debate con los otros cuatro candidatos: Felipe Calderón, Roberto Madrazo, Patricia Mercado y Roberto Campa. Finalmente el de Macuspana perdió más puntos con esta decisión de los que hubiera podido perder en caso de asistir y le abrió la puerta al fraude calderonista.

El 2012 nos presentó un López Obrador que había aprendido de la experiencia previa y corregido gran parte de sus debilidades escénicas. Sin embargo del otro lado estaba Peña Nieta, el candidato de Televisa, con 6 años de capacitación continua para lucir en televisión. Eso y la distractora presencia de Julia Orayen, con un escote impactante que finalmente ganó el debate y puso a Andrés Manuel de cabeza (literal: mostró unas láminas de cabeza y no se percató de ello), impidieron que el tabasqueño rebasara al mexiquense, aunque todos los analistas coinciden en que otra cosa habría sido si la campaña hubiera durado un mes más.

Estos son los antecedentes principales que están analizando en los respectivos cuartos de guerra, donde desde ya confeccionan las estrategias a seguir por la y los candidatos. Desde la indumentaria, el corte de pelo y el parado, hasta el tono, los ademanes y las respuestas agudas. De los cuatro, López Obrador es el de mayor experiencia y ello tendría que verse reflejado con una imagen serena, segura y convincente. Él irá al debate no a hacer promesas y pedir el voto de los mexicanos, que ya lo tiene, sino a mostrarse como su presidente, a convencerlos de que puede ser un buen gobernante y decirles cómo puede mejorar las cosas. Igual que hizo cuando debatió hace unos días en Milenio TV con Héctor Aguilar Camín, Carlos Puig, Carlos Marín, Jesús Silva Herzog y la misma Azucena Uresti.

Margarita Zavala se ha mostrado como una persona a la que le cuesta mucha hilar sus ideas y construir un discurso coherente, alejado de la influencia de su cónyuge dipsómano. Su punto fuerte será su condición de mujer y candidata independiente, pero se derrumbará cuando le recuerden los miles de firmas ilegales que presentó al INE para obtener un lugar en la boleta, su aval a la guerra contra el narco que ha causado la muerte a más de 200 mil mexicanos y su oposición a políticas a favor de la mujer como la interrupción del embarazo o el matrimonio igualitario.

José Antonio Meade, como candidato, se ha mostrado como un hombre gris, anticlimático, acartonado, sin mensaje, con una pobreza gestual que contrasta abismalmente con la de su pareja y que insiste en reír cuando no debería hacerlo. En el debate podrá ganar en la exposición de ideas, como Nixon lo hizo hace 58 años, pero no se ve cómo pueda imponerse a Anaya y López Obrador en el imaginario colectivo, a quienes les bastará con recordarle que es el candidato del PRI y de Peña Nieto, que vio pasar los miles de millones de la estafa maestra sin decir nada y que defiende unas reformas estructurales que sólo han dañado la economía de los mexicanos y no han servido de nada.

Finalmente, Ricardo Anaya seguro tratará de explotar sus cualidades como polemista y parecerse a Diego Fernández para intentar el milagro de desbancar a López Obrador. Ese será su mayor error. Hoy son otros los tiempos y la agresividad no tiene el mismo impacto y menos en los milennials. Para muestra basta el botón del ordinario de Javier Lozano, quien aún refunfuña por haber sido descubierto por la brillante Tatiana Clouthier como el analfabeta funcional que es. A Andrés Manuel le bastará con recordarle una sola vez a la gente que Anaya puede ser un chico maravilla que domina varios idiomas y obtuvo altas calificaciones, pero que en honestidad simplemente no aprueba.

Este primer debate habrá de ser crucial entonces para el destino del país. Sin duda el candidato de MORENA será el blanco principal de los ataques, más allá de algunas esperables escaramuzas entre Meade y Anaya para quedarse con el segundo lugar antes de que Zavala los rebase. El problema es que los candidatos que van detrás sólo se han concentrado en tratar de destruir al puntero, olvidando construir sus propias candidaturas. Por eso van atrás, siguiéndolo, rebatiendo sus ideas y hasta copiándolas, en lugar de fijar una agenda propia que atraiga al electorado. Por su parte, AMLO ya pasó de las palabras a las acciones. Ahora sólo tiene que seguir el consejo de sus miles de asesores en todos los lugares que ha visitado y no enojarse ni salirse de sus casillas, para mostrarse como los mexicanos esperamos que se comporte: como un estadista a la altura del histórico reto.

mezavcm.abogados@gmail.com