/ domingo 20 de mayo de 2018

Los “chairos” en el imaginario colectivo

Las emociones invaden todos los componentes de la persona. El cuerpo humano es blanco fácil de estímulos externos al grado de hacer que alguien, incluso, se invente enfermedades, las llamadas psicosomáticas. Siendo esto así a nivel individual, puede ser válido para un colectivo también, es decir, que haya en el imaginario de un grupo una emoción que contagie ánimo o que enferme. Esta afirmación me permite hacer una referencia a los llamados “chairos”.

En época de campañas como la que estamos viviendo es la emoción la que invade el ambiente y las redes, sobre todo. Esto cobra sentido si se considera un principio de la mercadotecnia comercial y, claro, de la mercadotecnia política: la generalización para crear estereotipos que sean recordados con facilidad, donde se privilegian principalmente aquellos que se acerquen a la emoción del ciudadano-votante. Es decir, las generalizaciones se transmiten con más facilidad entre los colectivos porque se recuerdan mejor.

Bueno, en este orden de ideas, los “chairos” aparecen en el escenario electoral como personas que se identifican con objetivos de la “izquierda” en México, aunque no necesariamente ideológica sino por su forma de operar. Según el Colegio de México, que incluyó la palabra en el Diccionario del Español de México apenas en junio de 2017, es un sustantivo y adjetivo mexicano: “(Ofensivo) Persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes”.

Entonces, en el imaginario colectivo, los chairos son los que están listos para la batalla del candidato de “izquierda”, aunque no haya identificación ideológica, sino solo por el placer de estar contra el sistema. ¿Qué va a suceder si triunfa otro? La respuesta está en el estereotipo, no se necesita ser adivino, es previsible que haya actos con emociones desbordadas, no necesariamente violencia, aunque sí es factible. Seguramente usted se ha divertido con mensajes que señalan a alguien como chairo, pero esa emoción que desbordan los seguidores de la izquierda mexicana (o de otros partidos) puede ser un foco rojo que encienda de más, hasta destruir.

Entre muchos jóvenes es curioso escuchar generalizaciones temerarias como razonamiento suficiente para decidir su voto: que los gobiernos de derecha (PAN) y el PRI “no han resuelto nada”, “son lo mismo”, “roban igual”, “son mentirosos”, frente a un López Obrador que “tiene un superequipo”, “va a castigar a los corruptos”, “va a solucionar la pobreza y la desigualdad social”, etc. Estas generalizaciones, sin mediar un criterio razonado acerca del cómo resolverían los candidatos los problemas fundamentales del país, hacen una especie de barrera, que no deja comprender bien a bien a los personajes en cuestión.

En un siglo XXI, con partidos no ideológicos, resulta inquietante que la emoción invada la mente del joven elector, chairo o no. No es mi pretensión convencer a nadie por un candidato o un partido en particular, sino llamar a la conciencia y elegir a un presidente incluyente, tolerante y lo suficientemente inteligente como para que se centre en los “cómos”, más que en su imagen personal.

Es un llamado ciudadano para conocer la historia económica y política de nuestro país, que tenemos instituciones sólidas, un sistema electoral y un sistema de partidos con leyes claras (perfectibles, no perfectas) que empujan al orden. El daño que pueden hacer los “pejezombies”, “chairos” y otros radicales puede ser más alto para la sociedad si sus acciones traspasan el imaginario colectivo para confirmar su identidad contestataria y sin razón. Veremos.

Las emociones invaden todos los componentes de la persona. El cuerpo humano es blanco fácil de estímulos externos al grado de hacer que alguien, incluso, se invente enfermedades, las llamadas psicosomáticas. Siendo esto así a nivel individual, puede ser válido para un colectivo también, es decir, que haya en el imaginario de un grupo una emoción que contagie ánimo o que enferme. Esta afirmación me permite hacer una referencia a los llamados “chairos”.

En época de campañas como la que estamos viviendo es la emoción la que invade el ambiente y las redes, sobre todo. Esto cobra sentido si se considera un principio de la mercadotecnia comercial y, claro, de la mercadotecnia política: la generalización para crear estereotipos que sean recordados con facilidad, donde se privilegian principalmente aquellos que se acerquen a la emoción del ciudadano-votante. Es decir, las generalizaciones se transmiten con más facilidad entre los colectivos porque se recuerdan mejor.

Bueno, en este orden de ideas, los “chairos” aparecen en el escenario electoral como personas que se identifican con objetivos de la “izquierda” en México, aunque no necesariamente ideológica sino por su forma de operar. Según el Colegio de México, que incluyó la palabra en el Diccionario del Español de México apenas en junio de 2017, es un sustantivo y adjetivo mexicano: “(Ofensivo) Persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes”.

Entonces, en el imaginario colectivo, los chairos son los que están listos para la batalla del candidato de “izquierda”, aunque no haya identificación ideológica, sino solo por el placer de estar contra el sistema. ¿Qué va a suceder si triunfa otro? La respuesta está en el estereotipo, no se necesita ser adivino, es previsible que haya actos con emociones desbordadas, no necesariamente violencia, aunque sí es factible. Seguramente usted se ha divertido con mensajes que señalan a alguien como chairo, pero esa emoción que desbordan los seguidores de la izquierda mexicana (o de otros partidos) puede ser un foco rojo que encienda de más, hasta destruir.

Entre muchos jóvenes es curioso escuchar generalizaciones temerarias como razonamiento suficiente para decidir su voto: que los gobiernos de derecha (PAN) y el PRI “no han resuelto nada”, “son lo mismo”, “roban igual”, “son mentirosos”, frente a un López Obrador que “tiene un superequipo”, “va a castigar a los corruptos”, “va a solucionar la pobreza y la desigualdad social”, etc. Estas generalizaciones, sin mediar un criterio razonado acerca del cómo resolverían los candidatos los problemas fundamentales del país, hacen una especie de barrera, que no deja comprender bien a bien a los personajes en cuestión.

En un siglo XXI, con partidos no ideológicos, resulta inquietante que la emoción invada la mente del joven elector, chairo o no. No es mi pretensión convencer a nadie por un candidato o un partido en particular, sino llamar a la conciencia y elegir a un presidente incluyente, tolerante y lo suficientemente inteligente como para que se centre en los “cómos”, más que en su imagen personal.

Es un llamado ciudadano para conocer la historia económica y política de nuestro país, que tenemos instituciones sólidas, un sistema electoral y un sistema de partidos con leyes claras (perfectibles, no perfectas) que empujan al orden. El daño que pueden hacer los “pejezombies”, “chairos” y otros radicales puede ser más alto para la sociedad si sus acciones traspasan el imaginario colectivo para confirmar su identidad contestataria y sin razón. Veremos.