/ domingo 14 de noviembre de 2021

Los dilemas de la pobreza

Los últimos datos que ofrece el INEGI a través de su reporte “Cuantificando la clase media en México 2010-2020”, muestran a nuestro país en franco deterioro. La medición considera que cerca de 6.5 millones dejaron de ser clase media, es decir, reporta que bajó la clase media a 47 millones 201 mil 616 personas ¿a dónde se fueron entonces?

Es claro que una medición cuantitativa no contempla las intenciones ni los propósitos de los ciudadanos considerados en la medición, entonces, con la reserva del caso sólo podemos observar lo que reflejan los patrones de gasto que fueron considerados. Así que, en primer lugar el criterio de clase media en México al parecer sólo está en el imaginario social porque como consecuencia de la Covid-19, las personas que dejaron de ser consideradas clase media ahora están en la clase baja. En esta misma situación se encuentran las personas que dejaron de ser consideradas clase alta, aproximadamente 1 millón en 2020. Mientras que la clase baja se incrementó de 69.9 a 78.5 millones en el mismo periodo.

Si bien hay una controvertida discusión sobre lo que se debe considerar como clase media, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), es tener un hogar, trabajo formal y estable y el ingreso a servicios educativos privados (tal vez), de salud, alimentos, servicios urbanos, no trabajar más de 48 horas a la semana, incluso tarjetas de crédito. El hogar nuclear de 4 personas encabezado por alguien que cuente con al menos educación media superior, estado civil casado, sería la media representativa de este tipo. Bueno, el asunto es que estas características las cubre sólo quien tenga un ingreso de 22 mil 297 pesos mensuales, según el reporte del INEGI. Pero, la realidad es que eso no alcanza para lo dicho.

Siguiendo el mismo informe, en México la población de clase alta es el 1.2 %, clase media 42.2 % y clase baja 56.6 %, esto nos ubica entonces en un país pobre. Además, en las urbes es donde se concentra la clase media y la clase alta de las entidades. Es indicativa la calculadora que presentó la OCDE para descubrir en qué escalafón socioeconómico se sitúa nuestra familia, sólo como ejercicio, y tal vez constatar que levitamos en el imaginario de considerarnos clase media, a dos años de la pandemia.

Estos datos me dejaron en una reflexión, todavía no caigo en depresión por fortuna, pero sí cada vez medito más sobre nuestro futuro como sociedad y el trabajo de los gobernantes que los deja en dilema permanente: repartir dinero para aliviar la pobreza, o dejar que el mercado cobre sus facturas con la mano invisible. En el primer caso, la decisión podría empujará a la comodidad de “el Estado me sostiene”; en el segundo, el mercado hace presa de mí y entonces me obliga a ser racional, si se puede, en medio de un marasmo educativo, si bien la pobreza no es sólo carecer de dinero.

El Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) propuesto por la ONU sugiere al menos 12 rubros además del ingreso, que se consideran para medir la pobreza en América Latina. Así que podríamos identificar que el origen es también diverso, pero si no hay ingresos se dificulta paliar las necesidades básicas para vivir. Por ello vale la pena, en este Buen Fin que tiene el propósito de reactivar la economía, pensar en la capacidad de pago y, por qué no en el ahorro, por mínimo que sea. Mientras tanto, los gobernantes deberán atender ese mal llamado corrupción que termina por abonar a la descomposición que nos hace presa del fraude o el robo y que nos sume todavía más en la pobreza.



*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com

Los últimos datos que ofrece el INEGI a través de su reporte “Cuantificando la clase media en México 2010-2020”, muestran a nuestro país en franco deterioro. La medición considera que cerca de 6.5 millones dejaron de ser clase media, es decir, reporta que bajó la clase media a 47 millones 201 mil 616 personas ¿a dónde se fueron entonces?

Es claro que una medición cuantitativa no contempla las intenciones ni los propósitos de los ciudadanos considerados en la medición, entonces, con la reserva del caso sólo podemos observar lo que reflejan los patrones de gasto que fueron considerados. Así que, en primer lugar el criterio de clase media en México al parecer sólo está en el imaginario social porque como consecuencia de la Covid-19, las personas que dejaron de ser consideradas clase media ahora están en la clase baja. En esta misma situación se encuentran las personas que dejaron de ser consideradas clase alta, aproximadamente 1 millón en 2020. Mientras que la clase baja se incrementó de 69.9 a 78.5 millones en el mismo periodo.

Si bien hay una controvertida discusión sobre lo que se debe considerar como clase media, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), es tener un hogar, trabajo formal y estable y el ingreso a servicios educativos privados (tal vez), de salud, alimentos, servicios urbanos, no trabajar más de 48 horas a la semana, incluso tarjetas de crédito. El hogar nuclear de 4 personas encabezado por alguien que cuente con al menos educación media superior, estado civil casado, sería la media representativa de este tipo. Bueno, el asunto es que estas características las cubre sólo quien tenga un ingreso de 22 mil 297 pesos mensuales, según el reporte del INEGI. Pero, la realidad es que eso no alcanza para lo dicho.

Siguiendo el mismo informe, en México la población de clase alta es el 1.2 %, clase media 42.2 % y clase baja 56.6 %, esto nos ubica entonces en un país pobre. Además, en las urbes es donde se concentra la clase media y la clase alta de las entidades. Es indicativa la calculadora que presentó la OCDE para descubrir en qué escalafón socioeconómico se sitúa nuestra familia, sólo como ejercicio, y tal vez constatar que levitamos en el imaginario de considerarnos clase media, a dos años de la pandemia.

Estos datos me dejaron en una reflexión, todavía no caigo en depresión por fortuna, pero sí cada vez medito más sobre nuestro futuro como sociedad y el trabajo de los gobernantes que los deja en dilema permanente: repartir dinero para aliviar la pobreza, o dejar que el mercado cobre sus facturas con la mano invisible. En el primer caso, la decisión podría empujará a la comodidad de “el Estado me sostiene”; en el segundo, el mercado hace presa de mí y entonces me obliga a ser racional, si se puede, en medio de un marasmo educativo, si bien la pobreza no es sólo carecer de dinero.

El Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) propuesto por la ONU sugiere al menos 12 rubros además del ingreso, que se consideran para medir la pobreza en América Latina. Así que podríamos identificar que el origen es también diverso, pero si no hay ingresos se dificulta paliar las necesidades básicas para vivir. Por ello vale la pena, en este Buen Fin que tiene el propósito de reactivar la economía, pensar en la capacidad de pago y, por qué no en el ahorro, por mínimo que sea. Mientras tanto, los gobernantes deberán atender ese mal llamado corrupción que termina por abonar a la descomposición que nos hace presa del fraude o el robo y que nos sume todavía más en la pobreza.



*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com