/ domingo 16 de febrero de 2020

Los malos hábitos y corrupción

Elda Cantú publicó en The New York Times el pasado 14 de febrero, un artículo sobre cómo llegó a estar “solo y escondido” Gabriel Matzneff, octogenario escritor francés que fue premiado y goza de una pensión vitalicia, pero abusó de menores de edad durante muchos años y “nada sucedió a escondidas”, pero cuando una de sus víctimas decidió escribir la versión de su historia en un libro el gigante se derrivó: “Ahora Francia debate con nuevos ojos el consentimiento, el abuso y la libertad sexual” porque ya se presentaron cargos en contra del escritor.

El tema de abuso de menores es una discusión pendiente para ser atendida y legislada para que nunca más suceda, al menos con la impunidad que se testifica hasta ahora. Señala la misma autora que en un reporte reciente “solo en Facebook hay 60 millones de imágenes de abuso de menores”, por ello algunas autoridades ya están aplicando la tecnología de reconocimiento facial, disponible para identificar a las víctimas.

El tema me lleva a reflexionar en torno a los malos hábitos, que en ámbito público derivan en malas prácticas: esas que se llevan a cabo porque no están tipificadas y hay una tremenda confusión para entender que está mal incurrir en una acción que no es correcta. Sí, confusión porque los que incurren en prácticas consuetudinarias que “siempre han practicado”, llegan a pensar que “está bien”. Es el caso de este pederasta o de funcionarios públicos que no han transitado al cambio que exige el servicio: todo servidor público que recibe sus emolumentos del erario público.

Hay trabajadores del estado, servidores públicos que, dada su antigüedad en las instituciones donde laboran, piensen que las cosas deben seguir de la misma manera que han sucedido desde que ingresaron. Qué le gusta: cinco, diez, quince, ¿veinte años? Bueno, estos personajes seguramente viven enclavados en ese pasado. Tal vez ese es el problema que todo candidato (gobernante) sufre cuando llega por primera vez a la administración pública.

Sin embargo, a este mal hábito se suma otra variable: el beneficio, sea económico o de canonjía. No sólo en México, en muchos otros países con democracias jóvenes se registran malos hábitos electorales como lo documenta la investigación de Pippa Norris, profesora de la McGuire en política comparada en la Kennedy School of Government, Harvard University, quien lidera la investigación liderada en México por Irma Méndez de Hoyos (Flacso-Mx), quien ha documentado, en un trabajo titánico, hábitos electorales que pudieran constituir una cultura de corrupción en las instituciones electorales y en los ciudadanos, en América Latina.

Esta misma línea de investigación pudiera ampliarse al ámbito público. Así entonces, estudiar los malos hábitos en este medio implicaría estudiar la corrupción que se sucede; es decir, acciones al margen de la ley o reglamento, pero adquiridas por tradición, por una cultura que se adquirió a través de los años y que incurre en prácticas viciosas. Probablemente, las instituciones educativas, sobre todo de educación superior, están plagadas de esas prácticas que no gozan de transparencia, y sus ejecutores pretendan ser los paladines de la virtud porque es lo que “su tradición les índica”.

Sí, es complicado. Pero urge que los servidores públicos, administradores, investigadores o profesores de las instituciones de educación superior, identifiquen que las malas prácticas son sinónimo de corrupción y remonten a su tradición para adecuarse a los tiempos y exigencias de los avances de la tecnología y de la nueva administración. La resistencia al cambio sólo se puede vincular a la falta de actitud para renovar y transparentar ejercicios o a la colusión, que ya sería un delito.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com

Elda Cantú publicó en The New York Times el pasado 14 de febrero, un artículo sobre cómo llegó a estar “solo y escondido” Gabriel Matzneff, octogenario escritor francés que fue premiado y goza de una pensión vitalicia, pero abusó de menores de edad durante muchos años y “nada sucedió a escondidas”, pero cuando una de sus víctimas decidió escribir la versión de su historia en un libro el gigante se derrivó: “Ahora Francia debate con nuevos ojos el consentimiento, el abuso y la libertad sexual” porque ya se presentaron cargos en contra del escritor.

El tema de abuso de menores es una discusión pendiente para ser atendida y legislada para que nunca más suceda, al menos con la impunidad que se testifica hasta ahora. Señala la misma autora que en un reporte reciente “solo en Facebook hay 60 millones de imágenes de abuso de menores”, por ello algunas autoridades ya están aplicando la tecnología de reconocimiento facial, disponible para identificar a las víctimas.

El tema me lleva a reflexionar en torno a los malos hábitos, que en ámbito público derivan en malas prácticas: esas que se llevan a cabo porque no están tipificadas y hay una tremenda confusión para entender que está mal incurrir en una acción que no es correcta. Sí, confusión porque los que incurren en prácticas consuetudinarias que “siempre han practicado”, llegan a pensar que “está bien”. Es el caso de este pederasta o de funcionarios públicos que no han transitado al cambio que exige el servicio: todo servidor público que recibe sus emolumentos del erario público.

Hay trabajadores del estado, servidores públicos que, dada su antigüedad en las instituciones donde laboran, piensen que las cosas deben seguir de la misma manera que han sucedido desde que ingresaron. Qué le gusta: cinco, diez, quince, ¿veinte años? Bueno, estos personajes seguramente viven enclavados en ese pasado. Tal vez ese es el problema que todo candidato (gobernante) sufre cuando llega por primera vez a la administración pública.

Sin embargo, a este mal hábito se suma otra variable: el beneficio, sea económico o de canonjía. No sólo en México, en muchos otros países con democracias jóvenes se registran malos hábitos electorales como lo documenta la investigación de Pippa Norris, profesora de la McGuire en política comparada en la Kennedy School of Government, Harvard University, quien lidera la investigación liderada en México por Irma Méndez de Hoyos (Flacso-Mx), quien ha documentado, en un trabajo titánico, hábitos electorales que pudieran constituir una cultura de corrupción en las instituciones electorales y en los ciudadanos, en América Latina.

Esta misma línea de investigación pudiera ampliarse al ámbito público. Así entonces, estudiar los malos hábitos en este medio implicaría estudiar la corrupción que se sucede; es decir, acciones al margen de la ley o reglamento, pero adquiridas por tradición, por una cultura que se adquirió a través de los años y que incurre en prácticas viciosas. Probablemente, las instituciones educativas, sobre todo de educación superior, están plagadas de esas prácticas que no gozan de transparencia, y sus ejecutores pretendan ser los paladines de la virtud porque es lo que “su tradición les índica”.

Sí, es complicado. Pero urge que los servidores públicos, administradores, investigadores o profesores de las instituciones de educación superior, identifiquen que las malas prácticas son sinónimo de corrupción y remonten a su tradición para adecuarse a los tiempos y exigencias de los avances de la tecnología y de la nueva administración. La resistencia al cambio sólo se puede vincular a la falta de actitud para renovar y transparentar ejercicios o a la colusión, que ya sería un delito.

*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com