/ domingo 25 de agosto de 2019

Los soles seguirán muriendo y naciendo…

El libro “Pasionarias”, del poeta poblano Manuel M. Flores, nacido en san Andrés Chalchicomula, podría entenderse como el viaje lírico de la luz a la oscuridad. Recordemos que la primera composición, llamada “El alma en primavera” es un breve pero intenso canto pagano que lauda la luz del mediodía, la la juventud y el placer:


“Sol de la juventud, en sed de amores

tu ardiente rayo el corazón inflame!

¡Primavera del alma, dame flores

que al son del arpa por doquier derrame!”


Y que, en contrapunto, o cierre de un círculo virtuoso, el último texto, muy extenso, titulado “Las estrellas” es una elegía católica dedicada a la búsqueda de Dios y al desciframiento del misterio de la vida. Las últimas dos estrofas (8 versos) son éstas:


“¿Dónde entonces está la tierra triste,

el hombre y su delito?

¡El mundo de los hombres ya no existe,

estoy solo con Dios en lo infinito!

Solemnes van las horas y tranquilas;

y en tanto que así velo,

me miran cintilando esas pupilas

que llamamos, estrellas, desde el cielo.”


En efecto, podríamos leer las “Pasionarias”, como un viaje, como una odisea del fracaso, realizar una lectura reivindicadora de la visión poética de Manuel M. Flores, de su lucha trágica en contra del tiempo.

En la lucha heroica del poeta hedonista contra el tiempo subyacen dos tópicos clásicos: el “Tempus fugit” y el “Carpe diem”.

En este marco de ideas, quiero citar aquí un fragmento de Pierre Hadot, escrito en “Filosofía para la felicidad: Epicuro”, publicado en Madrid por “Errata naturae”, en el año 2013.

“La búsqueda de la bienaventuranza, de la beatitud, de la eterna juventud, implica querer ser como los dioses, es decir, es una aspiración a ser divino —eterno, joven, bello, dichoso— por medio del cultivo de la virtud, según se dice en el ‘Gorgias’, de Platón. Esta bienaventuranza es producto del amor al bien.”

Complementariamente: podríamos leemos en “Cármenes”, de Catulo (BSGRM-UNAM: México, 1992), este bello pasaje:

“Vivamos Lesbia mía (…) Los soles seguirán muriendo y naciendo, pero cuando nuestra breve luz se apague sólo quedará la noche en la que eternamente dormiremos.”

Y entonces podríamos postular que la poética de Manuel M. Flores la búsqueda de la bienaventuranza, la beatitud o simplemente la felicidad, se opera por medio del éxtasis de los placeres sexual y alcohólico; y concluir que esa búsqueda trágica está destinada al fracaso y al sufrimiento porque invierte la naturaleza de la ascesis platónica ya que la sed de absoluto del poeta poblano está impulsada por la concupiscencia no por el amor al bien.

La poética de Flores estaría gobernada por los versos de Catulo, poeta al que que seguramente leyó, bajo la guía de Altamirano en el Colegio de Letrán.

Finalmente consigno que algunas referencias culturales del tópico de “La lucha contra el tiempo” son las siguientes: El arquetipo del Puer Aeternus. La fuente de Etiopía (Heródoto, Historia III, 23). El estanque de Betesda (Juan 5: 1-8). El Elixir de la Vida, de los alquimistas. La Fuente de la Juventud, de Juan Ponce de León. La Fuente de la Juventud del jardín de las Delicias de El Bosco.

El libro “Pasionarias”, del poeta poblano Manuel M. Flores, nacido en san Andrés Chalchicomula, podría entenderse como el viaje lírico de la luz a la oscuridad. Recordemos que la primera composición, llamada “El alma en primavera” es un breve pero intenso canto pagano que lauda la luz del mediodía, la la juventud y el placer:


“Sol de la juventud, en sed de amores

tu ardiente rayo el corazón inflame!

¡Primavera del alma, dame flores

que al son del arpa por doquier derrame!”


Y que, en contrapunto, o cierre de un círculo virtuoso, el último texto, muy extenso, titulado “Las estrellas” es una elegía católica dedicada a la búsqueda de Dios y al desciframiento del misterio de la vida. Las últimas dos estrofas (8 versos) son éstas:


“¿Dónde entonces está la tierra triste,

el hombre y su delito?

¡El mundo de los hombres ya no existe,

estoy solo con Dios en lo infinito!

Solemnes van las horas y tranquilas;

y en tanto que así velo,

me miran cintilando esas pupilas

que llamamos, estrellas, desde el cielo.”


En efecto, podríamos leer las “Pasionarias”, como un viaje, como una odisea del fracaso, realizar una lectura reivindicadora de la visión poética de Manuel M. Flores, de su lucha trágica en contra del tiempo.

En la lucha heroica del poeta hedonista contra el tiempo subyacen dos tópicos clásicos: el “Tempus fugit” y el “Carpe diem”.

En este marco de ideas, quiero citar aquí un fragmento de Pierre Hadot, escrito en “Filosofía para la felicidad: Epicuro”, publicado en Madrid por “Errata naturae”, en el año 2013.

“La búsqueda de la bienaventuranza, de la beatitud, de la eterna juventud, implica querer ser como los dioses, es decir, es una aspiración a ser divino —eterno, joven, bello, dichoso— por medio del cultivo de la virtud, según se dice en el ‘Gorgias’, de Platón. Esta bienaventuranza es producto del amor al bien.”

Complementariamente: podríamos leemos en “Cármenes”, de Catulo (BSGRM-UNAM: México, 1992), este bello pasaje:

“Vivamos Lesbia mía (…) Los soles seguirán muriendo y naciendo, pero cuando nuestra breve luz se apague sólo quedará la noche en la que eternamente dormiremos.”

Y entonces podríamos postular que la poética de Manuel M. Flores la búsqueda de la bienaventuranza, la beatitud o simplemente la felicidad, se opera por medio del éxtasis de los placeres sexual y alcohólico; y concluir que esa búsqueda trágica está destinada al fracaso y al sufrimiento porque invierte la naturaleza de la ascesis platónica ya que la sed de absoluto del poeta poblano está impulsada por la concupiscencia no por el amor al bien.

La poética de Flores estaría gobernada por los versos de Catulo, poeta al que que seguramente leyó, bajo la guía de Altamirano en el Colegio de Letrán.

Finalmente consigno que algunas referencias culturales del tópico de “La lucha contra el tiempo” son las siguientes: El arquetipo del Puer Aeternus. La fuente de Etiopía (Heródoto, Historia III, 23). El estanque de Betesda (Juan 5: 1-8). El Elixir de la Vida, de los alquimistas. La Fuente de la Juventud, de Juan Ponce de León. La Fuente de la Juventud del jardín de las Delicias de El Bosco.