/ jueves 17 de septiembre de 2020

Mujeres divinas bajo fuego

Pese a su transformación de político a chacal, apenas una luna llena atrás, López Obrador fue herido por la nostalgia y flechado por el sentimiento para luego externar a punto de lágrimas: “Soy el presidente más atacado en cien años”; es temprano para darle la razón, pero pareciera, pues un día sí y otro también, lo tunden lindo los críticos nacionales y las redes sociales.

La idea jamás le aterrizó en la cabeza, pero con ese combustible de melancolía, Claudia Rivera pudo haber aullado de alegría para también autoproclamar su inmolación: Soy la presidenta más atacada de la comarca en los últimos cien años –¿y por qué no comprarle la oferta?–; sacando cuentas, la talentosa Magaly, su responsable de prensa, podría despejar todo tipo de dudas a propósito de los ataques, cuando menos en lo mediático.

Pero ese pódium de privilegio, con toda justicia, podría igual ser reclamado por Pérez Popoca, Norma Layón, tal vez por Marisol Cruz, quizá por Lupita Daniel o hasta puede que por la huejotzinca Angélica Alvarado. Puebla es el estado donde críticos y políticos tienen especial predilección por enlodar sistemáticamente el quehacer público de las mujeres, Nay Salvatori puede dar estupendos ejemplos.

Genoveva Huerta, la Jefa Geno, sería otra estupenda aspirante al título de “la más atacada de la comarca en los últimos cien años”; días feriados, hábiles o de fiestas patronales, la panista es víctima de toda clase de adjetivos, calificativos, motes, críticas, improperios y golpes arteros, pareciera que los dioses no la amaran.

Defenestradas sistemáticamente, las mujeres que desempeñan liderazgos públicos, en territorio poblano, han aprendido algo que a ninguna fémina se recomienda: resistir las agresiones abiertas y ocultas, mostrar su mejor sonrisa a la sociedad y creer que los tiempos del futuro serán mejores que los del presente.

Gentes de mucha autoridad moral pueden decir y críticos subrayar que no son las más atacadas, sino las más exigidas, exigidas por los puestos que ocupan y las responsabilidades que desempeñan, sin embargo, se les critica poco con sustento, pero se les golpea mucho y por cualquier argumento basura, incluso por facultades que ni siquiera son de su competencia.

Las mujeres, como los hombres del servicio público, son sujetos de crítica, y habría que criticarles, con pruebas en mano, las promesas que hicieron como candidatas al puesto de elección popular y que no han cumplido siendo autoridad, los actos propios de corrupción bien demostrados, excesos y los errores de conducción administrativa.

Partidos políticos, genios de la democracia participativa, intelectuales, universidades y organizaciones no gubernamentales reclaman airadamente equidad en candidaturas y posiciones trascendentes para las mujeres, pero en Puebla, la mayoría de los ataques van dirigidos a presidentas y féminas con propósitos de crecer políticamente, aportar a la sociedad o continuar en el servicio público.

A los poblanos nos exige mayor dificultad identificar a los principales generadores de violencia de género –tanto velados como ocultos– de las mujeres, con deseos aspiracionales en la política, son varones con posiciones de poder en el Congreso del Estado, el gobierno estatal u operadores políticos siniestros, cuyo propósito se reduce a cerrarles el paso sin reparar en nada.

Queda claro que el “¡ya estuvo bueno!” o el “¡ya basta!” no está en los límites de los varones poderosos de la comarca, sino en la organización y valentía de las mujeres poblanas para denunciar y señalar abiertamente –sin temor– a sus agresores tanto intelectuales como materiales.

Pese a su transformación de político a chacal, apenas una luna llena atrás, López Obrador fue herido por la nostalgia y flechado por el sentimiento para luego externar a punto de lágrimas: “Soy el presidente más atacado en cien años”; es temprano para darle la razón, pero pareciera, pues un día sí y otro también, lo tunden lindo los críticos nacionales y las redes sociales.

La idea jamás le aterrizó en la cabeza, pero con ese combustible de melancolía, Claudia Rivera pudo haber aullado de alegría para también autoproclamar su inmolación: Soy la presidenta más atacada de la comarca en los últimos cien años –¿y por qué no comprarle la oferta?–; sacando cuentas, la talentosa Magaly, su responsable de prensa, podría despejar todo tipo de dudas a propósito de los ataques, cuando menos en lo mediático.

Pero ese pódium de privilegio, con toda justicia, podría igual ser reclamado por Pérez Popoca, Norma Layón, tal vez por Marisol Cruz, quizá por Lupita Daniel o hasta puede que por la huejotzinca Angélica Alvarado. Puebla es el estado donde críticos y políticos tienen especial predilección por enlodar sistemáticamente el quehacer público de las mujeres, Nay Salvatori puede dar estupendos ejemplos.

Genoveva Huerta, la Jefa Geno, sería otra estupenda aspirante al título de “la más atacada de la comarca en los últimos cien años”; días feriados, hábiles o de fiestas patronales, la panista es víctima de toda clase de adjetivos, calificativos, motes, críticas, improperios y golpes arteros, pareciera que los dioses no la amaran.

Defenestradas sistemáticamente, las mujeres que desempeñan liderazgos públicos, en territorio poblano, han aprendido algo que a ninguna fémina se recomienda: resistir las agresiones abiertas y ocultas, mostrar su mejor sonrisa a la sociedad y creer que los tiempos del futuro serán mejores que los del presente.

Gentes de mucha autoridad moral pueden decir y críticos subrayar que no son las más atacadas, sino las más exigidas, exigidas por los puestos que ocupan y las responsabilidades que desempeñan, sin embargo, se les critica poco con sustento, pero se les golpea mucho y por cualquier argumento basura, incluso por facultades que ni siquiera son de su competencia.

Las mujeres, como los hombres del servicio público, son sujetos de crítica, y habría que criticarles, con pruebas en mano, las promesas que hicieron como candidatas al puesto de elección popular y que no han cumplido siendo autoridad, los actos propios de corrupción bien demostrados, excesos y los errores de conducción administrativa.

Partidos políticos, genios de la democracia participativa, intelectuales, universidades y organizaciones no gubernamentales reclaman airadamente equidad en candidaturas y posiciones trascendentes para las mujeres, pero en Puebla, la mayoría de los ataques van dirigidos a presidentas y féminas con propósitos de crecer políticamente, aportar a la sociedad o continuar en el servicio público.

A los poblanos nos exige mayor dificultad identificar a los principales generadores de violencia de género –tanto velados como ocultos– de las mujeres, con deseos aspiracionales en la política, son varones con posiciones de poder en el Congreso del Estado, el gobierno estatal u operadores políticos siniestros, cuyo propósito se reduce a cerrarles el paso sin reparar en nada.

Queda claro que el “¡ya estuvo bueno!” o el “¡ya basta!” no está en los límites de los varones poderosos de la comarca, sino en la organización y valentía de las mujeres poblanas para denunciar y señalar abiertamente –sin temor– a sus agresores tanto intelectuales como materiales.