/ viernes 8 de noviembre de 2019

No más polarizaciones

Me inquieta la inédita realidad que estamos viviendo en el país. Estoy consciente que son tiempos de transformación -no solo entre nosotros, sino en el mundo en general-, pero nuestro reto es cómo reaccionamos ante ellos y qué actitud tomamos.

Me duele mucho la polarización de la sociedad que nace del discurso presidencial. Aquí en Puebla lo vivimos en los años 60 a 64 del siglo pasado, y en verdad sus heridas en muchos aspectos siguen abiertas entre nosotros pese a que las nuevas generaciones, es obvio, no tienen esos resquemores, pero ahora lo están viviendo con la política entrampada que llevamos. Para nosotros fueron los fuas y los carolinos, así como ahora son los fifís y los chairos.

Y aunque se quiera soslayar el hecho resulta inevitable abordarlo, ya sea en forma irónica o bien en forma trágica, con golpes y enfrentamientos. Ahora esto ha pasado también a la prensa, la cual empieza a dividirse con los calificativos presidenciales, de derechas y de izquierdas y de leales y conspiradores, tan solo por el hecho de solicitar precisiones en los temas abordados desde el púlpito mañanero.

¿A dónde nos lleva esto? Indudablemente a la disgregación social, al enfrentamiento, a la separación marcada. Se están abriendo heridas que tardaran en cerrarse; y si ya de suyo por las circunstancias económicas se advierten tres méxicos, el del norte, el del centro y el del sur; con esta forma de hacer política acabaremos confundidos y peleados.

Y si resulta impecable y convincente el axioma de primero los pobres, eso no entraña que los ricos sean los malos de la historia. El nuevo evangelio del mesías que ha tenido la osadía de compararse con Jesucristo no puede más que llevarnos a la confrontación y a la desgracia. Ni todos los pobres son tan buenos, ni todos los ricos son tan malos. Un estadista está obligado a ver por todos y a tratar de mantener lo que los alemanes llamaron en el Socialismo de Estado la unidad moral de la nación, o sea, el concepto de patria.

Pero aún más, habemos todavía muchos en nuestro país que no somos ni ricos ni pobres, es decir, ni fifís ni chairos. Guardamos valores, tenemos principios y educación, vivimos en la línea de la modestia, de la sobrevivencia y de la normalidad cotidiana, somos la clase media que todavía resiste al embate de los extremos y guardamos celosamente una tradición de bien y de cultura. Dialécticamente somos burgueses y en nuestro acervo está la presencia de la patria.

Para nosotros la vida no es chida ni tampoco de poca madre. Somos el padre pobre de Robert Kiyosaki y vemos con desaliento como se desmorona cada día la sociedad, de un lado por la economía y del otro lado por la política. Nosotros no tenemos programas sociales que nos amparen y protejan, si acaso el único, el de más de 60 años, que a muchos no nos ha llegado pese a hacer filas interminables y recibir promesas burocráticas.

Y ante estos extremos mesiánicos y peligrosos alzamos la voz para pedir, para exigir del Presidente una actitud congruente y democrática. Recuerde siempre Don Andrés que ya no es oposición, es gobierno. Y que esa democracia por la que usted luchó más de 30 años implica el gobierno para el pueblo, y pueblo somos todos los que no estamos en el gobierno… todos, ricos, pobres y clase media. Aquí, en la democracia no existen buenos y malos, solo ciudadanos que estamos urgidos de justicia y de paz. Aún es tiempo de enderezar el barco antes que encalle en piélagos sin fondo.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa CONVERSACIONES, en ABC Radio, 12.80 de AM. Y te recuerdo, “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”

Me inquieta la inédita realidad que estamos viviendo en el país. Estoy consciente que son tiempos de transformación -no solo entre nosotros, sino en el mundo en general-, pero nuestro reto es cómo reaccionamos ante ellos y qué actitud tomamos.

Me duele mucho la polarización de la sociedad que nace del discurso presidencial. Aquí en Puebla lo vivimos en los años 60 a 64 del siglo pasado, y en verdad sus heridas en muchos aspectos siguen abiertas entre nosotros pese a que las nuevas generaciones, es obvio, no tienen esos resquemores, pero ahora lo están viviendo con la política entrampada que llevamos. Para nosotros fueron los fuas y los carolinos, así como ahora son los fifís y los chairos.

Y aunque se quiera soslayar el hecho resulta inevitable abordarlo, ya sea en forma irónica o bien en forma trágica, con golpes y enfrentamientos. Ahora esto ha pasado también a la prensa, la cual empieza a dividirse con los calificativos presidenciales, de derechas y de izquierdas y de leales y conspiradores, tan solo por el hecho de solicitar precisiones en los temas abordados desde el púlpito mañanero.

¿A dónde nos lleva esto? Indudablemente a la disgregación social, al enfrentamiento, a la separación marcada. Se están abriendo heridas que tardaran en cerrarse; y si ya de suyo por las circunstancias económicas se advierten tres méxicos, el del norte, el del centro y el del sur; con esta forma de hacer política acabaremos confundidos y peleados.

Y si resulta impecable y convincente el axioma de primero los pobres, eso no entraña que los ricos sean los malos de la historia. El nuevo evangelio del mesías que ha tenido la osadía de compararse con Jesucristo no puede más que llevarnos a la confrontación y a la desgracia. Ni todos los pobres son tan buenos, ni todos los ricos son tan malos. Un estadista está obligado a ver por todos y a tratar de mantener lo que los alemanes llamaron en el Socialismo de Estado la unidad moral de la nación, o sea, el concepto de patria.

Pero aún más, habemos todavía muchos en nuestro país que no somos ni ricos ni pobres, es decir, ni fifís ni chairos. Guardamos valores, tenemos principios y educación, vivimos en la línea de la modestia, de la sobrevivencia y de la normalidad cotidiana, somos la clase media que todavía resiste al embate de los extremos y guardamos celosamente una tradición de bien y de cultura. Dialécticamente somos burgueses y en nuestro acervo está la presencia de la patria.

Para nosotros la vida no es chida ni tampoco de poca madre. Somos el padre pobre de Robert Kiyosaki y vemos con desaliento como se desmorona cada día la sociedad, de un lado por la economía y del otro lado por la política. Nosotros no tenemos programas sociales que nos amparen y protejan, si acaso el único, el de más de 60 años, que a muchos no nos ha llegado pese a hacer filas interminables y recibir promesas burocráticas.

Y ante estos extremos mesiánicos y peligrosos alzamos la voz para pedir, para exigir del Presidente una actitud congruente y democrática. Recuerde siempre Don Andrés que ya no es oposición, es gobierno. Y que esa democracia por la que usted luchó más de 30 años implica el gobierno para el pueblo, y pueblo somos todos los que no estamos en el gobierno… todos, ricos, pobres y clase media. Aquí, en la democracia no existen buenos y malos, solo ciudadanos que estamos urgidos de justicia y de paz. Aún es tiempo de enderezar el barco antes que encalle en piélagos sin fondo.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa CONVERSACIONES, en ABC Radio, 12.80 de AM. Y te recuerdo, “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”