/ miércoles 21 de febrero de 2018

Nuestras juntas, nuestro Puebla

Con los ánimos a tope es que hoy escribo estas líneas, pues si bien, desde hace tiempo atrás he venido hablando de mi percepción de nuestra Puebla querida, mientras más acumulo experiencias, me es más evidente la situación que nos aqueja.

Cuando vivimos en una comunidad como la nuestra, los problemas de unos son los problemas de todos. Pues en nuestra sociedad, interactuamos permanentemente de maneras infinitas, todos estamos conectados en algún punto con todos, todos somos parte de la realidad que hasta hoy se ha hecho de oídos sordos.

Como bien sabemos, nuestra capital –que es la más bonita de México- por sus características territoriales, históricas y sociales tiene un orden de gobierno construido por el hermanamiento de antiguos pueblos vecinos en una unidad que hoy conocemos como Puebla de nuestros amores.

En este pacto de unidad que conocemos como nuestra casa -misma que después se convirtió en el centro de una de las zonas metropolitanas más importantes del país- se divide y representa en las 17 Juntas auxiliares, entes de gobierno, que si bien, dependen administrativamente del municipio, representan los intereses, demandas y necesidades particulares de la población residente de cada una de las demarcaciones.

En su construcción, nuestro municipio es la suma de todos, sin excepciones. Lo que nos deja una corresponsabilidad ligada a que aun estando bajo administraciones submunicipales, las juntas debiesen tener las mismas oportunidades y condiciones que explotaran su desarrollo.

Si todo funcionara como está previsto no existiría ningún problema, pero bajando la teoría política a la realidad que se palpa y camina, reitero, existen grandes brechas entre lo que debiese y lo que es. En general, las juntas francamente están alejadas de la realidad de la cabecera, y en la percepción desde vista desde la parafernalia de la cabecera, no las deja paradas en el mejor lugar.

En una entrega anterior, plasmé el diagnóstico de las generalidades del municipio como un ente que disgrega, en esta, continuaré con la tarea desde las particularidades que de manera recurrente se observan desde la percepción de las juntas, porque ningún diagnóstico está completo si no se enfrenta a contracara.

Hambre, carencia y necesidad; calles sin la menor intención de pavimentado que en los mejores casos calles tienen una iluminación decadente y en los otros ni siquiera existen faroles. Espacios públicos y privados donde las llaves del grifo al ser giradas solo dejan rodar unas cuantas gotas del más vital de los líquidos.

Basura apilada en las esquinas en un avanzado estado de putrefacción, dificultades de traslado para ir a ganarse el pan, patrimonios en riesgo ya sea por grietas o la latente amenaza del despojo.

Jóvenes sumergidos en los vicios de la adicción, puertas con más chapas cada vez, más barrotes de hierro en las ventanas, cortinas más gruesas en los locales, asaltos, gritos, normalización de la violencia de género, los atroces feminicidios y miedo en general.

Una pequeña ventana a lo que se observa a diario, pues ya sea con la luz del sol o la ausencia de la misma, la realidad cambia poco desde las faldas de la malinche hasta el cruce de la calle dos y Don Juan de Palafox y Mendoza.

La disgregación es palpable, Puebla vive en las brechas de la desigualdad, donde la atención focalizada desquebraja la unidad de nuestra comunidad, pues a oídos sordos, se han acentuado la violencia en las laceraciones a nuestra comunidad.

Escribir estas líneas me genera conflicto, puesto que por un lado entristece la palpable realidad, pero por el otro enciende con más fuerza la llama de la voluntad de cambio. Seguro estoy de que, el dejar el alma y las suelas en el camino por el anhelado sueño de un municipio posible, será el rumbo correcto para construir esa comunidad que con orgullo y seguridad vuelva a cantar al unísono qué chula es Puebla.

Con los ánimos a tope es que hoy escribo estas líneas, pues si bien, desde hace tiempo atrás he venido hablando de mi percepción de nuestra Puebla querida, mientras más acumulo experiencias, me es más evidente la situación que nos aqueja.

Cuando vivimos en una comunidad como la nuestra, los problemas de unos son los problemas de todos. Pues en nuestra sociedad, interactuamos permanentemente de maneras infinitas, todos estamos conectados en algún punto con todos, todos somos parte de la realidad que hasta hoy se ha hecho de oídos sordos.

Como bien sabemos, nuestra capital –que es la más bonita de México- por sus características territoriales, históricas y sociales tiene un orden de gobierno construido por el hermanamiento de antiguos pueblos vecinos en una unidad que hoy conocemos como Puebla de nuestros amores.

En este pacto de unidad que conocemos como nuestra casa -misma que después se convirtió en el centro de una de las zonas metropolitanas más importantes del país- se divide y representa en las 17 Juntas auxiliares, entes de gobierno, que si bien, dependen administrativamente del municipio, representan los intereses, demandas y necesidades particulares de la población residente de cada una de las demarcaciones.

En su construcción, nuestro municipio es la suma de todos, sin excepciones. Lo que nos deja una corresponsabilidad ligada a que aun estando bajo administraciones submunicipales, las juntas debiesen tener las mismas oportunidades y condiciones que explotaran su desarrollo.

Si todo funcionara como está previsto no existiría ningún problema, pero bajando la teoría política a la realidad que se palpa y camina, reitero, existen grandes brechas entre lo que debiese y lo que es. En general, las juntas francamente están alejadas de la realidad de la cabecera, y en la percepción desde vista desde la parafernalia de la cabecera, no las deja paradas en el mejor lugar.

En una entrega anterior, plasmé el diagnóstico de las generalidades del municipio como un ente que disgrega, en esta, continuaré con la tarea desde las particularidades que de manera recurrente se observan desde la percepción de las juntas, porque ningún diagnóstico está completo si no se enfrenta a contracara.

Hambre, carencia y necesidad; calles sin la menor intención de pavimentado que en los mejores casos calles tienen una iluminación decadente y en los otros ni siquiera existen faroles. Espacios públicos y privados donde las llaves del grifo al ser giradas solo dejan rodar unas cuantas gotas del más vital de los líquidos.

Basura apilada en las esquinas en un avanzado estado de putrefacción, dificultades de traslado para ir a ganarse el pan, patrimonios en riesgo ya sea por grietas o la latente amenaza del despojo.

Jóvenes sumergidos en los vicios de la adicción, puertas con más chapas cada vez, más barrotes de hierro en las ventanas, cortinas más gruesas en los locales, asaltos, gritos, normalización de la violencia de género, los atroces feminicidios y miedo en general.

Una pequeña ventana a lo que se observa a diario, pues ya sea con la luz del sol o la ausencia de la misma, la realidad cambia poco desde las faldas de la malinche hasta el cruce de la calle dos y Don Juan de Palafox y Mendoza.

La disgregación es palpable, Puebla vive en las brechas de la desigualdad, donde la atención focalizada desquebraja la unidad de nuestra comunidad, pues a oídos sordos, se han acentuado la violencia en las laceraciones a nuestra comunidad.

Escribir estas líneas me genera conflicto, puesto que por un lado entristece la palpable realidad, pero por el otro enciende con más fuerza la llama de la voluntad de cambio. Seguro estoy de que, el dejar el alma y las suelas en el camino por el anhelado sueño de un municipio posible, será el rumbo correcto para construir esa comunidad que con orgullo y seguridad vuelva a cantar al unísono qué chula es Puebla.